jueves, 28 de febrero de 2013

Globalización, Estado y Mercados

¿Todavía quedan dudas de cual es el mejor modelo económico y social?

Recientemente estuve en un seminario en Harvard sobre los elementos claves para el crecimiento económico. Siempre es una satisfacción poder ver como se abren nuevas líneas de investigación sobre el crecimiento económico y ciertamente se cubrieron las expectativas que tenia, con nuevas ideas, con mapas de la complejidad económica muy útiles para identificar ventajas competitivas para cada país. El manejo de grandes cantidades de datos con aplicaciones inteligentes son capaces de darnos una gran cantidad de información sobre productos y mercados.

Si bien se evidencian sesgos claramente ideológicos y poco fundamentados cuando se reflexiona sobre el papel del estado y de los mercados en la economía globalizada en la que vivimos.

Antes de la actual crisis de 2008 se podía argumentar que los mercados estaban produciendo una gran cantidad de riqueza, sobre todo en el mundo desarrollado pero también en el subdesarrollado: básicamente en China y en India, que se llevan una gran parte del crecimiento económico de estos países. Sin embargo los mercados no fueron tan eficientes en la distribución de estos ingresos. La concentración de riqueza en un a parte muy pequeña de la población sigue aumentando tanto en Estados Unidos como en China. No creo que haya que dar evidencias sobre esto porque no se discute.

Si consideramos que el objetivo de la ciencia económica no es otro que alcanzar un nivel óptimo de bienestar para el conjunto de la población, no podemos dejar de admitir el fallo de los mercados en alcanzar este objetivo. Pero a partir de 2008, con la crisis financiera,  la libertad de los mercados no solo no alcanza este objetivo sino que  ha dado lugar a la mayor crisis que se ha conocido desde la gran depresión: crisis bancaria, crisis económica, desempleo  y aumento de pobreza, en países desarrollados sobre todo. Podemos observar que los países en vías de desarrollo han sido menos afectados, unos porque tienen mercados financieros menos sofisticados, el caso de Latinoamérica y otros por tener un estado e instituciones fuertes como es el caso de los países nórdicos o incluso un estado que interviene fuertemente la economía, el caso de China.

La mera observación de estos fenómenos nos lleva a concluir que hay una necesidad evidente de instituciones fuertes que regulen los enormes fallos de los mercados, y que de otra manera la economía global va a estar sujeta en el futuro a crisis, como la que ahora vivimos,  que pone en riesgo el contrato social de los estados con sus ciudadanos.

El caso de los países europeos es un claro ejemplo de cómo los gobiernos se han visto obligados por los mercados a poner en marcha políticas económicas y sociales que no benefician a la población en su conjunto y que arriesgan el modelo de estado  del bienestar que tantos años ha costado construir. Dejando además tasas de desempleo y desamparo difícilmente aceptables por la sociedad.

En esta situación se deben plantear algunas preguntas: ¿Es legítimo que los mercados impongan las políticas económicas y sociales a estados soberanos e independientes? ¿ Se debe restringir la libertad de los mercados y de los actores que los manejan en aras de mantener el contrato social de los estados? ¿Cómo se puede definir un modelo económico y social que permita el crecimiento económico y a la vez garantice el bienestar social?

Es inaceptable que los mercados estén por encima del poder político y le estén obligando a actuar en contra de sus sociedades y del bienestar de sus ciudadanos. Mas pronto que tarde se tendrán que tomar las medidas adecuadas para volver a poner a los mercados en su lugar que no es otro que la subordinación al poder político que democráticamente elegido debe definir los modelos económicos y sociales que mejor sirve al conjunto de la población.

En cuanto a los economistas, solo recordar un comentario de Dani Rodrik en el seminario antes mencionado y en el que se refirió a que los economistas que recetan medidas preestablecidas no son economistas son otra cosa. La economía solo es una caja de herramientas que hay que utilizar en función de cada situación en concreto y después de un diagnostico adecuado de la realidad de cada país. Mucho me temo que si aplicamos esta regla  muchos economistas perderían su trabajo y quizás revisarían, en su condición de desempleados, sus análisis económicos.

viernes, 31 de agosto de 2012

Economic growth in the future

How economic growth  will be  in the next decades? interesting article of Rodrik

 

