lunes, 5 de diciembre de 2011

Desigualdad en el nivel mas alto de los ultimos 30 años

La desigualdad ha crecido en todos los países de la OCDE, que une a la grandes economías y las potencias emergentes, hasta alcanzar el nivel más alto en 30 años. Los ingresos medios del 10% más rico de la población es nueve veces el promedio del 10% de los más pobles, según el informe que acaba de hacer público la OCDE.

La brecha entre ricos y pobres ha crecido incluso en países tradicionalmente igualitarios, como Alemania, Dinamarca y Suecia, de 5 veces a una en 1980 a seis veces a uno en la actualidad. Esta desigualdad es mayor, de 10 a uno, en Italia, Japón, Corea y Reino Unidos mientras que en Israel, Turquía y Estados Unidos alcanza las 14 veces a uno.Se lleva la palma el ahora tan admirado Brasil, con una distancia en los ingresos de 50 veces a uno, aunque se ha reducido la desigualdad en la última década. Los datos alcanzan hasta 2008, con lo que no recogen el impacto de la crisis económica mundial.

España, con 11 veces a una, se sitúa por debajo de Estados Unidos, Portugal y Reino Unido, pero por encima de Alemania y Francia. La desigualdad ha disminuido desde mediados de los años 80 si se miran los datos hasta 2008, aunque si se recogen hasta 2010, las cifras de Eurostat muestran cómo la desigualdad se ha disparado.


"El contrato social se está empezando a deshacer en muchos países. Este estudio hace desvanecerse la asunción de que los beneficios del crecimiento económico goteará automáticamente a los desfavorecidos y que la mayor desigualdad fomenta la movilidad social. Sin una estrategia para el crecimiento inclusivo, la desigualdad seguirá creciendo", ha advertido esta mañana Angel Gurría, el secretario general de la OCDE, al presentar el informe en París.

La creciente desigualdad entre salarios es lo que ha disparado la brecha social, debido, por una parte, a que el beneficio ha ido mejorando para los más formandos y empeorando para los empleados de menor cualificación y, por otra, a la proliferación de trabajos a tiempo parcial o jornadas flexibles, según la OCDE. Además, los impuestos, que sirven para reducir esta desigualdades, han resultado menos efectivos en la redistribución de ingresos desde mediados de los 90.

Otro factor ha sido el recorte en los impuestos a los que más ganan, según la OCDE.

"No hay nada inevitable entre estas altas y crecientes desigualdades", ha dicho Gurría. El informe, sostiene, indica que la mejora de la formación de los trabajadores es de lejos el mejor instrumento para contener la creciente brecha entre ingresoso. Pero la OCDE también pide a los gobiernos "que resiven su sistema fiscal para asegurar que los más ricos contribuyen en su justa medida en el pago de impuestos".

el pais
http://www.elpais.com/articulo/economia/brecha/ricos/pobres/alcanza/nivel/alto/anos/elpepueco/20111205elpepueco_6/Tes

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Fiscal austery: the right answer to the crisis?

Some Krugman's food for thought


November 30, 2011, 10:24 am
Bleeding Britain
These days, ambulance-chaser economists like yours truly have an embarrassment of riches: so much is going wrong, in so many places, that one hardly knows where to start.

But let’s spare a moment for a disaster that’s being overshadowed by the euro crisis: Britain’s experiment in austerity.

When the Cameron government came in, it was fully invested in the doctrine of expansionary austerity. Officials told everyone to read the Alesina/Ardagna paper (which is succinctly criticized by Christy Romer (pdf)), cited Ireland as a success story, and in general assured everyone that they could call the confidence fairy from the vasty deep.

Now it turns out that contractionary policy is contractionary after all. As a result, despite all the austerity, deficits remain high. So what is to be done? More austerity!

Underlying the drive for even more austerity is the belief that the underlying economic potential of the British economy has fallen sharply, and will grow only slowly from now on. But why? There’s a discussion in the Office for Budget Responsibility report, p. 54, that basically throws up its hands — hey, these things happen after financial crises, it says, and cites an IMF report (pdf).

So I wonder: did they read the abstract of that report? Because here’s what it says:

Short-run fiscal and monetary stimulus is associated with smaller medium-run deviations of output and growth from the precrisis trend.

