domingo, 5 de abril de 2020

Stiglitz: "Es un momento critico para el futuro de Europa"

El premio Nobel de Economía cree que es necesaria la emisión de eurobonos en una crisis como la actual, pero advierte de que ese paso exige una solidaridad que no existe en la UE

 F RANCISCO DE ZÁRATE https://elpais.com/autor/francisco-de-zarate-bravo-laguna/

 Joseph Stiglitz, en una imagen de 2018. CARLOS ROSILLO

 Joseph E. Stiglitz (Indiana, EE UU, 1943) que algunas de las medidas económicas de Estados Unidos contra el coronavirus son importadas. Como la iniciativa de algunos países europeos de mantener a los asalariados vinculados formalmente a la empresa durante las suspensiones temporales de trabajo, “algo especialmente relevante en EE UU, donde la mayoría de los trabajadores tiene seguro médico a través del empleador”. Desgraciadamente, a Europa no le está resultando tan sencillo replicar la gran ventaja de EE UU para enfrentar esta crisis:“Hay que emitir los eurobonos, de verdad lo creo, pero por ahora no hay suficiente solidaridad en Europa para apoyar una medida así”, explica el Nobel de Economía a EL PAÍS durante una entrevista telefónica. Confinado en su casa de Nueva York, Stiglitz alerta de que la indecisión europea puede provocar una caída económica más profunda si implica una reacción “demasiado tardía y demasiado pequeña”: “Hay mucha preocupación por la viabilidad del proyecto común si, en esta crisis, Europa se demuestra incapaz de demostrar la solidaridad necesaria”. Este es un momento de crear o romper. La unión se solidificará si se percibe que, en el momento de necesidad de una nación, los ciudadanos europeos ayudaron. Pero también puede ocurrir todo lo contrario si unos siguen siendo tan egoístas como siempre y solo hay palabras de consuelo pero no lo que de verdad hace falta, que es dinero. 


P. En Alemania existe el temor de darle votos a la extrema derecha si el Gobierno comparte el coste financiero de la crisis con los países del sur...
R. Esto es algo que remite al gran error de Angela Merkel en 2010 y 2011. En aquel entonces no dijo que los griegos trabajaban incluso más horas que los alemanes ni que había que ayudar a un socio europeo en una etapa muy difícil, no solo por solidaridad sino por ayudar a los bancos alemanes... Lo que hicieron fue salvar a los bancos, dejar la cuenta sobre los hombros del pueblo griego y tildar a los griegos de vagos. Lo que estamos viendo una década después es la consecuencia de ese discurso maniqueo para pasar a los griegos la culpa de un dinero prestado por bancos franceses y alemanes. Pero una vez dicho eso, la pregunta fundamental es cuál va a ser el futuro de Europa. Si no hay una respuesta adecuada de Europa, el sentimiento anti UE en países como Italia va a crecer.
P. ¿Estamos en un momento de ruptura con la doctrina del liberalismo económico?
R. Eso espero. Se está demostrando el error fundamental del liberalismo y es que los mercados por sí solos no pueden manejar esta crisis, por eso estamos acudiendo al Gobierno. Los mercados tampoco nos prepararon porque siempre tienen una visión incompleta de los riesgos. En 2008 se vio que habían tomado demasiados riesgos financieros y esta crisis es otra demostración del exceso de riesgo. En EE UU, los hospitales no tenían camas extra y las empresas funcionaban con sistemas de inventario just in time. Todo bien hasta que tienes un problema. Entonces es un desastre. Es como llevar el coche sin rueda de repuesto. Si pinchas, los costes son enormes. Donald Trump ha propuesto cada año recortes de un tercio en investigación científica y ha reducido los fondos de los Centros para el Control de Enfermedades... Este recorte descerebrado del sector público nos ha dejado sin protección y sin preparación. Creo que la gente se ha dado cuenta de que el motivo por el que EE UU no tenía capacidad de hacer test es el desmantelamiento del sector público. Corea del Sur estaba en una posición mucho mejor que EE UU. Aquí, en Nueva York, estamos sintiendo el coste de una manera dramática.
P. En la crisis de 2008 también se hablaba de agotamiento del modelo neoliberal y, sin embargo, aquí estamos... 
R. Ese va a ser el gran desafío de la política. En medio de esta crisis, los republicanos propusieron increíblemente un fondo de 500.000 millones de dólares para las empresas y muy pocas ayudas para la gente que va a sufrirla más. Hizo falta la acción decidida del Partido Demócrata para sacar una ley que en los hechos será la probable salvación de la economía. Así que uno de los dos partidos claramente no ha aprendido nada, pero mi esperanza es que una mayoría de los votantes estadounidenses sí haya aprendido la lección y las consecuencias de tener un sector público insuficientemente financiado. Pero va a ser una batalla política tan polarizada como cualquier otro debate de los que hemos tenido en los últimos tres años.
P. ¿Esta crisis ayuda a la candidatura de Bernie Sanders o ya está fuera de la carrera?