No More Growth Miracles

CAMBRIDGE – A year ago, economic analysts were giddy with optimism about the prospects for economic growth in the developing world. In contrast to the United States and Europe, where the growth outlook looked weak at best, emerging markets were expected to sustain their strong performance from the decade preceding the global financial crisis, and thus become the engine of the global economy.
Economists at Citigroup, for example, boldly concluded that circumstances had never been this conducive to broad, sustained growth around the world, and projected rapidly rising global output until 2050, led by developing countries in Asia and Africa. The accounting and consulting firm PwC predicted that per capita GDP growth in China, India, and Nigeria would exceed 4.5% well into the middle of the century. The consulting firm McKinsey & Company christened Africa, long synonymous with economic failure, the land of “lions on the move.”
Today, such talk has been displaced by concern about what The Economist calls “the great slowdown.” Recent economic data in China, India, Brazil, and Turkey point to the weakest growth performance in these countries in years. Optimism has given way to doubt.
Of course, just as it was inappropriate to extrapolate from the previous decade of strong growth, one should not read too much into short-term fluctuations. Nevertheless, there are strong reasons to believe that rapid growth will prove the exception rather than the rule in the decades ahead.
To see why, we need to understand how “growth miracles” are made. Except for a handful of small countries that benefited from natural-resource bonanzas, all of the successful economies of the last six decades owe their growth to rapid industrialization. If there is one thing that everyone agrees on about the East Asian recipe, it is that Japan, South Korea, Singapore, Taiwan, and of course China all were exceptionally good at moving their labor from the countryside (or informal activities) to organized manufacturing. Earlier cases of successful economic catch-up, such as the US or Germany, were no different.
Manufacturing enables rapid catch-up because it is relatively easy to copy and implement foreign production technologies, even in poor countries that suffer from multiple disadvantages. Remarkably, my research shows that manufacturing industries tend to close the gap with the technology frontier at the rate of about 3% per year regardless of policies, institutions, or geography. Consequently, countries that are able to transform farmers into factory workers reap a huge growth bonus.
To be sure, some modern service activities are capable of productivity convergence as well. But most high-productivity services require a wide array of skills and institutional capabilities that developing economies accumulate only gradually. A poor country can easily compete with Sweden in a wide range of manufactures; but it takes many decades, if not centuries, to catch up with Sweden’s institutions.
Consider India, which demonstrates the limitations of relying on services rather than industry in the early stages of development. The country has developed remarkable strengths in IT services, such as software and call centers. But the bulk of the Indian labor force lacks the skills and education to be absorbed into such sectors. In East Asia, unskilled workers were put to work in urban factories, making several times what they earned in the countryside. In India, they remain on the land or move to petty services where their productivity is not much higher.
Successful long-term development therefore requires a two-pronged push. It requires an industrialization drive, accompanied by the steady accumulation of human capital and institutional capabilities to sustain services-driven growth once industrialization reaches its limits. Without the industrialization drive, economic takeoff becomes quite difficult. Without sustained investments in human capital and institution-building, growth is condemned to peter out.
But this time-tested recipe has become a lot less effective these days, owing to changes in manufacturing technologies and the global context. First, technological advances have rendered manufacturing much more skill- and capital-intensive than it was in the past, even at the low-quality end of the spectrum. As a result, the capacity of manufacturing to absorb labor has become much more limited. It will be impossible for the next generation of industrializing countries to move 25% or more of their workforce into manufacturing, as East Asian economies did.
Second, globalization in general, and the rise of China in particular, has greatly increased competition on world markets, making it difficult for newcomers to make space for themselves. Although Chinese labor is becoming more expensive, China remains a formidable competitor for any country contemplating entry into manufactures.
Moreover, rich countries are unlikely to be as permissive towards industrialization policies as they were in the past. Policymakers in the industrial core looked the other way as rapidly growing East Asian countries acquired Western technologies and industrial capabilities through unorthodox policies such as subsidies, local content requirements, reverse engineering, and currency undervaluation. Core countries also kept their domestic markets open, allowing East Asian countries to export freely the manufactured products that resulted.
Now, however, as rich countries struggle under the combined weight of high debt, low growth, unemployment, and inequality, they will apply greater pressure on developing nations to abide by World Trade Organization rules, which narrow the space for industrial subsidies. Currency undervaluation à la China will not go unnoticed. Protectionism, even if not in overt form, will be politically difficult to resist.
Manufacturing industries will remain poor countries’ “escalator industries,” but the escalator will neither move as rapidly, nor go as high. Growth will need to rely to a much greater extent on sustained improvements in human capital, institutions, and governance. And that means that growth will remain slow and difficult at best.