That is, history says that a financial crisis reduces long-run growth potential if policymakers don’t limit the short-run damage it does.

And yet what’s happening in Britain now is that depressed estimates of long-run potential are being used to justify more austerity, which will depress the economy even further in the short run, leading to further depression of long-run potential, leading to …

It really is just like a medieval doctor bleeding his patient, observing that the patient is getting sicker, not better, and deciding that this calls for even more bleeding.

And the truly awful thing is that Cameron and Osborne are so deeply identified with the austerity doctrine that they can’t change course without effectively destroying themselves politically.

As the Brits would say, brilliant. Just brilliant.

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November 30, 2011, 8:49 am
Questions Of Confidence
Some readers have asked why, given my scornful discussions of the “confidence fairy” story about fiscal austerity (will that be my lasting contribution to economic discourse?), I’m willing to take seriously the idea that ECB rate hikes had a huge impact via expectations.

That’s a good question, but I do have answers.

First of all, the ECB story is about the bond market; the expansionary austerity story isn’t. Instead, to believe that fiscal contraction will lead to higher consumption and investment spending you have to believe that consumers and firms will make major changes in their current behavior based on perceptions about taxes and spending years in the future. And that’s just a lot less plausible. The likes of Pimco are out there trying to figure out the implications of ECB behavior, and investing accordingly; how many families do you know deciding on holiday purchases based on expectations of tax policy in 2014?

Second, the monetary story is a lot more concrete. The ECB’s readiness to raise rates despite low core inflation and high unemployment tells you a lot about the likelihood that it would choke off the modest rise in inflation needed to make the eurozone adjustment feasible. Do Cameron’s budget cuts convey any comparable information about future UK taxes and/or solvency? I don’t think so.

Finally, the whole euro situation is fraught with multiple equilibria and the risk of self-fulfilling panics — which means that there can sometimes be disproportionate responses in a way that doesn’t make sense when we’re talking about budget cuts.

So yes, expectations can matter; but some expectational arguments are more equal than others.

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martes, 8 de noviembre de 2011

la globalizacion de la protesta y las desigaldades

NUEVA YORK – El movimiento de protesta que nació en enero en Túnez, para luego extenderse a Egipto y de allí a España, ya es global: la marea de protestas llegó a Wall Street y a diversas ciudades de Estados Unidos. La globalización y la tecnología moderna ahora permiten a los movimientos sociales trascender las fronteras tan velozmente como las ideas. Y la protesta social halló en todas partes terreno fértil: hay una sensación de que el “sistema” fracasó, sumada a la convicción de que, incluso en una democracia, el proceso electoral no resuelve las cosas, o por lo menos, no las resuelve si no hay de por medio una fuerte presión en las calles.

En mayo visité el escenario de las protestas tunecinas; en julio, hablé con los indignados españoles; de allí partí para reunirme con los jóvenes revolucionarios egipcios en la plaza Tahrir de El Cairo; y hace unas pocas semanas, conversé en Nueva York con los manifestantes del movimiento Ocupar Wall Street. Hay una misma idea que se repite en todos los casos, y que el movimiento OWS expresa en una frase muy sencilla: “Somos el 99%”.

Este eslogan remite al título de un artículo que publiqué hace poco. El artículo se titula “Del 1%, por el 1% y para el 1%”, y en él describo el enorme aumento de la desigualdad en los Estados Unidos: el 1% de la población controla más del 40% de la riqueza y recibe más del 20% de los ingresos. Y los miembros de este selecto estrato no siempre reciben estas generosas gratificaciones porque hayan contribuido más a la sociedad (esta justificación de la desigualdad quedó totalmente vaciada de sentido a la vista de las bonificaciones y de los rescates); sino que a menudo las reciben porque, hablando mal y pronto, son exitosos (y en ocasiones corruptos) buscadores de rentas.

No voy a negar que dentro de ese 1% hay algunas personas que dieron mucho de sí. De hecho, los beneficios sociales de muchas innovaciones reales (por contraposición a los novedosos “productos” financieros que terminaron provocando un desastre en la economía mundial) suelen superar con creces lo que reciben por ellas sus creadores.