R. Está prácticamente fuera, pero ayudará a quien quiera que sea el candidato demócrata que señale que el Estado defendido por Trump y el Partido Republicano nos ha dejado sin recursos para manejar la pandemia, proteger a los estadounidenses y prepararnos ante riesgos como este. Esta crisis ilustra la diferencia fundamental en los valores de los dos partidos.

domingo, 29 de marzo de 2020

La Union Europea: llega el fin del proyecto europeo?

Causas de la desunión europea

Los hoy países ricos, con los Gobiernos de Alemania y Holanda a la cabeza, están dinamitando la Unión





Banderas de la UE ante la sede de la Comisión Europea en Bruselas.
Banderas de la UE ante la sede de la Comisión Europea en Bruselas.REUTERS

A medida que se van conociendo las “proporciones bíblicas” de la pandemia, en palabras del expresidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, resulta más frustrante la desunión europea. Es inadmisible que una vez conocidas las tremendas dimensiones de la tragedia por la pérdida de miles de vidas humanas y millones de empleos y empresas no exista todavía una respuesta unitaria del potencial necesario.
Acusar a la UE genéricamente de falta de unidad es desacertado. Si la Unión falla habrá que promover otro proyecto equivalente que responda a las necesidades de todo tipo cada día más globales. La falta de una respuesta solidaria europea tiene unos responsables. Los hoy países ricos, con los Gobiernos de Alemania y Holanda a la cabeza, están dinamitando la Unión con su ciega negativa a mutualizar las deudas necesarias que origine la terapia necesaria. Nunca en la historia de la UE la acción común había sido más necesaria.



Estamos ante una crisis exclusivamente sanitaria que golpea a todo el mundo. Si Alemania tiene más capacidad de respuesta por tener menos deuda (61%) que España (97%) habrá que recordar lo ocurrido en la última crisis. Las irresponsables actuaciones de las entidades financieras alemanas, francesas, holandesas y españolas provocaron una burbuja crediticia e inmobiliaria cuyo estallido fue catastrófico. El instituto alemán IFO censuróen su día el comportamiento de la banca alemana.
Alemania para salvar a sus bancos exigió a España que el desastre bancario se reparase con dinero público, que la UE prestó. Esta fue una de las causas por las que la deuda pública española escaló desde un ejemplar 35% antes de la crisis al nivel actual. También es cierto que durante la recuperación, (2014 – 2018), el Gobierno del PP rechazó subir los impuestos para reducir la deuda. En una economía interdependiente como la europea, culpas y soluciones son compartidas.
Las críticas de las autoridades holandesas a España son también temerarias. El paraíso fiscal que de facto es Holanda genera unas pérdidas de ingresos a España de 1.161 millones de euros en 2018, según Oxfam.
La actitud de Alemania y Holanda es muy contradictoria si se tiene en cuenta que son los principales beneficiarios de la construcción europea. Un estudio de Matthias Kullas y Alessandro Gasparotti del Centre for European Policy (CEP) revela que el impacto el euro entre 1999 y 2017 benefició en 1,8 billones de euros a Alemania y en 346.000 millones a Holanda. Por contra, Italia perdió 4,3 billones y España 224.000 millones.
La Fundación Bertelsmann señala a Alemania como el país más favorecido por el mercado interior con unas ganancias de 86.000 millones de euros anuales, muy superiores a Francia, (69.360); Italia (46.300) o España (27.351).
La cuestión de fondo que explica estos comportamientos es el ascenso de la extrema derecha. Los Gobiernos no se atreven a adoptar políticas más solidarias por temor a perder votos. De esta crisis solo se puede salir con Estados más sociales y más solidaridad nacional e internacional. Lo contrario será más sufrimiento.