Dani Rodrik

sábado, 21 de julio de 2012

España: el fallo de un pais en un mundo en cambio

Interesante articulo sobre las causas profundas de el fracaso de la economia española

La flexibilización del límite de déficit para 2012 que previsiblemente aprobará este miércoles el Ecofin no resuelve los problemas de España. Nuestro país afronta un reto nacional que va mucho más allá de la reducción del déficit. Un modelo de crecimiento se ha agotado y aún no ha surgido otro que lo reemplace. Enfrentarse a esta tormenta nunca hubiese sido fácil, pero la actual coyuntura lo hace titánico. En realidad, no vivimos una crisis sino una convergencia de crisis que se retroalimentan. Un agotamiento de nuestro modelo de crecimiento, dentro de una recesión económica internacional, que ha catalizado la primera gran crisis del euro; todo ello envuelto en un gran cambio geopolítico, sin el cual no se puede comprender lo que nos está pasando.

De hecho, la crisis tuvo su origen en tres fenómenos directamente relacionados con este cambio geopolítico y sus efectos en la globalización económica: desequilibrios macroeconómicos globales, que hicieron posible las burbujas de crédito y de precios de activos, especialmente inmobiliarios; la globalización financiera, que generó ingentes y desestabilizadores flujos financieros mundiales e incitó a la desregulación financiera al limitar la capacidad de acción de los Estados; y un estancamiento de las rentas salariales que empujó a muchos a tener que recurrir al crédito.

La crisis ha acelerado otras tendencias que ya estaban en marcha y que la agravan, como el desplazamiento del poder económico y riqueza a Asia o la creación de un orden monetario multidivisa. Países que representan a tres quintos de la población mundial se están incorporando al sistema económico global, lo que va a generar inevitablemente dislocaciones económicas y sociales cuya verdadera magnitud no estamos sino empezando a atisbar.

En suma, España afronta, no una tormenta, sino un cambio climático y nuestro país no tiene mimbres para hacer frente a este tsunami. La nuestra es una economía poco competitiva, caracterizada por una excesiva concentración en sectores de baja productividad y por una clase empresarial poco dinámica e innovadora. No tiene recursos naturales, ni ventajas competitivas en sectores de alto potencial de crecimiento y empleo. Padece de una escasa cultura de la competencia y un insano corporativismo, facilitados por una excesiva y perniciosa connivencia entre lo público y lo privado. La entrada en la UE, el euro y la inmigración permitieron estirar durante años este modelo económico. Pero esto se ha acabado; la enorme transformación económica que crea la eclosión de las economías emergentes implica reformarse o languidecer.

Y para ello ese esencial tomar conciencia de la gravedad de la situación y la necesidad de afrontar el reto colectivamente. Pues, si es cierto que el país ha dejado de funcionar, también lo es que todos hemos tenido responsabilidad en ello. Sin duda, mayor de las élites, y no sólo la política, sino también de las económicas, que han llevado al país al borde de la quiebra y no crearon una estructura económica dinámica basada en la innovación y la formación del capital humano. Pero también ha fallado la sociedad al no hacer responsables a estas élites de sus desmanes y haber vivido demasiado tiempo mirando hacia otro lado, disfrutando con cierta complacencia de nuestra supuesta riqueza. Ha habido en suma, un fallo de país y sólo su reconocimiento puede servir de base para afrontar la dura tarea colectiva que queda por delante.


.Por Ángel Pascual-Ramsay es Director of Global Risks en el ESADE

geo-Center for Global Economy and Geopolitics. Es autor, junto con Andrés Ortega, del libro ¿Qué nos ha pasado? El fallo de un país.

sábado, 14 de julio de 2012

Economia e Ideologia

Para reflexionar sobre el papel de la economia, interesante artuculo de Rodrik

CAMBRIDGE – A principios del mes pasado un grupo de estudiantes abandonó el popular curso de introducción a la economía, “Economía 10” de Harvard, que imparte mi colega, Greg Mankiw. Su queja: el curso propaga ideología conservadora disfrazada de ciencia económica y contribuye a perpetuar la desigualdad social.

Los estudiantes forman parte de un grupo creciente de protesta contra la economía moderna que se imparte en las principales instituciones académicas del mundo. Por supuesto, la economía siempre ha tenido sus críticos, pero la crisis financiera y sus secuelas les han dado nuevos argumentos que parecen validar las acusaciones de larga data contra los supuestos poco realistas de la profesión, la cosificación de los mercados y el menosprecio por los problemas sociales.