Pero, en todo el mundo, la influencia política y las prácticas anticompetitivas (que a menudo se sostienen gracias a la política) fueron un factor central del aumento de la desigualdad económica. Una tendencia reforzada por sistemas tributarios en los que un multimillonario como Warren Buffett paga menos impuestos que su secretaria (como porcentaje de sus respectivos ingresos) o donde los especuladores que contribuyeron a colapsar la economía global tributan a tasas menores que quienes ganan sus ingresos trabajando.

Se han publicado en estos últimos años diversas investigaciones que muestran lo importantes que son las ideas de justicia y lo arraigadas que están en las personas. Los manifestantes de España y de otros países tienen derecho a estar indignados: tenemos un sistema donde a los banqueros se los rescató, y a sus víctimas se las abandonó para que se las arreglen como puedan. Para peor, los banqueros están otra vez en sus escritorios, ganando bonificaciones que superan lo que la mayoría de los trabajadores esperan ganar en toda una vida, mientras que muchos jóvenes que estudiaron con esfuerzo y respetaron todas las reglas ahora están sin perspectivas de encontrar un empleo gratificante.

El aumento de la desigualdad es producto de una espiral viciosa: los ricos rentistas usan su riqueza para impulsar leyes que protegen y aumentan su riqueza (y su influencia). En la famosa sentencia del caso Citizens United, la Corte Suprema de los Estados Unidos dio a las corporaciones rienda suelta para influir con su dinero en el rumbo de la política. Pero mientras los ricos pueden usar sus fortunas para hacer oír sus opiniones, en la protesta callejera la policía no me dejó usar un megáfono para dirigirme a los manifestantes del OWS.

A nadie se le escapó este contraste: por un lado, una democracia hiperregulada, por el otro, la banca desregulada. Pero los manifestantes son ingeniosos: para que todos pudieran oírme, la multitud repetía lo que yo decía; y para no interrumpir con aplausos este “diálogo”, expresaban su acuerdo haciendo gestos elocuentes con las manos.

Tienen razón los manifestantes cuando dicen que algo está mal en nuestro “sistema”. En todas partes del mundo tenemos recursos subutilizados (personas que desean trabajar, máquinas ociosas, edificios vacíos) y enormes necesidades insatisfechas: combatir la pobreza, fomentar el desarrollo, readaptar la economía para enfrentar el calentamiento global (y esta lista es incompleta). En los Estados Unidos, en los últimos años se ejecutaron más de siete millones de hipotecas, y ahora tenemos hogares vacíos y personas sin hogar.

Una crítica que se les hace a los manifestantes es que no tienen un programa. Pero eso supone olvidar cuál es el sentido de los movimientos de protesta. Son ellos una expresión de frustración con el proceso electoral. Son una alarma.

Las protestas globalifóbicas de 1999 en Seattle, en lo que estaba previsto como la inauguración de una nueva ronda de conversaciones comerciales, llamaron la atención sobre las fallas de la globalización y de las instituciones y los acuerdos internacionales que la gobiernan. Cuando los medios de prensa examinaron los reclamos de los manifestantes, vieron que contenían mucho más que una pizca de verdad. Las negociaciones comerciales subsiguientes fueron diferentes (al menos en principio, se dio por sentado que serían una ronda de desarrollo y que buscarían compensar algunas de las deficiencias señaladas por los manifestantes) y el Fondo Monetario Internacional encaró después de eso algunas reformas significativas.

Es similar a lo que ocurrió en la década de 1960, cuando en Estados Unidos los manifestantes por los derechos civiles llamaron la atención sobre un racismo omnipresente e institucionalizado en la sociedad estadounidense. Aunque todavía no nos hemos librado de esa herencia, la elección del presidente Barack Obama muestra hasta qué punto esas protestas fueron capaces de cambiar a los Estados Unidos.

En un nivel básico, los manifestantes actuales piden muy poco: oportunidades para emplear sus habilidades, el derecho a un trabajo decente a cambio de un salario decente, una economía y una sociedad más justas. Sus esperanzas son evolucionarias, no revolucionarias. Pero en un nivel más amplio, están pidiendo mucho: una democracia donde lo que importe sean las personas en vez del dinero, y un mercado que cumpla con lo que se espera de él.

Ambos objetivos están vinculados: ya hemos visto cómo la desregulación de los mercados lleva a crisis económicas y políticas. Los mercados solo funcionan como es debido cuando lo hacen dentro de un marco adecuado de regulaciones públicas; y ese marco solamente puede construirse en una democracia que refleje los intereses de todos, no los intereses del 1%. El mejor gobierno que el dinero puede comprar ya no es suficiente.

