martes, 7 de abril de 2015

China y Occidente en el contexto global

 
El desafío de la nueva ruta de la seda
 
El ascenso de China ha sido, probablemente, el hecho de mayor relevancia geoestratégica en las últimas dos décadas. Sin embargo, Occidente no ha acomodado a China, ni al resto de emergentes, en los esquemas de gobernanza global conforme a su peso geopolítico y económico.
La expansión de la presencia china en Asia, África y América Latina ha estado marcada por relaciones estrictamente bilaterales e inversión en infraestructuras, con la intención principal de obtener a cambio materias primas. Además, esta estrategia ha sido ejecutada por empresas estatales, en muchos casos sin tener en cuenta algunos estándares internacionales. Así, gracias a sus 3,8 billones de dólares en reservas de divisas, China se ha erigido en el principal proveedor de financiación a escala mundial de los países en desarrollo. El Banco de Desarrollo de China, de hecho, ya concede más préstamos que el propio Banco Mundial.
Occidente, desde hace ya tiempo, ha instado a Pekín a cambiar este modelo de diplomacia financiera bilateral por un enfoque multilateral más acorde con sus estándares. Estamos ya acostumbrados a escuchar que China debería implicarse más en la provisión de bienes públicos globales. El presidente Obama llegó, incluso, a acusar a Pekín de free rider o polizón.
El esperado momento de cambio ha podido llegar con el acceso de Xi Jinping al poder, sea por el mayor interés chino en los asuntos globales o por imperativo económico. El gigante asiático se encuentra en un momento de ralentización del crecimiento, a la vez que economías clave para China introducen medidas proteccionistas. Ya no sólo es necesario exportar sino también potenciar mercados internos fuera de sus fronteras. De esta manera se incentivaría la demanda de productos chinos y daría salida al exceso de capacidad de ciertos sectores productivos. Resulta aconsejable, para ello, un enfoque más multilateral y minimizar los riesgos en sus inversiones. Así lo demuestran sus recientes iniciativas en política exterior y su mayor compromiso con el proceso de globalización, muy beneficioso para China.
La creación en julio del año pasado del Nuevo Banco de Desarrollo (NDB en sus siglas en inglés) fue un paso en esta dirección. El NDB agrupa a las cinco economías BRICS —Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica— y está dotado con 100.000 millones de dólares. Xi, en la misma línea, anunció la creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (AIIB), con sede en Shanghái, durante la cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) celebrada en Pekín.
Nos encontramos, por último, con un fondo para la nueva ruta de la seda dotado con 40.000 millones de dólares, que viene a complementar compromisos previos de inversión en Asia Central por más de 50.000 millones de dólares. El fondo se circunscribe a la iniciativa de las nuevas rutas de la seda con las que China pretende invertir en proyectos de infraestructura en Eurasia. La iniciativa abarca a 60 países que albergan a casi dos tercios de la población mundial y representan una tercera parte del PIB global. Incluiría un cinturón económico terrestre a través de Asia Central y un camino marítimo del siglo XXI que abarcaría el océano Índico y los mares de China Meridional y el Mediterráneo. Las dos rutas, combinadas, conformarían una red —y no tanto un camino— que facilitaría la conectividad entre Asia y Europa.
El plan de Pekín abarca 60 países que albergan dos tercios de la población y una tercera parte del PIB
En su tramo europeo, destaca la inclusión del puerto griego de El Pireo en el brazo marítimo del proyecto. El puerto está parcialmente operado por la naviera estatal china Cosco. En torno al 80% del comercio chino con la UE es marítimo. El Pireo estará conectado con el resto de Europa a través de infraestructuras financiadas por China en los Balcanes y Hungría. Esta mejora de la conectividad consolidará a China como principal socio comercial de la UE, categoría que ha ocupado durante la última década. La iniciativa reafirma la voluntad china de consolidarse como un poder euroasiático conectando los dos extremos más dinámicos del continente: Asia Oriental y Europa Occidental. Ocupa, a su vez, los espacios perdidos por Rusia en Asia Central y trata de apaciguar las disputas territoriales con sus vecinos inmediatos.