Mankiw, se dio cuenta que los estudiantes que protestaban estaban “mal informados.” La economía no tiene ideología, replicó. Citando a John Maynard Keynes, señaló que la economía es un método que ayuda a las personas a pensar claramente y a encontrar las respuestas correctas, sin conclusiones políticas predeterminadas.

En efecto, aunque se puede perdonar el escepticismo de las personas si no han estado inmersas durante años en estudios avanzados de economía, el curso típico de dicha materia en un programa de doctorado genera una desconcertante variedad de recetas de política dependiendo del contexto específico. Algunos de los enfoques que los economistas utilizan para analizar el mundo favorecen el libre mercado, pero otros no. De hecho, mucha de la investigación económica se enfoca en entender cómo la intervención del gobierno puede mejorar el desempeño de la economía. Además, las motivaciones no económicas y la conducta social cooperativa son cada vez más parte de los temas de estudio de los economistas.

Como señaló alguna vez el gran economista internacional, Carlos Diaz-Alejandro, “a estas alturas cualquier estudiante universitario sobresaliente que elija sus supuestos….cuidadosamente, puede producir un modelo sólido que genere casi cualquier recomendación de política que haya preferido desde el principio.” ¡Y eso fue en los años setenta! Un aprendiz de economista ya no tiene que ser particularmente brillante para generar conclusiones de política heterodoxas.

No obstante, a los economistas se les acusa de tener una ideología limitada porque son sus propios enemigos a la hora de aplicar sus teorías al mundo real. En lugar de comunicar la amplia gama de perspectivas que ofrece su disciplina, muestran una excesiva confianza en remedios particulares- a menudo aquellos que se adaptan mejor a su ideología personal.

Consideremos la crisis financiera global. La macroeconomía y las finanzas no carecen de las herramientas necesarias para entender cómo surgió y se desarrolló la crisis. De hecho, la literatura académica estaba repleta de modelos de burbujas financieras, información asimétrica, incentivos de las distorsiones, crisis que cumplían a sí mismas y riesgo sistémico. Sin embargo, en los años previos a la crisis, muchos economistas minimizaron las lecciones de estos modelos y favorecieron los modelos de mercados eficientes y que se autocorregían, que en términos de política, resultó en una supervisión gubernamental inadecuada de los mercados financieros.

En mi libro, The Globalization Paradox, pensé en hacer el siguiente experimento. Si un periodista pregunta a un profesor de economía si es un bueno para el país establecer relaciones de libre comercio con el país X o Y. Estamos seguros que el economista, como la gran mayoría de los de su profesión, le dirá entusiasta que apoya la idea de libre comercio entre dichos países.

Ahora dejemos que el periodista entre encubierto como estudiante en el seminario universitario avanzado sobre Teoría del Comercio Internacional. El “estudiante” va hacer la misma pregunta: ¿“Es bueno el libre comercio”? No creo que la respuesta sea tan rápida y sucinta esta vez. De hecho, es probable que el profesor se quede desconcertado por la pregunta. ¿“A qué se refiere con bueno”?, preguntará. ¿“Y bueno para quién?”

Entonces, el profesor dará una larga y tormentosa exégesis que finalmente culminará en una afirmación muy condicionada: “Así pues, si la larga lista de condiciones que acabo de describir se cumple, y suponiendo que podamos cobrar impuestos a los beneficiarios para compensar a los perdedores, el libre comercio tiene el potencial de acrecentar el bienestar de todos.” Si quisiera profundizar, el profesor podría añadir que el efecto del libre comercio en la tasa de crecimiento de una economía no es claro, y que depende de un conjunto de requisitos totalmente distintos.

Una afirmación directa e incondicional sobre los beneficios del libre comercio se convirtió ahora en una aseveración adornada con todo tipo de peros. Extrañamente, el conocimiento que el profesor imparte voluntariamente con gran orgullo a sus estudiantes de posgrado se considera inapropiado (o peligroso) para el público en general.

La enseñanza de economía a nivel de licenciatura tiene el mismo problema. En nuestro afán por mostrar las perlas de la profesión en una forma pulcra –la eficiencia de los mercados, la mano invisible, las ventajas comparativas- nos alejamos de las complicaciones y matices del mundo real, que han sido reconocidas por la disciplina. Es como si los cursos de introducción a la Física asumen un mundo sin gravedad porque de esa manera todo es mucho más simple.


Aplicada apropiadamente y con una buena dosis de sentido común, la economía nos habría preparado para una crisis financiera y llevado por la dirección correcta para arreglar las causas. Sin embargo, la economía que necesitamos es como la del curso de seminario y no una de normas generales. La economía puede reconocer sus limitaciones y sabe que el mensaje correcto depende del contexto.