Joseph E. Stiglitz es profesor de la Universidad de Columbia, premio Nobel de Economía y autor del libro Caída libre: Estados Unidos, el libre mercado y el hundimiento de la economía mundial.

Copyright: Project Syndicate, 2011.
www.project-syndicate.org
Traducción: Esteban Flamini
Si desea oír una grabación de este comentario en inglés, siga este vínculo:
http://traffic.libsyn.com/projectsyndicate/stiglitz144.mp3

miércoles, 26 de octubre de 2011

Cuando la austeridad fiscal falla para resolver la crisis

A menudo me quejo, con razón, sobre el estado del debate económico en Estados Unidos. Y la irresponsabilidad de algunos políticos -como los republicanos que afirman que el impago de la deuda de Estados Unidos no sería gran cosa- da miedo.

España sufre en los mercados por la crisis griega y la resaca electoral
Los sindicatos responden con otra huelga general a los nuevos recortes en Grecia
Grecia, Irlanda y Portugal no pueden y no pagarán todas sus deudas, aunque España podría arreglárselas
Pero al menos en EE UU los fanáticos del dolor, aquellos que sostienen que subir los tipos de interés y recortar el gasto público ante el desempleo masivo mejorará de alguna manera las cosas en lugar de empeorarlas, se topan con alguna resistencia de la Reserva Federal y del Gobierno de Obama.

En Europa, por el contrario, los fanáticos del dolor han estado al mando más de un año, insistiendo en que el dinero prudente y el equilibrio presupuestario son la respuesta a todos los problemas. Detrás de esta insistencia ha habido fantasías económicas, en particular la creencia en el hada de la confianza, es decir, la creencia en que recortar el gasto en realidad va a crear puestos de trabajo, porque la austeridad fiscal mejorará la confianza del sector privado.

Por desgracia, el hada de la confianza sigue negándose a hacer acto de presencia. Y la disputa sobre cómo manejar la incómoda realidad amenaza con convertir a Europa en el epicentro de una nueva crisis financiera.

Tras la creación del euro en 1999, los países europeos que habían sido considerados de riesgo, y que por ello se topaban con límites a la cantidad que podían pedir prestada, comenzaron a experimentar enormes entradas de capital. Después de todo, pensaron aparentemente los inversores, Grecia / Portugal / Irlanda / España eran miembros de una unión monetaria europea, así que ¿qué podía salir mal?

La respuesta a esa pregunta es ahora, por supuesto, dolorosamente evidente. El Gobierno de Grecia, al verse a sí mismo capaz de endeudarse a tipos ligeramente superiores a los de Alemania, asumió demasiada deuda. Los Gobiernos de Irlanda y España no lo hicieron (Portugal está en un punto intermedio), pero sus bancos sí, y cuando la burbuja estalló, los contribuyentes se encontraron atrapados por las deudas bancarias. El problema se agravó por el hecho de que el auge de 1999 a 2007 dejó los precios y los costes en los países deudores lejos de los de sus vecinos.

¿Qué hacer? Los líderes europeos ofrecen préstamos de emergencia a las naciones en crisis, pero solo a cambio de promesas de imponer programas de austeridad salvaje, principalmente con enormes recortes de gastos. Las objeciones acerca de que estos programas se autodestruyen -no solo causan un gran daño directo, sino que también podrían, por el empeoramiento de la crisis económica, reducir los ingresos- se descartaron por las buenas. La austeridad en realidad sería expansiva, se afirmó, ya que mejoraría la confianza.

Nadie hizo tan suya la doctrina de la austeridad expansiva que Jean-Claude Trichet, el presidente del Banco Central Europeo (BCE). Bajo su dirección, el banco comenzó a predicar la austeridad como un elixir económico universal que debe imponerse inmediatamente en todas partes, incluso en países como Reino Unido y Estados Unidos que todavía tienen un desempleo elevado y no se enfrentan a presión alguna de los mercados financieros.