Parece relevante, en este contexto, la incorporación de Reino Unido al AIIB como miembro fundador. La nueva posición británica está arrastrando a otros países europeos (Alemania, España, Francia o Italia), de Asia-Pacífico (Corea y Australia) y emergentes (Brasil, Rusia y Turquía) a participar en el accionariado del AIIB. Este viraje es interpretado por Washington como un revés geopolítico para EE UU.
Esta interpretación, a mi juicio, es errónea. No hemos sido capaces de reformar las instituciones internacionales creadas tras la II Guerra Mundial para hacerlas inclusivas y eficaces. El Banco Asiático de Desarrollo (ADB) es un buen ejemplo. Está liderado por Japón y EE UU, cada uno de ellos ostenta cerca de un 13% de votos y el presidente siempre ha sido japonés. China no alcanza el 6% de votos. Lo mismo podría decirse del Banco Mundial o del FMI, que sigue controlado por europeos y norteamericanos. La reforma acordada en 2010, en la cumbre del G20 en Seúl, aumentó la cuota de China del 3,65% al 6,19%. Pero aunque esta reforma era un pequeño paso en la buena dirección, todavía no se ha implantado debido a que el Ejecutivo estadounidense es incapaz de convencer al Congreso de que ratifique el acuerdo. Peor aún: cinco años después, esta no reforma ya se ha quedado desfasada.
Es el momento para que EE UU y el gigante asiático generen confianza estratégica mutua
Revisando lo anterior, no debe extrañar que China cree un nuevo banco de desarrollo regional, en este caso especializado en infraestructuras. Demuestra que estas nuevas iniciativas chinas no son revisionistas sino reactivas. Si las instituciones existentes no dan cabida a China y a otros emergentes, estos se verán forzados a crear estructuras nuevas. Se fragmentaría, como consecuencia, la gobernanza global en un sistema de bloques ideológicos y económicos a modo de globalización parcelada. La incorporación del Reino Unido y otros europeos al AIIB es, por ello, bienvenida; ya que podría facilitar que estas nuevas instituciones se conviertan en complementarias y no en rivales. No estaríamos, en ese caso, ante un juego de suma cero. Ambos bancos de desarrollo asiáticos debieran ser, idealmente, capaces de complementarse como lo hacen en América Latina el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el Banco de Desarrollo de América Latina (CAF). Por otra parte, esta habría sido una gran oportunidad para que la Unión Europea pudiera estar representada directamente, como Unión, en el AIIB; tal y como sucede ya en el G20 o en la Organización Mundial de Comercio.
Occidente debe mantener una actitud abierta hacia estas nuevas propuestas chinas, aunque combinada con una actitud exigente a la hora de asegurar la multilateralidad, transparencia y rendición de cuentas de los nuevos instrumentos. De esta manera se aseguraría la orientación de las inversiones hacia criterios de mercado, protección medioambiental y unos mínimos estándares laborales. Hay más medidas pendientes, como agregar el renminbi (yuan) a la canasta de monedas con la que se calculan los derechos especiales de giro en el FMI. También buscar aspectos complementarios en las dos grandes negociaciones comerciales en Asia: el Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica (TPP, liderado por EE UU) y el Área de Libre Comercio del Asia-Pacífico (FTAAP, preferido por China). En términos generales, una aproximación occidental de este tipo obligaría a China a asumir una parte proporcional de la responsabilidad que le corresponde en la provisión de bienes públicos globales.
Es una buena noticia que China adopte un enfoque más multilateral y un mayor compromiso con el proceso de globalización. Sería conveniente que, durante los próximos meses, se consiguiera alinear los intereses de la UE, EE UU y China de cara a la presidencia del G20 que ostentará Pekín en 2016. Parece el momento adecuado para que EE UU y China generen confianza estratégica mutua para desbloquear la asunción de responsabilidades a nivel global. En un mundo tan interdependiente como el actual, esta es una oportunidad que no debemos desaprovechar.
Javier Solana fue secretario general de la OTAN y Alto Representante del Consejo para la Política Exterior y de Seguridad Común de la Unión Europea.
© Project Syndicate, 2015.