Los economistas no se vuelven mejores analistas del mundo real por minimizar la diversidad de los enfoques intelectuales de su propia disciplina. Tampoco los hace más populares.

Dani Rodrik
http://www.project-syndicate.org/commentary/occupy-the-classroom-/spanish

sábado, 12 de mayo de 2012

Krugman y la crisis economica

Quedan pocas dudas sobre lo acertado de las ideas de Krugman sobre como afrontar la crisis economica.

Otro interesante articulo suyo sobre la crisis

Los franceses se están rebelando, y los griegos, también. Y ya era hora. Ambos países celebraron unas elecciones el domingo que, en realidad, eran referendos sobre la actual estrategia económica europea, y en ambos países los votantes manifestaron su desaprobación. No está nada claro lo pronto que los votos provocarán cambios en la política actual, pero es evidente que a la estrategia de recuperación mediante la austeridad se le está acabando el tiempo, y eso es algo bueno.

Huelga decir que eso no es lo que han estado señalando los de siempre en el periodo previo a las elecciones. De hecho, tuvo su gracia el ver a los apóstoles de la ortodoxia tratando de describir al prudente y apacible François Hollande como una figura amenazadora. Es “bastante peligroso”, declaraba The Economist, que comentaba que “cree de verdad en la necesidad de crear una sociedad más justa”. ¡Quelle horreur!

Lo que es cierto es que la victoria de Hollande significa el final de Merkozy, el eje franco-alemán que ha impuesto el régimen de austeridad de los dos últimos años. Este sería un acontecimiento “peligroso” si esa estrategia estuviese funcionando, o si tuviese siquiera una posibilidad razonable de funcionar. Pero no está funcionando y tampoco tiene ninguna posibilidad de llegar a hacerlo. Es hora de seguir otro camino. Resulta que los votantes europeos son más sabios que las mejores y más brillantes figuras europeas.

¿Cuál es el error de recetar recortes en el gasto como solución a los males de Europa? Una de las respuestas es que el hada de la confianza no existe, es decir, las afirmaciones de que recortar el gasto gubernamental animará de alguna manera a los consumidores y a las empresas a gastar más han sido rebatidas abrumadoramente por la experiencia de los dos últimos años. Por eso, los recortes en el gasto en una economía deprimida no hacen más que agravar la depresión.

El fin del euro sería sumamente perjudicial y  una enorme derrota del proyecto europeo

Es más, parece que todo el sufrimiento está reportando pocas mejoras, si es que reporta alguna. Pensemos en el caso de Irlanda, que ha sido un buen alumno en esta crisis y que está imponiendo una austeridad cada vez más dura para tratar de volver a congraciarse con los mercados de bonos. Según la ortodoxia predominante, esto debería funcionar. De hecho, la voluntad de creer es tan fuerte que los miembros de la élite política europea siguen proclamando que la austeridad irlandesa ha funcionado sin lugar a dudas y que la economía irlandesa ha empezado a recuperarse.

Pero no es así. Y aunque nunca lo adivinarían a juzgar por la mayor parte de la información que se ve en la prensa, los costes de endeudamiento irlandeses siguen siendo mucho más elevados que los de España o Italia, por no hablar de los de Alemania. Entonces, ¿cuáles son las alternativas?

Una de las respuestas —una respuesta que tiene más sentido de lo que casi todo el mundo en Europa está dispuesto a admitir— sería disolver el euro, la moneda común europea. Europa no estaría en este aprieto si Grecia todavía tuviese su dracma; España, su peseta; Irlanda, su libra, y así sucesivamente, porque Grecia y España tendrían lo que ahora les falta: una manera rápida de restablecer la competitividad en los costes y de impulsar las exportaciones, es decir, la devaluación.

La experiencia alemana no es un argumento a favor de la austeridad sino de unas políticas expansivas

Como contrapunto a la triste historia de Irlanda, piensen en el caso de Islandia, que quedó arrasada por la crisis financiera, pero que ha sido capaz de reaccionar mediante la devaluación de su moneda, la corona (y que también tuvo el valor de dejar que sus bancos quebraran y suspendieran los pagos de sus deudas). Como era de esperar, Islandia está experimentando la recuperación que se suponía que Irlanda tenía que haber experimentado, pero que no ha experimentado.

Sin embargo, la disolución del euro sería sumamente perjudicial, y también representaría una enorme derrota para el “proyecto europeo”, el esfuerzo a largo plazo para promover la paz y la democracia mediante una integración más estrecha. ¿Existe otra vía? Sí, existe, y los alemanes han demostrado que puede funcionar. Desgraciadamente, no entienden las lecciones de su propia experiencia.

