Estos últimos años la
globalización ha vuelto a ser blanco de críticas. Algunas de estas críticas tal
vez están erradas, pero hay una muy certera: que ha permitido a grandes
multinacionales como Apple, Google y Starbucks eludir el pago de impuestos.
Apple es el mejor ejemplo de elusión fiscal corporativa: tras declarar que unos
pocos cientos de empleados en Irlanda eran la fuente real de sus beneficios,
llegó a un acuerdo con el Gobierno de ese país por el que sólo paga en
impuestos un 0,005% de sus ganancias. Apple, Google, Starbucks y empresas
similares se dicen socialmente responsables; pero el primer elemento de la
responsabilidad social debería ser pagar la parte de impuestos que a uno le
corresponde. Si todos eludieran y evadieran impuestos como estas empresas, la
sociedad no podría funcionar, y mucho menos hacer las inversiones públicas que
hicieron posible Internet, de la que dependen Apple y Google.
Las corporaciones multinacionales
llevan años alentando a los países a competir entre sí por cobrar los impuestos
más bajos. La rebaja impositiva promulgada en 2017 por el presidente estadounidense,
Donald Trump, fue la última etapa de esta “carrera a la baja”, y un año
después, sus resultados ya son visibles: el estímulo efímero que dio a la
economía estadounidense está desapareciendo a toda prisa y dejando tras de sí
una montaña de deuda (que el año pasado se incrementó en más de un billón de
dólares).
Alertada por el riesgo de que la
economía digital prive a los Gobiernos de ingresos con que financiar su
funcionamiento (amén de distorsionar la economía, al provocar el abandono de
los modos de venta tradicionales), la comunidad internacional por fin se dio
cuenta de que hay algo que no cuadra. Pero los defectos del marco actual para
la tributación de las multinacionales —basado en los “precios de
transferencia”— se conocen hace ya mucho tiempo.
La idea de precios de
transferencia se basa en el principio comúnmente aceptado de gravar las
actividades económicas según el lugar donde se realizan. Pero ¿cómo se
determina dicho lugar? En una economía globalizada, hay productos que
atraviesan las fronteras varias veces, por lo general no terminados: camisas
sin botones, autos sin transmisión, circuitos electrónicos sin chips. El
sistema de precios de transferencia da por sentado que es posible asignar a
cada etapa de la producción un valor de forma independiente y luego calcular el
valor agregado en cada país. Pero no es así.
Hay que fijar un tributo global
mínimo. EE UU y la UE deben tomar la delantera y evitar que ganen las grandes
empresas
Esto se complica todavía más por
la creciente importancia de las propiedades intangibles e intelectuales, ya que
es muy fácil pasar la declaración de propiedad de un país a otro. Por eso hace
mucho que dentro de Estados Unidos se dejó de usar el sistema de precios de
transferencia, para aplicar en cambio una fórmula que distribuye el total de
ganancias de las empresas según la proporción de ventas, empleados y capital
que tienen en cada Estado. Tenemos que ir hacia un sistema similar para todo el
mundo.
Pero no es lo mismo hacerlo de
cualquier modo. Si se aplica una fórmula basada ante todo en el lugar de la
venta final (que ocurre desproporcionadamente en los países desarrollados), los
países en desarrollo quedarán privados de ingresos necesarios, tanto más
necesarios en la medida en que las restricciones fiscales disminuyan los flujos
de ayuda internacional. El criterio de lugar de venta final puede ser adecuado
para gravar las transacciones digitales, pero no es aplicable a las
manufacturas y otros sectores donde es esencial tener en cuenta también el nivel
de contratación de empleados en cada país.
Algunos temen que incluir el
criterio de contratación agrave la competencia impositiva entre países, ya que
los Gobiernos tratarán de alentar a las multinacionales a crear puestos de
trabajo en sus respectivas jurisdicciones. La respuesta apropiada a esta
inquietud es imponer un impuesto global mínimo a los ingresos corporativos.
Estados Unidos y la Unión Europea pueden —y deben— tomar la delantera en esto;
si lo hacen, otros los seguirán, y se evitará una competencia en la que sólo
las multinacionales ganan.
El proyecto sobre erosión de la
base imponible y traslado de beneficios de la OCDE y el G20 viene haciendo
desde su creación un importante aporte al replantear la tributación de las
multinacionales, al promover una mejor comprensión de algunas de las cuestiones
fundamentales involucradas. Por ejemplo, si en las multinacionales hay valor
real, el todo es mayor que la suma de las partes. De modo que para la
asignación del “valor residual” deberíamos guiarnos por los principios
tributarios estándar de simplicidad, eficiencia y equidad, como sostiene la
Comisión Independiente para la Reforma de la Fiscalidad Corporativa
Internacional (de la que soy miembro). Pero estos principios son incompatibles
tanto con el sistema de precios de transferencia como con el criterio de
tributación basado en el lugar de venta.
Hay en esto un componente
político: el objetivo de las multinacionales es conseguir apoyo a reformas que
prolonguen la competencia entre países y las oportunidades de elusión fiscal.
Los Gobiernos de algunos países avanzados donde estas empresas tienen una
influencia política importante las apoyarán en el intento, aunque al hacerlo
pongan en desventaja al resto del país. Otros países avanzados, pensando más que
nada en sus propios presupuestos, simplemente lo verán como otra oportunidad de
sacar provecho a costa de los países en desarrollo.
La iniciativa de la OCDE y el G20
se presenta como un intento de proveer un “marco inclusivo”. Dicho marco tiene
que basarse en principios, no sólo en consideraciones políticas. Si el objetivo
es lograr una inclusión auténtica, la principal prioridad debe ser el bienestar
de los más de 6.000 millones de personas que viven en los países en desarrollo
y en los mercados emergentes.
Traducción de Esteban Flamini.
Joseph E. Stiglitz es el ganador
del Premio Nobel 2001 en Ciencias Económicas. Su libro más reciente se titula
‘El malestar en la globalización revisitado: la antiglobalización en la era de
Trump’.
© Project Syndicate 1995-2019.
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