domingo, 8 de marzo de 2020

El naufragio moral de Europa

En noviembre de 1938 el Gobierno francés, presidido por Édouard Daladier, promulgó un decreto ley en el que se mencionaba a los “extranjeros indeseables”, refiriéndose a los españoles que huían del fascismo, y proponía la expulsión de todos ellos. Muchos españoles fueron maltratados, separados los hombres de las mujeres; los oficiales de la tropa, mal alimentados y concentrados en playas con alambradas como si fueran prisiones al aire libre, vigilados por soldados coloniales senegaleses o marroquíes, y disfrazadas esas playas de “campos de internamiento para los refugiados”.
¿En qué se diferencian los sirios que tratan de entrar a Europa a través de Grecia de aquellos españoles que intentaban penetrar en Francia, más allá de los teléfonos móviles inteligentes que poseen los primeros, con los que tratan de comunicarse con los que dejaron atrás, hasta que se les acaban las baterías? Y también, ¿en que se distingue Daladier de estos dirigentes europeos que permiten lo que sucede alrededor?
Los principales hechos son conocidos (otra diferencia es que ahora los movimientos migratorios se televisan en directo o se conocen de inmediato a través de las redes sociales): miles y miles de ciudadanos sirios que huyen de la guerra de su país pasan a Turquía, donde hay ahora 3,7 millones de refugiados sirios, y desde allí pretenden trasladarse a Grecia como estación de paso hacia Europa del norte y del este, siguiendo la senda que un millón de ciudadanos siguieron en el año 2015. Cuando lo han intentado, el ejército, la policía y grupos de extrema derecha lo han impedido, en muchos casos violentamente, atacando a las columnas de hombres, mujeres y niños y a las ONG que tratan de ayudarlos. Además, Grecia ha suspendido el derecho de asilo contemplado en la Convención de Ginebra de 1951.
También ha cambiado aquella Grecia de hace un lustro y la de hoy. En al menos dos aspectos: el actual Gobierno es de derechas y entonces estaba administrada por un partido a la izquierda de la socialdemocracia. Y segundo, muchos ciudadanos griegos están exhaustos de solidaridad: los helenos han sido el único país del mundo cuya crisis económica en la última década ha superado en profundidad y duración a la de los EE UU de la Gran Depresión de los años treinta del siglo pasado.

“Grecia es nuestro escudo”

Una depresión económica y la entrada de cientos de miles de refugiados sirios, libios, afganos, iraquíes, eritreos, paquistaníes, ceilandeses, argelinos, sudaneses, somalíes, malienses y hasta marroquíes. ¿Cómo un país de 11 millones de ciudadanos ha podido acoger en su territorio a casi un millón de personas, en medio de una depresión económica?, ¿por cuánto tiempo podía Grecia seguir desempeñando el papel de acogida, sin tensiones, en el interior de su sociedad y en relación con el resto de Europa?, ¿cómo reaccionan los ciudadanos en el límite de sus dificultades, cuando deambulan entre ellos unas personas más pobres que ellos, desarraigados de los suyos y de su tierra, sin empleo, sin protección social y con un futuro más negro? Los refugiados en Turquía buscan techo donde cobijarse sin miedo a las balas y a las bombas, agua potable, subsistencia, atención sanitaria, papeles en regla para estar en situación legal y no ser perseguidos ni torturados.
La presidenta de la Comisión Europa, Ursula von der Leyen, ha declarado que “Grecia es nuestro escudo europeo”. La misma institución que en el pasado humilló y arruinó a la Grecia de Syriza, Tsipras y Varoufakis con una política económica austericida, ahora se apoya en la Grecia de Mitsotakis para frenar movimientos migratorios masivos bastante parecidos a los de hace cinco años. La única política migratoria de la Unión Europea parece ser la de sobornar a algunos países del otro lado, para que frenen a los refugiados en su salto a Europa. En esto consiste su naufragio moral, en que todo el mundo sabe lo que está ocurriendo y sus consecuencias en una población masacrada, y no hay soluciones efectivas y urgentes de asistencia.
¡Qué tiempos los del Welcome refugees!
Joaquin Estefania
El pais
https://elpais.com/ideas/2020-03-06/el-naufragio-moral-de-europa.html