Háblenles a los líderes de opinión alemanes de la crisis del euro, y verán que les gusta señalar que su propia economía estaba estancada en los primeros años de la última década, pero logró recuperarse. Lo que no les gusta reconocer es que esta recuperación estuvo impulsada por la aparición de un enorme superávit comercial alemán con respecto a otros países europeos —concretamente, con respecto a los países que ahora están en crisis— que estaban en auge, y que registraban una inflación superior a la normal, gracias a unos tipos de interés bajos. Los países europeos en crisis podrían ser capaces de emular el éxito de Alemania si se enfrentaran a un entorno comparablemente favorable, es decir, si esta vez fuese el resto de Europa, especialmente Alemania, el que estuviera experimentando una expansión inflacionaria.

Por eso la experiencia alemana no es, como creen los alemanes, un argumento a favor de la austeridad unilateral en el sur de Europa. Es un argumento a favor de unas políticas mucho más expansionistas en otros países, y concretamente a favor de que el Banco Central Europeo disminuya su obsesión por la inflación y se centre en el crecimiento.

Ni que decir tiene que a los alemanes no les gusta esta conclusión, y tampoco a los dirigentes del banco central. Se aferrarán a sus fantasías de prosperidad a través del sufrimiento, e insistirán en que continuar con su estrategia fallida es lo único responsable que se puede hacer. Pero parece que ya no tendrán el apoyo incondicional del Palacio del Elíseo. Y eso, créanlo o no, significa que tanto el euro como el proyecto europeo tienen ahora más posibilidades de sobrevivir de las que tenían hace unos días.

Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel en 2008.





viernes, 30 de marzo de 2012

Poder, Prosperidad y Pobreza ¿Por que las naciones fracasan?

Interesante articulo de Emilio Ontiveros sobre el libro Why nations fail de Acemoglu y Robinson


Los factores determinantes del crecimiento económico, su importancia en las diferencias en los niveles de bienestar entre las distintas naciones, ha constituido una obsesión de los científicos sociales desde que Adam Smith formulara su Riqueza de las naciones. La geografía, la climatología, las dotaciones de capital, la cultura, las políticas económicas, entre otros, han sido factores en los que se han fundamentado algunas de las más recientes y difundidas explicaciones. Esa búsqueda, lejos de darse por concluida, ha seguido orientando la investigación animada por el creciente contraste que sigue observándose entre las naciones, en especial cuando se contemplan con cierta perspectiva histórica.

La publicación reciente del libro de Daron Acemoglu y James Robinson (Why nations fail: the origins of power, prosperity and poverty) constituye algo más que un episodio en esa tendencia explicativa de la pobreza y de la prosperidad de las naciones. Aun cuando no cierre esa tensión investigadora, será muy probablemente una obra de referencia sobre la que en los próximos años gire buena parte de la discusión sobre el desarrollo económico. Constituye un completo recorrido por la historia tratando de explicar el éxito y el fracaso de las naciones en la creación de riqueza y prosperidad para sus ciudadanos. El punto de partida no es nuevo: la forma en la que las sociedades se organizan, sus instituciones, constituye un determinante fundamental del comportamiento económico.

Sus autores (profesores en los departamentos de economía y ciencia política de MIT y Harvard, respectivamente) han conseguido el difícil empeño de simultanear la contribución académica y la atracción de los lectores no especializados. La impecable estructura teórica del trabajo, la riqueza de la perspectiva histórica desplegada y las autorizadas referencias a la ciencia política, así como la contundencia argumental, se unen a la pertinencia, a la oportunidad de su aparición. Han puesto el riguroso y relevante conocimiento de la economía y de la historia política al servicio de una explicación que difícilmente puede pasarse por alto. Han conseguido, además, que el lector disfrute.

Los trabajos de Acemoglu habían sido suficientemente conocidos en los ámbitos del crecimiento económico, de la desigualdad, de la economía política en su más amplia acepción. Es uno de los economistas con mayor predicamento académico, al que en 2005 se le concedió el mini Nobel: la medalla John Bates Clark al economista menor de 40 años más destacado en su contribución al conocimiento económico. Es conocida su sensibilidad al análisis de los conflictos abiertos en el norte de África y Oriente Próximo, o a las manifestaciones en las naciones avanzadas (incluidas las localizadas en Wall Street), seguidas en el sugerente blog creado (@WhyNationsFail) con ocasión del lanzamiento del libro. Las raíces desde las que emergen la pobreza y la incapacidad para frenar la desigualdad son los denominadores comunes de esas tensiones sociales que no favorecen precisamente la sostenibilidad del crecimiento económico.