Pero como he dicho, el hada de la confianza no se ha presentado. Los países europeos con problemas de deuda están, como deberíamos haber esperado, sufriendo un mayor deterioro económico gracias a los programas de austeridad, y la confianza se está hundiendo en vez de aumentar. Ahora está claro que Grecia, Irlanda y Portugal no pueden y no pagarán sus deudas en su totalidad, aunque España podría arreglárselas para aguantar.

Siendo realistas, pues, Europa tiene que prepararse para algún tipo de reducción de la deuda, que implique una combinación de ayuda de las economías más fuertes y quitas aplicadas a los acreedores privados, que tendrán que aceptar menos que el reembolso total. El realismo, sin embargo, parece andar escaso.

Por un lado, Alemania está adoptando una posición dura contra nada que se parezca a una ayuda a sus vecinos con problemas, a pesar de que una motivación importante para el actual programa de rescate fue el intento de proteger a los bancos alemanes de las pérdidas.

Por otro lado, el BCE está actuando como si estuviera decidido a provocar una crisis financiera. Ha empezado a subir los tipos de interés, a pesar de la terrible situación de muchas economías europeas. Y los funcionarios del Banco Central Europeo han advertido contra cualquier forma de reestructuración que alivie la deuda. De hecho, la semana pasada un miembro del consejo de gobierno sugirió que incluso una leve reestructuración de los bonos griegos haría que el BCE dejase de aceptar esos bonos como garantía de los préstamos a los bancos griegos. Esto equivalía a una declaración de que si Grecia busca aliviar su deuda, el BCE desenchufaría el sistema bancario griego, que depende de manera crucial de sus préstamos.

Si los bancos griegos se derrumban, eso bien podría obligar a Grecia a salir de la zona euro, y es muy fácil ver cómo podría empezar un dominó financiero en gran parte de Europa. Entonces, ¿en qué está pensando el BCE?

Intuyo que simplemente no está dispuesto a afrontar el fracaso de sus fantasías. Y si esto suena muy estúpido, bueno, ¿quién dijo que la sabiduría gobierna el mundo?

Paul Krugman es profesor de economía en Princeton y premio Nobel de 2008. © The New York Times, 2011.

La crisis del euro

LA CRISIS DEL EURO. PAUL KRUGMAN.

LA DEPRESIÓN MENOR. PUBLICADO EN EL PAÍS


Esta es una época interesante, y lo digo en el peor sentido de la palabra. Ahora mismo, estamos viendo no una sino dos crisis inminentes, cada una de las cuales podría provocar un desastre mundial. En Estados Unidos, los fanáticos de derechas del Congreso pueden bloquear un necesario aumento del tope de la deuda, lo que posiblemente haría estragos en los mercados financieros mundiales.


Mientras tanto, si el plan que acaban de pactar los jefes de Estado europeos no logra calmar los mercados, podríamos ver un efecto dominó por todo el sur de Europa, lo cual también haría estragos en los mercados financieros mundiales.


Solamente podemos esperar que los políticos congregados en Washington y Bruselas consigan esquivar estas amenazas. Pero hay una pega: aun cuando nos las arreglemos para evitar una catástrofe inmediata, los acuerdos que se están alcanzando a ambos lados del Atlántico van a empeorar la crisis económica casi con toda seguridad.


De hecho, los responsables políticos parecen decididos a perpetuar lo que he dado en llamar la Depresión Menor, el prolongado periodo de paro elevado que empezó con la Gran Recesión de 2007-2009 y que continúa hasta el día de hoy, más de dos años después de que la recesión supuestamente terminase.


Hablemos un momento sobre por qué nuestras economías están (todavía) tan deprimidas. La gran burbuja inmobiliaria de la década pasada, que fue un fenómeno tanto estadounidense como europeo, estuvo acompañada por un enorme aumento de la deuda familiar. Cuando la burbuja estalló, la construcción de viviendas cayó en picado, al igual que el gasto de los consumidores a medida que las familias cargadas de deudas hacían recortes.


Aun así, todo podría haber ido bien si otros importantes actores económicos hubiesen incrementado su gasto y llenado el hueco dejado por el desplome de la vivienda y el retroceso del consumo. Pero ninguno lo hizo. En concreto, las empresas que disponen de capital no ven motivos para invertir ese capital en un momento en el que la demanda de los consumidores es débil.