sábado, 30 de noviembre de 2019

Union Europea, Impuestos y Multinacionales

El objetivo de que las multinacionales europeas declaren los impuestos que pagan en cada uno de los países comunitarios se ha quedado en papel mojado. El Consejo de la UE, organismo que representa a los Estados miembros y que tiene competencias legislativas, ha rechazado el jueves que los grandes grupos desglosen en qué países generan sus beneficios y pagan sus impuestos. La propuesta había sido presentada por la Comisión en 2016 y había sido objeto de tres largos años de negociación. Finalmente, el plan ha sido tumbado por 12 Estados miembros, encabezados por Luxemburgo. Países como Chipre, Irlanda o Malta, que cuentan con una imposición fiscal más laxa, también se han opuesto a la medida, frente a grandes economías como Francia, Italia o España. 
La Comisión Europea calcula que la elusión fiscal de las grandes multinacionales tiene un impacto negativo en la recaudación de la UE de entre 50.000 y 70.000 millones al año. Por eso, y tras el escándalo de la filtración de los Papeles de Panamá en 2016, presentó una propuesta de directiva en la que planteaba que las multinacionales europeas con facturación superior a los 750 millones de euros anuales hicieran público en qué países generan sus beneficios y declaran los correspondientes impuestos, unas reglas que también valdrían para las corporaciones extranjeras que tienen grandes filiales en Europa. Además, el Ejecutivo de la UE planteaba que estos grupos revelaran también el resto de tributos abonados fuera del territorio comunitario de manera agregada.


"Es un ultraje que los Estados miembros hayan puesto una vez más los intereses de las grandes empresas por encima de los ciudadanos", ha dicho Elena Gaita, portavoz de la ONG Transparency International UE, que ha tachado la decisión del Consejo de "profundamente decepcionante". "En toda la UE vemos que los ciudadanos no están contentos con multinacionales como Starbucks y Amazon, que ocultan los impuestos que pagan en los países donde operan. Los Gobiernos nacionales simplemente han negado a las personas el acceso a esta información".
Para lograr un consenso, se introdujo la salvedad que las empresas que probaran que sus intereses comerciales se verían perjudicados por la divulgación de su información fiscal pudiesen retrasar su publicación. Aun así, el consejo de ministros de Competitividad donde se debatió la propuesta no llegó a un acuerdo. Se necesitaban 16 votos a favor, pero solo países dieron su 14. Estados como Luxemburgo, Malta, Chipre e Irlanda, cuya imposición fiscal sobre sociedades es inferior a la de otras grandes economías europeas votaron en contra. Letonia, Eslovenia, Estonia, Austria, República Checa, Hungría, Croacia, Irlanda y Suecia se sumaron a la negativa. El Reino Unido no votó y la abstención de Alemania hizo que la balanza se moviera hacia el rechazo de la propuesta. 
Los países que tumbaron el plan de la Comisión alegaron que la base legal de esta norma es tributaria y no de competitividad, lo que implicaría un proceso de aprobación por unanimidad y no por mayoría cualificada. Es decir, el veto de tan solo un Estado bloquearía la medida. Añadieron además que deberían de ser los ministros de Finanzas quienes se encarguen del asunto, y no los responsables de Industria y Empleo presentes en la reunión del jueves, que además ya se está debatiendo en el seno de la OCDE.
La Comisión Independiente para la Reforma de la Fiscalidad Corporativa Internacional (ICRICT, por sus siglas en inglés), una organización sin ánimo de lucro que vela por la justicia fiscal, ha señalado en un comunicado que los Estados que han votado en contra de la propuesta de la Comisión están "poniendo los intereses de las multinacionales por encima de los de los ciudadanos europeos" y ha señalado que el voto por unanimidad que se exige para modificar las normas fiscales debe modificarse. El economista francés Thomas Piketty, que forma parte de la plataforma, ha añadido que esta regla "dificulta el progreso": "Si algunos países no quieren cambiar el sistema, en algún momento creo que los que están dispuestos a seguir adelante deberían cambiarlo sin los demás. Mientras tanto, puede implicar sanciones o medidas apropiadas con respecto a aquellos que no desean cooperar e intentar beneficiarse de la opacidad financiera".
El pais
https://elpais.com/economia/2019/11/29/actualidad/1575034061_614274.html