La Política con mayúsculas es la que abona el terreno a la prosperidad de las naciones

La tesis fundamental, avalada en esa larga revisión de la historia política y económica, no puede disponer de mayor vigencia. Es la Política con mayúsculas, las instituciones verdaderamente inclusivas, aquellas insertas en sociedades abiertas, las que en mayor medida abonan el terreno a la prosperidad de las naciones. Esta viene determinada por el conjunto de incentivos que crean instituciones, y estas, a su vez, por las políticas. En el centro de la estructura de su análisis se encuentra la tensión entre los que mantienen el poder político: la forma en que lo usan y la distribución entre sus propios intereses y los del resto de la sociedad. Aunque sean las naciones menos desarrolladas las que sirven de frecuente referencia en la obra, las consideraciones son igualmente relevantes para las consideradas economías avanzadas.

Son las instituciones políticas las que determinan las correspondientes instituciones económicas de calidad y, desde luego, la capacidad de los ciudadanos para controlar a los políticos. En aquellas, el poder del Estado, además de suficientemente centralizado, para evitar el dominio de las minorías ha de revelarse absolutamente compatible con el pluralismo. Esas instituciones favorecedoras de la prosperidad, de las reglas que gobiernan el funcionamiento de las economías, así como los incentivos de que dispone la gente, son las razones que explican las diferencias en la riqueza y su distribución. Las referencias concretas de naciones, desde las Coreas hasta México, sin excluir un detenimiento significativo en el caso de China, en la sostenibilidad de la particular combinación de su sistema político y económico, son esclarecedoras de la argumentación que subyace en toda la obra.

Sin instituciones de calidad es imposible la sostenibilidad del crecimiento, aquel que se ampara en las posibilidades de generación de innovaciones y de la emergencia de nuevas empresas que contestan y regeneran a las establecidas, contribuyendo a la dispersión del poder económico: alimentan esa dinámica de destrucción creativa que aquel otro científico social, Joseph Schumpeter, anticipara como uno de los fundamentos del desarrollo económico. La vinculación entre instituciones políticas y económicas se revela esencial a este respecto. Son las instituciones inclusivas, estimuladoras de la prosperidad, las que generan círculos virtuosos que impiden que las élites se apropien de las mismas. Interrogantes como la continuidad de la larga fase de crecimiento económico en China o la del liderazgo de EE UU son cuestiones que, sin necesidad de las referencias que aparecen en la obra, sacuden la curiosidad del lector.

La prosperidad se fundamenta en la lucha política contra los privilegios

La prosperidad, en definitiva, se fundamenta en la lucha política contra los privilegios. La concentración del poder en las élites, la conformación de instituciones en beneficio de las minorías, son razones poderosas en la explicación del atraso, del fracaso de las naciones, del contraste con las más prósperas. Se trata, en definitiva, de la calidad de la política, de la propia democracia. Por eso no es de extrañar el énfasis que los autores hacen, y han dejado escrito en trabajos anteriores, en la desigualdad como elemento poco conciliable con el crecimiento económico sostenible. La pertinencia de estas consideraciones es importante: ahora es cuando esa concentración de la renta y de la riqueza se ha hecho más explicita, incluso en trabajos recientes de la propia OCDE y de cualificados investigadores en EE UU, donde el debate está cobrando una especial relevancia durante la campaña electoral. Esa creciente desigualdad es considerada por los autores un síntoma de los retos de las instituciones inclusivas de esas naciones avanzadas. La desafección, el directo cuestionamiento, de las instituciones, y de la propia actividad política, esta seriamente en entredicho, no únicamente en las naciones menos desarrolladas. También en Europa, todavía hasta hace poco tiempo referencia del desarrollo económico inclusivo.

La resolución de la actual crisis, la naturaleza de las políticas económicas, así como la diligencia y eficacia de las instituciones, su proyección inclusiva o, por el contrario, la subordinación a intereses minoritarios (su naturaleza extractiva), son ahora del todo relevantes. No solo por la exigencia de alejar los muy serios riesgos de empobrecimiento de las mayorías, sino por el riesgo de que las propias instituciones salgan de la más severa crisis desde la Gran Depresión con instituciones menos legitimadas: aparentemente más propiciadoras de la defensa de intereses minoritarios. Con independencia del exclusivo determinismo que se atribuya a las instituciones inclusivas, lo que no es contestable con la observación empírica disponible es su notable contribución a la prosperidad de las naciones. Tomemos buena nota.

publicado en El Pais

miércoles, 8 de febrero de 2012

Planes Nacionales de Desarrollo en Nicaragua: ¿sirven para el desarrollo del pais?