Los Gobiernos tampoco hicieron demasiado por ayudar. Algunos de ellos -los de los países más débiles de Europa y los Gobiernos estatales y locales de EE UU- se vieron de hecho obligados a recortar drásticamente el gasto ante la caída de los ingresos. Y los comedidos esfuerzos de los Gobiernos más fuertes -incluido, sí, el plan de estímulo de Obama- apenas bastaron, en el mejor de los casos, para compensar esta austeridad forzosa.


Así que tenemos unas economías deprimidas. ¿Qué proponen hacer al respecto los responsables políticos? Menos que nada. La desaparición del paro de la retórica política de la élite y su sustitución por el pánico al déficit han sido verdaderamente llamativas. No es una respuesta a la opinión pública. En un sondeo reciente de CBS News/The New York Times, el 53% de los ciudadanos mencionaba la economía y el empleo como los problemas más importantes a los que nos enfrentamos, mientras que solo el 7% mencionaba el déficit. Tampoco es una respuesta a la presión del mercado. Los tipos de interés de la deuda de EE UU siguen cerca de sus mínimos históricos.


Pero las conversaciones en Washington y Bruselas solo tratan sobre recortes del gasto (y puede que subidas de impuestos, es decir, revisiones). Esto es claramente cierto en el caso de las diversas propuestas que se están tanteando para resolver la crisis del tope de la deuda en Estados Unidos. Pero es igual de cierto en Europa.


El jueves, los "jefes de Estado y de Gobierno de la zona euro y las instituciones de la UE" -este trabalenguas da idea, por sí solo, de lo confuso que se ha vuelto el sistema de gobierno europeo- publicaban su gran declaración. No era tranquilizadora.


Para empezar, resulta difícil creer que la compleja y estrambótica ingeniería financiera que la declaración propone pueda resolver realmente la crisis griega, por no hablar de la crisis europea en general.


Pero, aunque así fuera, ¿qué pasará después? La declaración pide unas drásticas reducciones del déficit "en todos los países salvo en aquellos con un programa" que debe entrar en vigor "antes de 2013 como muy tarde". Dado que esos países "con un programa" se ven obligados a observar una estricta austeridad fiscal, esto equivale a un plan para que toda Europa reduzca drásticamente el gasto al mismo tiempo. Y no hay nada en los datos europeos que indique que el sector privado vaya a estar dispuesto a cargar con el muerto en menos de dos años.


Para aquellos que conocen la historia de la década de 1930, esto resulta demasiado familiar. Si alguna de las actuales negociaciones sobre la deuda fracasa, podríamos estar a punto de revivir 1931, el hundimiento bancario mundial que hizo grande la Gran Depresión. Pero si las negociaciones tienen éxito, estaremos listos para repetir el gran error de 1937: la vuelta prematura a la contracción fiscal que dio al traste con la recuperación económica y garantizó que la depresión se prolongase hasta que la II Guerra Mundial finalmente proporcionó el impulso que la economía necesitaba.


¿He mencionado que el Banco Central Europeo -aunque, afortunadamente, no la Reserva Federal- parece decidido a empeorar aún más las cosas subiendo los tipos de interés?


Hay una antigua cita, atribuida a distintas personas, que siempre me viene a la mente cuando observo la política pública: "No sabes, hijo mío, con qué poca sabiduría se gobierna el mundo". Ahora esa falta de sabiduría se pone plenamente de manifiesto, cuando las élites políticas de ambos lados del Atlántico malogran la respuesta al trauma económico haciendo caso omiso de las lecciones de la historia. Y la Depresión Menor continúa.


Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y premio Nobel 2008. © 2011. New York Times Service. Traducción de News Clips.

martes, 11 de octubre de 2011

Recuperacion Economica: algunas claves

Excelente articulo de Stiglitz sobre las claves para la recuperacion economica


As the economic slump that began in 2007 persists, the question on everyone’s minds is obvious: Why? Unless we have a better understanding of the causes of the crisis, we can’t implement an effective recovery strategy. And, so far, we have neither.

We were told that this was a financial crisis, so governments on both sides of the Atlantic focused on the banks. Stimulus programs were sold as being a temporary palliative, needed to bridge the gap until the financial sector recovered and private lending resumed. But, while bank profitability and bonuses have returned, lending has not recovered, despite record-low long- and short-term interest rates.