viernes, 18 de octubre de 2019

Corporate tax avoidance: it's no longer enough to take half measures




Multinationals’ failure to pay is hitting governments’ ability to fight the climate crisis and inequality

Globalisation has gotten a bad rap in recent years, and often for good reason. But some critics, not least Donald Trump, place the blame in the wrong place, conjuring up a false image in which Europe, China, and developing countries have snookered America’s trade negotiators into bad deals, leading to Americans’ current woes. It’s an absurd claim: after all, it was America – or, rather, corporate America – that wrote the rules of globalisation in the first place.

That said, one particularly toxic aspect of globalisation has not received the attention it deserves: corporate tax avoidance. Multinationals can all too easily relocate their headquarters and production to whatever jurisdiction levies the lowest taxes. And in some cases, they need not even move their business activities, because they can merely alter how they “book” their income on paper.

Starbucks, for example, can continue to expand in the UK while paying hardly any British taxes, because it claims that there are minimal profits there. But if that were true, its ongoing expansion would make no sense. Why increase your presence when there are no profits to be had? Obviously, there are profits, but they are being funnelled from the UK to lower-tax jurisdictions in the form of royalties, franchise fees, and other charges.

This kind of tax avoidance has become an art form at which the cleverest firms, like Apple, excel. The aggregate costs of such practices are enormous. According to the IMF, governments lose at least $500bn (£406bn) a year as a result of corporate tax shifting. And Gabriel Zucman of the University of California, Berkeley, and his colleagues estimate that some 40% of overseas profits made by US multinationals are transferred to tax havens. In 2018, 60 of the 500 largest companies – including Amazon, Netflix, and General Motors – paid no US tax, despite reporting joint profits (on a global basis) of some $80bn. These trends are having a devastating impact on national tax revenues and undermining the public’s sense of fairness.

Since the aftermath of the 2008 financial crisis, when many countries found themselves in dire financial straits, there has been growing demand to rethink the global regime for taxing multinationals. One major effort is the OECD’s Base Erosion and Profit Shifting (BEPS) initiative, which has already yielded significant benefits, curbing some of the worst practices, such as that associated with one subsidiary lending money to another. But, as the data show, current efforts are far from adequate.

The fundamental problem is that BEPS offers only patchwork fixes to a fundamentally flawed and incorrigible status quo. Under the prevailing “transfer price system”, two subsidiaries of the same multinational can exchange goods and services across borders, and then value that trade “at arm’s length” when reporting income and profits for tax purposes. The price they come up with is what they claim it would be if the goods and services were being exchanged in a competitive market.

For obvious reasons, this system has never worked well. How does one value a car without an engine, or a dress shirt without buttons? There are no arm’s-length prices, no competitive markets, to which a firm can refer. And matters are even more problematic in the expanding services sector: how does one value a production process without the managerial services provided by headquarters?

The ability of multinationals to benefit from the transfer price system has grown, as trade within companies has increased, as trade in services (rather than goods) has expanded, as intellectual property has grown in importance, and as firms have gotten better at exploiting the system. The result: the large-scale shifting of profits across borders, leading to lower tax revenues.

It is telling that US firms are not allowed to use transfer pricing to allocate profits within the US. That would entail pricing goods repeatedly as they cross and re-cross state borders. Instead, US corporate profits are allocated to different states on a formulaic basis, according to factors such as employment, sales, and assets within each state. And, as the Independent Commission for the Reform of International Corporate Taxation (of which I am a member) shows in its latest declaration, this approach is the only one that will work at the global level.