¿Será bueno el próximo Plan Nacional de Desarrollo de Nicaragua?


El Banco Mundial empezó a trabajar en Nicaragua en los años 50. Su diagnostico fue que Nicaragua era un país con un alto potencial de crecimiento y que para ello habría que mejorar los estándares de salud y de educación; la red de aguas y saneamiento; modernizar la red vial; mejorar la administración publica, en especial el sistema fiscal; e incrementar la cobertura y capacidad energética entre otras cosas. Para esto se proponía formular una estrategia de desarrollo a largo plazo.

60 años después la situación es parecida. Dejando aparte los episodios de la revolución y del terremoto, que son una buena razón para explicar porque no se avanzó en el desarrollo del país durante los años 70 y 80, podemos analizar la estrategia de desarrollo desde los años 90. Y vemos que en los últimos veinte años los indicadores del desarrollo del país han seguido, en términos generales, estancados.

No fue hasta el año 2000 con la nueva estrategia de reducción de la pobreza del Banco Mundial , una vez fracasada las políticas del Consenso de Washington, cuando se empieza a impulsar un proceso endógeno de formulación de planes de desarrollo integrales del país. En el año 2000 la Estrategia de Reducción de la Pobreza. En el 2001 Estrategia Reforzada de Reducción de la pobreza. En el 2003 el Plan Nacional de Desarrollo En el 2004 el Plan Nacional de Desarrollo Operativo. En 2008 Plan Nacional de desarrollo humano. Y por ultimo, en 2009, el Plan Nacional de desarrollo humano actualizado. ¿Cuales son los resultados de todos estos planes? Si vemos las estadísticas los avances han sido insignificantes. ¿Habrá que preguntarse porque?

Claramente la primera pregunta que surge es en cuantos años se puede alcanzar resultados que permitan superar el subdesarrollo y la pobreza ¿10, 15, 20?. Entonces como podemos estar hablando de planes nacionales de desarrollo de 4 años o incluso de dos? Claramente los planes realizados en la primera década del siglo XXI no han respondido a la problematica que se planteaba.

Siempre se tiene que volver a empezar y ahora una vez mas. ¿Serán el gobierno y las instituciones internacionales lo suficientemente sabias para aprender del pasado?. El reto de Nicaragua es tener una visión del país a 20 años. ¿En que sectores se va a basar su economía? ¿Cómo se va a equilibrar su balanza comercial?¿En que sectores se va a generar empleo de calidad que permita vivir dignamente? ¿Cómo se va a pagar el sistema educativo, de salud, la red vial, energética y de telecomunicaciones que necesita el país para su desarrollo?. Sin estos elementos no se puede prosperar en la sociedad del conocimiento y Nicaragua seguirá en la marginalidad y con altos niveles de pobreza.

Una estrategia a largo plazo requiere de un consenso no solo de los partidos políticos sino de todos los sectores de la sociedad con el fin de que este quien este en el gobierno el plan se cumpla. Y fundamentalmente de que el sector productivo sea consciente de que hay que pagar impuestos y se comprometa a ello para poder mejorar el sistema educativo, universitario y desarrollar políticas publicas que modernicen la estructura económica del país. ¿Se podrá hacer esto en Nicaragua?.

En otros países se tiene ya esa visión. La estrategia de reducción de pobreza en República Dominicana 2010/2030 es ley y se consensuó por todas las fuerzas políticas. Visión Colombia 2019 o el Plan Nacional de Desarrollo de Ecuador 2025 son otros ejemplos de la formulación estratégica a largo plazo.

¿Que papel debería jugar la cooperación internacional en este escenario? Básicamente impulsar y promover el análisis y la inversión en los sectores productivos que ofrecen ventajas competitivas al país, y que aseguran la generación de empleo de calidad. Además, impulsar una reforma fiscal que permita que se financie un sistema educativo y de infraestructuras que aporten el capital humano y físico para el desarrollo de estos sectores.

Ojala esta vez el Gobierno, la oposición, los empresarios y las instituciones internacionales piensen, se comprometan y ejecuten un plan que permita que en el 2030 no quede cooperación internacional en Nicaragua porque se erradicó la pobreza.