The banks claim that lending remains constrained by a shortage of creditworthy borrowers, owing to the sick economy. And key data indicate that they are at least partly right. After all, large enterprises are sitting on a few trillion dollars in cash, so money is not what is holding them back from investing and hiring. Some, perhaps many, small businesses are, however, in a very different position; strapped for funds, they can’t grow, and many are being forced to contract.

Still, overall, business investment – excluding construction – has returned to 10% of GDP (from 10.6% before the crisis). With so much excess capacity in real estate, confidence will not recover to its pre-crisis level anytime soon, regardless of what is done to the banking sector.

The financial sector’s inexcusable recklessness, given free rein by mindless deregulation, was the obvious precipitating factor of the crisis. The legacy of excess real-estate capacity and over-leveraged households makes recovery all the more difficult.

But the economy was very sick before the crisis; the housing bubble merely papered over its weaknesses. Without bubble-supported consumption, there would have been a massive shortfall in aggregate demand. Instead, the personal saving rate plunged to 1%, and the bottom 80% of Americans were spending, every year, roughly 110% of their income. Even if the financial sector were fully repaired, and even if these profligate Americans hadn’t learned a lesson about the importance of saving, their consumption would be limited to 100% of their income. So anyone who talks about the consumer “coming back” – even after deleveraging – is living in a fantasy world.

Fixing the financial sector was necessary for economic recovery, but far from sufficient. To understand what needs to be done, we have to understand the economy’s problems before the crisis hit.

First, America and the world were victims of their own success. Rapid productivity increases in manufacturing had outpaced growth in demand, which meant that manufacturing employment decreased. Labor had to shift to services.

The problem is analogous to that which arose at the beginning of the twentieth century, when rapid productivity growth in agriculture forced labor to move from rural areas to urban manufacturing centers. With a decline in farm income in excess of 50% from 1929 to 1932, one might have anticipated massive migration. But workers were “trapped” in the rural sector: they didn’t have the resources to move, and their declining incomes so weakened aggregate demand that urban/manufacturing unemployment soared.

For America and Europe, the need for labor to move out of manufacturing is compounded by shifting comparative advantage: not only is the total number of manufacturing jobs limited globally, but a smaller share of those jobs will be local.

Globalization has been one, but only one, of the factors contributing to the second key problem – growing inequality. Shifting income from those who would spend it to those who won’t lowers aggregate demand. By the same token, soaring energy prices shifted purchasing power from the United States and Europe to oil exporters, who, recognizing the volatility of energy prices, rightly saved much of this income.

The final problem contributing to weakness in global aggregate demand was emerging markets’ massive buildup of foreign-exchange reserves – partly motivated by the mismanagement of the 1997-98 East Asia crisis by the International Monetary Fund and the US Treasury. Countries recognized that without reserves, they risked losing their economic sovereignty. Many said, “Never again.” But, while the buildup of reserves – currently around $7.6 trillion in emerging and developing economies – protected them, money going into reserves was money not spent.

Where are we today in addressing these underlying problems? To take the last one first, those countries that built up large reserves were able to weather the economic crisis better, so the incentive to accumulate reserves is even stronger.

Similarly, while bankers have regained their bonuses, workers are seeing their wages eroded and their hours diminished, further widening the income gap. Moreover, the US has not shaken off its dependence on oil. With oil prices back above $100 a barrel this summer – and still high – money is once again being transferred to the oil-exporting countries. And the structural transformation of the advanced economies, implied by the need to move labor out of traditional manufacturing branches, is occurring very slowly.

Government plays a central role in financing the services that people want, like education and health care. And government-financed education and training, in particular, will be critical in restoring competitiveness in Europe and the US. But both have chosen fiscal austerity, all but ensuring that their economies’ transitions will be slow.

The prescription for what ails the global economy follows directly from the diagnosis: strong government expenditures, aimed at facilitating restructuring, promoting energy conservation, and reducing inequality, and a reform of the global financial system that creates an alternative to the buildup of reserves.

Eventually, the world’s leaders – and the voters who elect them – will come to recognize this. As growth prospects continue to weaken, they will have no choice. But how much pain will we have to bear in the meantime?

Joseph E. Stiglitz is University Professor at Columbia University, a Nobel laureate in economics, and the author of Freefall: Free Markets and the Sinking of the Global Economy.