lunes, 6 de abril de 2015

Debt: IMF financing versus debt-restructuring


Debt: IMF financing versus debt-restructuring

27 March 2015

  • The IMF has generally met its counter-cyclical lending objectives.
  • The IMF has been improving in terms of providing adequate lending facilities and focusing conditionality on macro-relevant areas.
  • In contrast to the IMF, debt-restructuring practices have not improved over time despite attempts at collective action to revise current arrangements.

​In the twentieth and early twenty-first centuries, debt crises have plagued low-, middle-, and high-income countries at various times. Indebted countries have generally addressed balance of payments crises either by (a) obtaining International Monetary Fund (IMF) emergency financing; or (b) negotiating debt-restructuring arrangements with creditors.


The evolution of the IMF: who is helped, and under what conditions?

The IMF was primarily used to assist high-income countries experiencing severe balance of payments problems until the mid-1970s. During the 1980s, however, high-income countries essentially ceased to use IMF funds, only to again become reliant on them during the more recent North Atlantic financial crisis.

Low-income countries have always required IMF funding (this category accounts for approximately 30 per cent of borrowers). Middle-income countries have also relied on IMF funds but did not become more substantial users of financing until the debt crisis of the 1980s in Latin America. Subsequent crises in emerging economies in East Asia in 1997, and then in Russia, South America and Turkey, necessitated further emergency funding for middle-income states. These emerging country crises comprised much of the IMF’s activities in the 1980s and 1990s.

One key component of IMF financing has been the requisite conditionality that accompanies the allocation of emergency financing. Initially, countries could count on almost automatic funding from the IMF. At the urging of the United States, however, loans began to be granted with specific conditions in order to safeguard Fund resources and, in some cases, reflect the interests of more influential countries. In general, conditionality imposed contractionary macroeconomic policies on recipient countries.

In the 1980s and 1990s, the effectiveness of the structural adjustment programmes that had been attached to many loans was called into question. Concern over conditionality eventually led to much-needed reforms in the 2000s in which policies were revised to be more macro-relevant and country-specific. The most important advancement in this area occurred in 2009 with the elimination of structural benchmarks. This was particularly important as the stigma of structural conditionality that had been previously attached to IMF loans was finally removed.

Debt restructuring

While IMF financing is certainly useful for many circumstances, emergency lending of this type is not always feasible or advisable for two reasons. First, emergency lending may result in unsustainable levels of foreign debt. Second, it may generate a moral hazard for creditors involved in the bailouts, since emergency lending effectively means that official resources are used to bail out the private sector. Debt-restructuring—the process of renegotiating debt repayments, and sometimes reducing debt amounts—can therefore be an important tool to address more deeply entrenched problems with a country’s balance of payments.

The line between emergency lending and the option for debt-restructuring has typically been drawn between issues of liquidity and solvency. While emergency lending is particularly useful for short-term liquidity issues, more extreme situations of insolvency call for debt-restructurings with both official and private creditors to overcome serious issues of over-indebtedness.

In the nineteenth and first half of the twentieth century, defaults and later debt-restructuring became common, reaching a peak during the Great Depression of the 1930s and subsequent restructurings. Debt workouts of that time did not change significantly until after the Second World War and the development of a new mechanism in the 1950s to renegotiate official bilateral debts. Although there have been numerous attempts at collective action since the 1970s, the Paris Club has proved inadequate and an official debt-restructuring mechanism has yet to be put into place to manage unsustainable debt burdens.

Proposing a multilateral mechanism to restructure debt

With no official debt-restructuring mechanism currently in place, it is imperative for some orderly process to be implemented in order to effectively and equitably manage debts. In order to administer debt workouts, a multilateral mechanism based on a sequence of voluntary negotiations, mediation and eventual arbitration with pre-established deadlines could be utilized (similar to the World Trade Organization’s dispute settlement process). With such an arrangement, the defaulting country would attempt to reach a voluntary agreement with creditors across different classes, including official creditors. In the absence of an agreement, the institution in charge would attempt to mediate or arbitrate the dispute and would also have the authority to request that creditors provide new financing for the country undergoing debt-restructuring.

Such a mechanism could be created as an independent body under the UN system or, even better, an amendment to the IMF Articles of Agreement could be ratified to create such a mechanism, so long as the mechanism’s independence would not be sacrificed. The workout mechanism would ideally act as a single system for debt relief.

It would focus primarily on sovereign debts but could, in some cases, also be utilized for private sector debts that impact the overall balance of payments. It would also require three complementary mechanisms: an international registry of debt; a mechanism for creditor co-ordination for individual renegotiations; and a Sovereign Debt Forum that would involve not only governments and international institutions but also the private sector and civil society. The establishment of such a process would greatly improve the efficacy and equity of debt-restructuring initiatives.
  • A multilateral mechanism—based on voluntary negotiations, mediation, and arbitration with pre-established deadlines—is essential to improve the effectiveness of current debt-restructuring practices.


​This Research Brief is the based on the WIDER Working Paper 2015/11 'Resolution of balance of payments crises: Emergency financing and debt workouts' by Ahmed Farouk Ghoneim.

 

jueves, 12 de marzo de 2015

La “máquina infernal” de la eurozona

Los problemas estructurales de Europa requieren una solidaridad democrática entre los ciudadanos de todos los países miembros que ni existe ahora mismo ni parece que vaya a existir en un futuro próximo.

 
Si fracasa el euro, fracasa Europa”. Así habló Angela Merkel. Por desgracia, el euro está fracasando, si bien poco a poco. Incluso en el caso de que Grecia se vaya, no parece probable que la eurozona se derrumbe a corto plazo, aunque podría ocurrir. Hay muchas más posibilidades de que se arrastre como un tractor kazajo de mala calidad, con un crecimiento más lento, más desempleo y más sufrimiento humano de los que habrían experimentado esos mismos países sin la unión monetaria. Sin embargo, la miseria se repartirá de forma desigual entre los países deudores y los acreedores, las dificultades del sur y la prosperidad del norte.