For its part, the OECD will soon issue a major proposal that could move the current framework a little in this direction. But, if reports of what it will look like are correct, it still would not go far enough. If adopted, most of a corporation’s income would still be treated using the transfer price system, with only a “residual” allocated on a formulaic basis. The rationale for this division is unclear; the best that can be said is that the OECD is canonising gradualism.

After all, the corporate profits reported in almost all jurisdictions already include deductions for the cost of capital and interest. These are “residuals” – pure profits – that arise from the joint operations of a multinational’s global activities. For example, under the 2017 US Tax Cuts and Jobs Act, the total cost of capital goods is deductible in addition to some of the interest, which allows for total reported profits to be substantially less than true economic profits.

Given the scale of the problem, it is clear that we need a global minimum tax to end the current race to the bottom (which benefits no one other than corporations). There is no evidence that lower taxation globally leads to more investment. (Of course, if a country lowers its tax relative to others, it might “steal” some investment; but this beggar-thy-neighbour approach doesn’t work globally.) A global minimum tax rate should be set at a rate comparable to the current average effective corporate tax, which is about 25%. Otherwise, global corporate tax rates will converge on the minimum, and what was intended to be a reform to increase taxation on multinationals will turn out to have just the opposite effect.

The world is facing multiple crises – including climate change, inequality, slowing growth, and decaying infrastructure – none of which can be addressed without well-resourced governments. Unfortunately, the current proposals for reforming global taxation simply don’t go far enough. Multinationals must be compelled to do their part.

Joseph E Stiglitz is a Nobel laureate in economics, university professor at Columbia University and chief economist at the Roosevelt Institute.


 

¿Cómo cobrar impuestos a las multinacionales?


Estos últimos años la globalización ha vuelto a ser blanco de críticas. Algunas de estas críticas tal vez están erradas, pero hay una muy certera: que ha permitido a grandes multinacionales como Apple, Google y Starbucks eludir el pago de impuestos. Apple es el mejor ejemplo de elusión fiscal corporativa: tras declarar que unos pocos cientos de empleados en Irlanda eran la fuente real de sus beneficios, llegó a un acuerdo con el Gobierno de ese país por el que sólo paga en impuestos un 0,005% de sus ganancias. Apple, Google, Starbucks y empresas similares se dicen socialmente responsables; pero el primer elemento de la responsabilidad social debería ser pagar la parte de impuestos que a uno le corresponde. Si todos eludieran y evadieran impuestos como estas empresas, la sociedad no podría funcionar, y mucho menos hacer las inversiones públicas que hicieron posible Internet, de la que dependen Apple y Google.

Las corporaciones multinacionales llevan años alentando a los países a competir entre sí por cobrar los impuestos más bajos. La rebaja impositiva promulgada en 2017 por el presi­dente estadounidense, Donald Trump, fue la ­última etapa de esta “carrera a la baja”, y un año ­después, sus resultados ya son visibles: el estímulo efímero que dio a la economía estadounidense está desapareciendo a toda prisa y dejando tras de sí una montaña de deuda (que el año pasado se incrementó en más de un billón de dólares).

Alertada por el riesgo de que la economía digital prive a los Gobiernos de ingresos con que financiar su funcionamiento (amén de distorsionar la economía, al provocar el abandono de los modos de venta tradicionales), la comunidad internacional por fin se dio cuenta de que hay algo que no cuadra. Pero los defectos del marco actual para la tributación de las multinacionales —basado en los “precios de transferencia”— se conocen hace ya mucho tiempo.

La idea de precios de transferencia se basa en el principio comúnmente aceptado de gravar las actividades económicas según el lugar donde se realizan. Pero ¿cómo se determina dicho lugar? En una economía globalizada, hay productos que atraviesan las fronteras varias veces, por lo general no terminados: camisas sin botones, autos sin transmisión, circuitos electrónicos sin chips. El sistema de precios de transferencia da por sentado que es posible asignar a cada etapa de la producción un valor de forma independiente y luego calcular el valor agregado en cada país. Pero no es así.