 

Esas distintas experiencias se reflejarán en las elecciones nacionales y crearán más tensiones como las que ya hemos presenciado entre Alemania y Grecia. Al final se encontrará una salida, pero puede ser un proceso muy largo. “Es mucha la ruina en una nación”, escribió Adam Smith. Tras los extraordinarios logros alcanzados en los 70 años transcurridos desde 1945, y los recuerdos y esperanzas que sigue inspirando el proyecto europeo, queda todavía mucha ruina en nuestro continente.
Hace poco participé en un acto en Francfort al que asistieron representantes de los principales inversores europeos. Se hizo una encuesta rápida en la que se proponían varias respuestas sobre cómo podría estar la eurozona dentro de cinco años y se preguntaba cuál era la más probable. Casi la mitad de los asistentes respondieron, como yo, “Igual que Japón en los años noventa”. El 20% escogió “¿Qué eurozona?” El 18% dijo “Reino Unido después de Thatcher”, es decir —supongo—, una economía más pobre y ahorradora, cuyas políticas de austeridad y reformas estructurales crearían crecimiento pero también trastornos y desigualdades. Salvo que las desigualdades no se producirían en un solo país, sino que se repartirían de forma irregular entre varios. Alemania y otros países del norte de Europa seguirían siendo los más beneficiados y otros los más perjudicados.
Decir esto es apoyar un análisis económico con el que los principales políticos y economistas alemanes están ferozmente en desacuerdo. La austeridad y las reformas estructurales son el verdadero camino de salvación, insisten. Ya lo dijo Merkel en 2013: “Lo que hemos hecho lo pueden hacer todos los demás”. Pero esta afirmación tiene al menos tres fallos. Para empezar, como sabe cualquier buen médico, hasta la mejor medicina puede tener consecuencias desastrosas si se administra una dosis demasiado fuerte a un paciente debilitado. Segundo, los griegos, los italianos y los franceses no son los alemanes. Sus economías, desde luego, necesitan reformas estructurales como las que han impulsado, por ejemplo, las exportaciones españolas, pero ni sus sociedades ni sus empresas tienen el mismo tipo de reacción. Tercero, si toda la eurozona se convierte en un gran Exportweltmeister a la alemana, ¿quién consumirá sus productos? Parte de la demanda debe venir de ella misma, sobre todo de los países más ricos como Alemania. Si todos los demás países deben tener un comportamiento más parecido al de Alemania, esta tendrá que comportarse de manera un poco distinta. Pero el país no está preparado para hacerlo.
A largo plazo, Alemania sufrirá las consecuencias, pero a corto plazo, no. Cuando se da un paseo por la mayoría de las ciudades alemanas, uno se pregunta: ¿Crisis? ¿Qué crisis? Aunque Alemania ha tenido que rescatar a países como Grecia, gran parte de ese dinero ha ido a parar después a los imprudentes prestamistas, entre los que estaban sus propios bancos. Y las exportaciones alemanas han sacado enorme provecho a la eurozona.
Gran parte del dinero del rescate a Grecia ha ido a parar a los imprudentes prestamistas alemanes
En Francfort, la miseria de Atenas parece muy lejana. Al reflexionar sobre las políticas de austeridad en el sur de Europa, un banquero alemán dijo: “El problema de Grecia es que nunca lo han intentado”. Se refería a un país en el que personas que eran de clase media se ven ahora obligadas a recurrir a los comedores sociales, uno de cada dos jóvenes está en paro y, según un cálculo de Martin Wolf en el Financial Times, desde 2008, “el gasto de los griegos en bienes y servicios ha caído al menos un 40%”.
El problema estructural es que la zona monetaria es europea pero las políticas democráticas siguen siendo nacionales. No es que no se pueda hacer nada, si la política lo permitiera. En privado, todo el mundo reconoce que Grecia no puede devolver toda su deuda, así que dejemos que Berlín negocie con el nuevo Gobierno griego el perdón explícito de la deuda a cambio de unas verdaderas reformas. O que suban los salarios y los precios en Alemania y eso ayude a restablecer el equilibrio interno de la eurozona. O acordemos unas transferencias fiscales de los Estados más ricos a los más pobres como las que se hacen en una verdadera unión federal, por ejemplo Estados Unidos, donde nadie espera que Alabama se coloque pronto a la altura de Silicon Valley. Lo que ocurre es que, al crear la unión monetaria sin unión fiscal ni política, los europeos pusieron el carro delante de los bueyes, y ahora los bueyes no quieren empujar el carro.
La democracia nacional somete a la integración europea a unas tensiones cada vez mayores. Es lo que piensan algunos dirigentes de las instituciones en Bruselas. El comisario europeo francés, Pierre Moscovici, habla de “la Comisión de la última oportunidad”. Pero no pueden hacer gran cosa al respecto, porque el poder reside sobre todo en los gobiernos nacionales democráticamente elegidos.
La movilidad laboral garantizada por la UE también es una válvula de seguridad importante
Quiero dejar clara una cosa: si tengo que elegir entre la democracia y una versión paternalista y euroleninista de la integración europea, escojo la democracia, sin duda. Después de la victoria de Syriza, el vicepresidente finlandés de la Comisión, Jyrki Katainen, dijo: “No cambiamos las políticas en función de las elecciones”. Por supuesto que lo hacen. Se llama democracia, y es el mejor invento político de Europa. Lo malo es que los problemas estructurales de la eurozona requieren una solidaridad democrática entre los ciudadanos de todos los países miembros que no existe en la actualidad ni parece que vaya a existir pronto.
De modo que seguimos debatiéndonos entre la política nacional y la política europea, mientras la unión monetaria que debía integrar Europa la desgarra poco a poco. Será una tortura lenta. En los países que más sufren por culpa de esta “máquina infernal”, como llamó un dirigente alemán a la eurozona, existe aún un deseo apasionado de permanecer “en Europa”. A pesar de su radicalismo, Syriza ha mostrado una considerable disposición a hacer concesiones para quedarse en Europa. Tengo la impresión de que ocurriría lo mismo con Podemos en España.
Estos países siguen teniendo la red de seguridad que les proporciona el Estado de bienestar, a pesar de todo lo que se ha reducido. Los jóvenes parados cuentan con el colchón de que sus padres tienen todavía sitio para ellos en sus casas y algunos ahorros que les permiten ayudarles, el Banco de Papá y Mamá. La movilidad laboral garantizada por la UE también es una válvula de seguridad importante, porque permite que jóvenes españoles con dos títulos universitarios vayan a trabajar de camareros a Londres o Berlín. Claro que las migraciones alimentan la retórica antieuropea de partidos como el UKIP y Alternative für Deutschland, que aprovechan los temores genuinos de la población ante los inmigrantes. Y esas reservas materiales y culturales, poco a poco, acabarán agotándose.
¿Y entonces, qué? A mi corazón no le gusta lo que me dice la cabeza. Pero depende de nosotros, y aún estamos a tiempo de invertir la tendencia. ¿Podrán los europeos del 89 —la generación nacida alrededor y después de ese año— generar la imaginación y la voluntad política que las políticas actuales no saben despertar?
 
Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, donde dirige en la actualidad el proyecto freespeechdebate.com, e investigador titular de la Hoover Institution en la Universidad de Stanford. Su último libro es Los hechos son subversivos: Escritos políticos de una década sin nombre.Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
 

miércoles, 4 de marzo de 2015

Grecia abre una brecha

El pacto al que ha llegado Grecia con el Eurogrupo (prórroga de la asistencia financiera a cambio de determinadas reformas) se ha vendido en muchos sitios como una victoria de Alemania y sus aliados, y una humillación para el nuevo Gobierno heleno. No hagan caso. Es una opinión políticamente interesada. Léanlo y hagan dos columnas con los puntos con los que Syriza puede sentirse cómodo y los que no.

Para la comparación recuérdese cómo entraba Grecia en esa negociación: una depresión económica que la ha devastado y que es equiparable a la de los años treinta del siglo pasado, una tasa de paro de más del 25% de la población activa y un paro juvenil que en algunos momentos ha sido del 61% del total. Y un mandato neto de los ciudadanos a Syriza: la victoria no es para sacar al país del euro. Y téngase en cuenta del mismo modo, cómo llegaban Alemania y sus aliados a las reuniones con los orgullosos parvenus: con los cuchillos afilados, dejan todo como estaba, sin cambiar una coma del memorándum de entendimiento, y manteniendo el control íntegro de los hombres de negro sobre la economía griega.

No hay acuerdo sin concesiones. ¿Qué poder de negociación tenía Grecia? Obviamente no mucho: la influencia estaba en el otro lado de la mesa. Grecia es sólo el 2% de la economía total de la eurozona. Su primer éxito era la negociación misma: no se puede plantear la posibilidad de un acuerdo sin condiciones. La alternativa era un no acuerdo, ni condicionado ni sin condicionar. Y además, con la limitación temporal que ponía aún más restricciones: el último día de febrero finalizaba la ayuda del Banco Central Europeo a la banca griega, muy castigada por las fugas de capitales. Si no hubiera habido prolongación de las muletas financieras se habrían tenido que establecer controles de capitales con el fin de evitar la quiebra de muchos bancos (con el efecto contagio consiguiente), el impago de la deuda y, tal vez, la salida del país de la zona euro.