Hay que fijar un tributo global mínimo. EE UU y la UE deben tomar la delantera y evitar que ganen las grandes empresas

Esto se complica todavía más por la creciente importancia de las propiedades intangibles e intelectuales, ya que es muy fácil pasar la declaración de propiedad de un país a otro. Por eso hace mucho que dentro de Estados Unidos se dejó de usar el sistema de precios de transferencia, para aplicar en cambio una fórmula que distribuye el total de ganancias de las empresas según la proporción de ventas, empleados y capital que tienen en cada Estado. Tenemos que ir hacia un sistema similar para todo el mundo.

Pero no es lo mismo hacerlo de cualquier modo. Si se aplica una fórmula basada ante todo en el lugar de la venta final (que ocurre desproporcionadamente en los países desarrollados), los países en desarrollo quedarán privados de ingresos necesarios, tanto más necesarios en la medida en que las restricciones fiscales disminuyan los flujos de ayuda internacional. El criterio de lugar de venta final puede ser adecuado para gravar las transacciones digitales, pero no es aplicable a las manufacturas y otros sectores donde es esencial tener en cuenta también el nivel de contratación de empleados en cada país.

Algunos temen que incluir el criterio de contratación agrave la competencia impositiva entre países, ya que los Gobiernos tratarán de alentar a las multinacionales a crear puestos de trabajo en sus respectivas jurisdicciones. La respuesta apropiada a esta inquietud es imponer un impuesto global mínimo a los ingresos corporativos. Estados Unidos y la Unión Europea pueden —y deben— tomar la delantera en esto; si lo hacen, otros los seguirán, y se evitará una competencia en la que sólo las multinacionales ganan.

El proyecto sobre erosión de la base imponible y traslado de beneficios de la OCDE y el G20 viene haciendo desde su creación un importante aporte al replantear la tributación de las multinacionales, al promover una mejor comprensión de algunas de las cuestiones fundamentales involucradas. Por ejemplo, si en las multinacionales hay valor real, el todo es mayor que la suma de las partes. De modo que para la asignación del “valor residual” deberíamos guiarnos por los principios tributarios estándar de simplicidad, eficiencia y equidad, como sostiene la Comisión Independiente para la Reforma de la Fiscalidad Corporativa Internacional (de la que soy miembro). Pero estos principios son incompatibles tanto con el sistema de precios de transferencia como con el criterio de tributación basado en el lugar de venta.

Hay en esto un componente político: el objetivo de las multinacionales es conseguir apoyo a reformas que prolonguen la competencia entre países y las oportunidades de elusión fiscal. Los Gobiernos de algunos países avanzados donde estas empresas tienen una influencia política importante las apoyarán en el intento, aunque al hacerlo pongan en desventaja al resto del país. Otros países avanzados, pensando más que nada en sus propios presupuestos, simplemente lo verán como otra oportunidad de sacar provecho a costa de los países en desarrollo.

La iniciativa de la OCDE y el G20 se presenta como un intento de proveer un “marco inclusivo”. Dicho marco tiene que basarse en principios, no sólo en consideraciones políticas. Si el objetivo es lograr una inclusión auténtica, la principal prioridad debe ser el bienestar de los más de 6.000 millones de personas que viven en los países en desarrollo y en los mercados emergentes.

 

Traducción de Esteban Flamini.

 

Joseph E. Stiglitz es el ganador del Premio Nobel 2001 en Ciencias Económicas. Su libro más reciente se titula ‘El malestar en la globalización revisitado: la antiglobalización en la era de Trump’.

 

© Project Syndicate 1995-2019.

martes, 22 de enero de 2019

AN ECONOMY FOR THE 99%/ OXFAM



 
Interesting OXFAM report to reflect on how to tackle poverty and inequality

New estimates show that just eight men own the same wealth as the poorest half of the world. As growth benefits the richest, the rest of society – especially the poorest – suffers. The very design of our economies and the principles of our economics have taken us to this extreme, unsustainable and unjust point. Our economy must stop excessively rewarding those at the top and start working for all people. Accountable and visionary governments, businesses that work in the interests of workers and producers, a valued environment, women’s rights and a strong system of fair taxation, are central to this more human economy.