Las consecuencias generales de ese acuerdo son, entre otras, las siguientes. Primera, Grecia ha sido el primer país que ha peleado con Bruselas, Francfort y Washington (ya se verá al final con qué éxito) las condiciones económicas de sus ciudadanos, sin el entreguismo de otros países (remember Hollande, la última gran decepción). Segunda, el ambiente interno ha cambiado: el ánimo y la dignidad no estaban presentes en las calles hace apenas unas semanas. El 76% de los encuestados, independientemente de a quien votaron el 25 de enero, apoyan a Tsipras y Varoufakis en este envite.
Y tercero, y no menos importante: en las bambalinas de estas negociaciones se han desvelado por fin las distintas sensibilidades que existen en Europa. Los hasta ahora minoritarios han empezado a enseñar la patita: el comisario Moscovici frente al presidente del Eurogrupo Dijsselbloem; el vicecanciller alemán Sigmar Gabriel frente al halcón Schäuble; y Alemania y sus glacis frente al resto, lo que se manifiesta en la cantidad de salvedades y reservas que han acompañado el visto bueno a las reformas presentadas por Grecia. El economista americano James Galbraith, asesor del ministro de Finanzas Yanis Varoufakis en estas negociaciones, ha hecho unas interesantísimas declaraciones (véanse íntegras en ctxt.es), en las que dice: “España fue uno de los gobiernos que más se opuso a hacer concesiones a Grecia. Fue muy beligerante. Es comprensible porque están preocupados por los efectos en la política interna del auge de partidos en la oposición que defienden propuestas parecidas a las de Syriza (…) Hay que decir que Irlanda no fue tan tajante. España y Portugal mantienen el convencimiento de que las políticas de austeridad funcionan y esperan que sus electorados lo crean”.

No conviene olvidar las lecciones de la historia. Detrás de un hipotético fracaso de Syriza no sólo está Nueva Democracia y Samaras (la derecha derrotada) sino Amanecer Dorado, agazapado y esperando su oportunidad, y que fue la política de austeridad aplicada por el canciller Heinrich Brüning la que sumió a la Alemania de los años treinta aún más hondamente en la depresión y abrió el camino a la toma de poder por los nazis.

http://economia.elpais.com/economia/2015/03/01/actualidad/1425242216_093751.html

miércoles, 18 de febrero de 2015

España y la inversion en innovacion


Excelente articulo de Javier Santiso sobre el desarrollo tecnologico en España en comparacion con Corea del Sur.
 
Corea del Sur golea a España

Hay que combinar los activos vitales con la innovación y la competitividad


Europa está perdiendo el Norte. En el mundo 3.0 hemos dejado de alinear grandes empresas disruptivas. Mientras, los países emergentes están dejando el Sur: empezaron la gran migración hacia el nuevo siglo, descargando las killer apps de competitividad, apostando masivamente por la innovación y la tecnología, el Internet industrial y la economía ceativa. China, por ejemplo, ya no ambiciona ser sólo la gran factoría de bajo coste del mundo: en 2015 acaba de anunciar un megafondo de venture capital de tamaño descomunal, más de 5.700 millones de euros para invertir en startups tecnológicas, subir a marcha forzada en la cadena de valor. Una de sus startups,Alibaba, ya se ha convertido de hecho en la mayor salida a Bolsa en Estados Unidos, superando el hito de Facebook.

Haríamos bien en España de tomarle el pulso a esta gran tectónica que está sacudiendo el mundo. En Asia hay un país singularmente interesante para nosotros, españoles: Corea del Sur. Como nosotros, no tienen riquezas, no tienen materias primas, ni oro negro. En 1960, hace un cuarto de siglo, Corea del Sur era más pobre que España y que la mayoría de los países de América Latina. Hoy en día el PIB por habitante está por superar el de España. El país tiene de hecho el mismo número de habitantes que España, unos 50 millones. Su PIB nominal es también comparable al español: casi de 1,4 billones de euros, frente al poco más de un billón de euros de España —sí, abramos bien los ojos, el año pasado, en 2014, Corea del Sur ya superó a España en el ranking mundial del PIB, tanto a paridad del poder adquisitivo (PIB-PPA) como en euros corrientes.

Como nosotros, Corea ha padecido recientemente un infarto masivo, un derrame cerebral sin precedentes, que casi se lleva la economía por delante, la Bolsa y la vida. Nosotros lo hemos vivido en 2008, ellos en 1998, justo a 10 años de distancia, un abrir y cerrar de ojos. Es interesante por tanto alinear ambos países (de tamaño comparable), y, más aún, ver cómo Corea ha salido de sus crisis y nosotros de la nuestra. Y quizás aprender de lo que ellos han hecho entre 1988 y 2003 y lo que nosotros (no) hemos hecho entre 2008 y 2013. Es lo que hemos hecho en uno de los capítulos del libro España 3.0. La goleada es impactante, rotunda como la final de Alemania y Brasil del último Mundial. Cierto, nos podremos siempre consolar con tener una selección que ha ganado un Mundial (Corea no) y ostentar dos de los mejores clubes de fútbol del mundo (Corea no tiene ninguno). Sin embargo, en la liga económica, en innovación, en educación, en digitalización, en internacionalización, Corea nos golea masivamente.

Dos crisis, dos países de tamaño comparable, y muy diferentes respuestas

En materia económica salen a hombros de la plaza de toros, cortando orejas y rabo, una estocada limpia, con estilo (los coreanos no son desde luego toreros de salón). Mientras ellos, en medio del infarto, han apostado por subir las dosis de educación e innovación, nosotros las hemos recortado. Corea del Sur se ha digitalizado de manera masiva: hoy en día es el país con mayor velocidad de banda ancha del mundo. Una sola empresa surcoreana, Samsung, patenta más que toda España, e invierte tanto en innovación y desarrollo como todo nuestro país. En educación, otra de las killer apps de competitividad que los coreanos han sabido descargar magistralmente, el país lidera ahora las clasificaciones mundiales de la OCDE (mientras España a duras penas coletea en los puestos treinta y algo). La goleada es masiva. Nuestro rezago ya no es (sólo) con Alemania o Estados Unidos, sino (también) con países emergentes como Corea del Sur, ayer más pobres que nosotros, y hoy más punteros e innovadores.

Mientras Corea del Sur aumentó más de un 50% su inversión en I+D entre 1998 y 2003, pasando de 14.000 millones de euros a más de 22.000 millones de euros, nosotros, muy hispanos, la bajamos casi un 10%, de menos de 15.000 millones de euros a unos 13.000 millones de euros. Dos crisis, dos países de tamaño comparable, y respuestas muy diferentes. Es decir, cuando Corea del Sur sale de su crisis, su apuesta de futuro y proyecto país es claro: ser una sociedad abierta y una economía creativa, y apostar por la innovación. Se atreve, apuesta fuerte. Nosotros, al contrario, al salir de nuestra crisis invertimos dos veces menos que los surcoreanos cuando salieron de la suya. Nos hemos encogido. No valen aquí excusas sobre si una crisis u otra eran más severas: en ambos casos han sido infartos masivos. Las terapias, sin embargo, han sido muy diferentes.

En innovación, en educación, en digitalización, en internacionalización, Corea nos supera masivamente

La responsabilidad no es sólo pública, también es privada. No vale con echarle (toda) la culpa al Estado y a los Gobiernos de turno: hay de hecho muchas islas valientes, en el ICO, en el CDTI, en ENISA, en muchas agencias públicas regionales y en centros de investigación que se empeñan en apostar por una España 3.0. Hoy en día, Corea del Sur invierte en innovación casi 44.000 millones de euros, el 78% de los cuales proceden del… sector privado. La situación es muy diferente en España, donde la inversión proviene sobre todo del sector público. Nuestra apuesta colectiva por la innovación apenas alcanza el 1,3% del PIB (contra el 4% del PIB en Corea del Sur). Apenas el 53% de la inversión en I+D española procede del sector privado, una cifra muy alejada de la de países líderes como Finlandia (69%) o… Corea del Sur (78%). Con más de 8.800 millones de euros invertidos en I+D, una sola empresa surcoreana (Samsung) casi iguala así a todo lo invertido por España: 13.000 millones de euros en 2013.

Nos podremos siempre consolar con tener mejor calidad y estilo de vida que Corea del Sur. Pero podríamos aspirar a más. Y aquí está, quizá, el secreto del país que podríamos ser: combinar nuestra alegría y nuestro don para la felicidad —en esto estamos en la primera liga mundial— con más pujanza en innovación y tecnología, Internet industrial y economía creativa. En vez de empeñarnos en atraer casinos deberíamos esforzarnos en atraer industrias, centros de innovación y alta tecnología. Seríamos entonces un país verdaderamente único: competitivos como el surcoreano, innovadores como el israelí, y felices como el español. Seríamos, entonces simplemente, nosotros, una España 3.0. Un país posible.

Javier Santiso es profesor de Economía, ESADE y vicepresidente de ESADEgeo

Este artículo se inspira de uno de los capítulos del libro España 3.0: Necesitamos re-setear el país, Planeta, 2015.

 

jueves, 12 de febrero de 2015

Grecia y Europa: ¿a donde van?

Dani Rodrik es un economista turco que da clases en Harvard. Está considerado uno de los más influyentes del mundo. Forma parte de esa pequeña tribu de científicos sociales, junto a gente como Piketty o Varoufakis, hoy muy de moda, cuyos estudios tanto ayudan a entender lo que está ocurriendo entre nosotros, aunque no pertenezcan a las ortodoxia académica que ha sido hegemónica hasta ahora y que tantas veces ha pecado de falta de acierto.
Hace unos años, en su libro de referencia La paradoja de la globalización (Antoni Bosch editor), Rodrik expuso su ya famoso “trilema”: existiendo la soberanía de los Estados nación, la democracia y la globalización, sólo dos de estas tres alternativas son compatibles entre sí al mismo tiempo. No las tres juntas. En su caso, los pueblos habrán de renunciar a decidir autónomamente su política económica, o a la toma democrática de las decisiones, o a integrarse en un espacio superior, como por ejemplo el de la Unión Europea.
Este esquema teórico de discusión es el que se ha proyectado ahora en Grecia cuando un nuevo Gobierno pretende ejercer las tres premisas a la vez: la democracia, la soberanía nacional y respetar las reglas de juego de la eurozona. El caso contrario sería, por ejemplo, el de Gran Bretaña, que prefiere alentar su soberanía en un marco democrático, desinflando su relación con la Unión Europea.
El proyecto europeo nació para evitar las grietas que ha ampliado la austeridad
Seguramente Rodrik no pensaba precisamente en Grecia, un país que sólo es el 2% de la economía europea, como escenario de su “trilema”. ¿Por qué ha sucedido así? Por la conjunción de dos astros íntimamente relacionados: porque allí se ha producido el austericidio más potente durante los años de la crisis (paro del 25%, pérdida de riqueza de otro 25% y un crecimiento exponencial de su deuda pública hasta el 175% de su PIB); y porque un nuevo Ejecutivo pretende corregir la tendencia, demostrando que no es indiferente quién gobierne en los países.
Esta semana es decisiva para el país heleno. Alexis Tsipras presenta su programa de Gobierno. Inmediatamente después, él y sus representantes se confrontarán en las reuniones orgánicas oficiales de las instituciones europeas, Eurogrupo, Ecofin y Consejo Europeo. Coincidiendo con ello, un numeroso grupo de economistas, fundamentalmente europeos y norteamericanos, ha hecho público un manifiesto titulado Estamos con Grecia y con Europa (en España ha sido asumido por Economistas frente a la Crisis, que es quien lo ha hecho público: www.economistasfrentealacrisis.com) que pide, sobre todo, que se respete la decisión del pueblo griego de elegir un nuevo camino y que se negocie lealmente con sus nuevos representantes la resolución del problema de una deuda impagable, so pena de acabar con el futuro de las próximas generaciones.
Este manifiesto abunda la idea de quienes sostienen que la austeridad impuesta ha ensanchado las grietas en Europa. Del mismo modo que la extrema desigualdad en el interior de los países socava a sus sociedades y debilita los sistemas políticos, la divergencia entre Estados (Norte y Sur, centro y periferia, acreedores y deudores,…) genera rivalidades y hace peligrar el proyecto europeo, que nació precisamente para evitarlas. Hasta la Gran Recesión se creía que el proyecto de integración europea era un juego de suma positiva en el que todos los participantes ganaban: unos ganaban más que otros, pero todos ganaban. En la medida en que la crisis económica y su gestión ha introducido problemas redistributivos generales y generado entre los ciudadanos percepciones de suma cero (o negativos) —lo que unos ganan es a costa de otros— las fricciones se han generalizado y se ha multiplicado el euroescepticismo.
Por ello, lo que está en juego en este envite no es sólo el destino de Grecia sino también el futuro de Europa en su conjunto. Es la oportunidad de revisar una arquitectura institucional y una política económica que han fallado a los ciudadanos. Ha fallado en su objetivo de crear prosperidad, empleo, igualdad, solidaridad y porque no ha difundido su razón de ser, la propuesta de Europa a los europeos y al mundo: el Estado de Bienestar. Es una oportunidad de resolver el “trilema” de Rodrik y decidir si el triángulo político es equilátero, isósceles o escaleno. Otra vez Grecia como laboratorio.
 
articulo de Joaqui Estefania