Copyright: Project Syndicate, 2011.
www.project-syndicate.org


lunes, 12 de septiembre de 2011

Plan de empleo de Obama

Interesante articulo de Krugman sobre el nuevo plan de incentivo al crecimiento economico y empleo de Estados Unidos. Mientras en Europa se sigue con recortes y ajustes de deuda, quien saldra antes de la crisis?

Empecemos por el principio: me ha sorprendido agradablemente el nuevo plan de empleo de Obama, que es considerablemente más audaz y mejor de lo que esperaba. No es ni mucho menos tan audaz como el plan que yo habría deseado en un mundo ideal. Pero si realmente se convierte en ley, es probable que reduzca considerablemente el desempleo. Naturalmente, no es probable que se convierta en ley, gracias a la oposición del Partido Republicano. Tampoco es probable que ocurra ninguna otra cosa que sirva de mucho para ayudar a los 14 millones de estadounidenses en paro. Y eso es una tragedia además de un escándalo.

Al presentar algo más grande y eficaz de lo esperado, Obama abre el debate sobre el empleo
Antes de pasar al plan de Obama, permítanme hablar del otro discurso económico importante de la semana, el que ha dado Charles Evans, el presidente de la Reserva Federal de Chicago. Evans ha dicho, sin rodeos, lo que algunos de nosotros llevamos ya años esperando oír de los funcionarios de la Reserva. Como Evans ha señalado, la Reserva Federal, tanto desde el punto de vista legal como desde el de la responsabilidad social, debería tratar de mantener bajos tanto el paro como la inflación; y aunque parece probable que la inflación se mantenga cerca o por debajo del objetivo de la Reserva de alrededor del 2%, el paro sigue estando por las nubes.
¿Y cómo debería estar reaccionando la Reserva Federal? Evans decía: "Supongan que la inflación estuviese en el 5%, frente a nuestro objetivo del 2%. ¿Existe alguna duda de que cualquier gobernador de un banco central que se precie reaccionaría enérgicamente para combatir esa alta tasa de inflación? No, no la hay. Se comportaría como si se le estuviese quemando el pelo. Debemos actuar con un ímpetu similar respecto a la mejora de las condiciones del mercado laboral".
Pero es evidente que a la Reserva Federal no se le está quemando el pelo, y que por lo visto la mayoría de los políticos no ven ninguna urgencia en la situación. Estos días, los mejores de ellos -o en todo caso los hombres y mujeres presuntamente sabios que se supone deben ocuparse del bienestar del país- carecen de toda convicción, mientras que los peores, representados por gran parte del Partido Republicano, están llenos de una intensidad apasionada. Así que se está abandonando a los parados.
Bien, respecto al plan de Obama: requiere unos 200.000 millones de dólares en nuevo gasto -gran parte del mismo en cosas que necesitamos en cualquier caso como reparaciones en los colegios, redes de transporte y evitar el despido de profesores- y 240.000 en bajadas de impuestos. Puede que parezca mucho, pero en realidad no lo es. Los persistentes efectos de la crisis inmobiliaria y el exceso de deuda familiar que han dejado los años de la burbuja están creando un agujero de alrededor de un billón de dólares al año en la economía estadounidense, y este plan -que no reportará todos sus beneficios en el primer año- solamente tapará parte del agujero. Y sobre todo, no está clara la efectividad que los recortes de impuestos tendrán a la hora de impulsar el gasto.
Aun así, el plan es mucho mejor que nada y algunas de sus medidas, que están específicamente destinadas a incentivar la contratación, podrían generar una cantidad de puestos de trabajo relativamente grande en relación con la inversión. Como he dicho, es mucho más ambicioso y mejor de lo que esperaba. Puede que al presidente Obama no se le esté quemando el pelo, pero sin duda está echando humo; está claro que comprende lo desesperada que es la situación laboral, y eso resulta gratificante.
Pero no es probable que su plan se convierta en ley, gracias a la oposición republicana. Y merece la pena fijarse en lo mucho que esa oposición se ha endurecido con el tiempo, a pesar de que la precaria situación de los parados ha empeorado.
A principios de 2009, mientras el nuevo Gobierno de Obama intentaba hacer frente a la crisis que había heredado, se escuchaban dos argumentos principales provenientes de los escépticos de la derecha. Primero, sostenían que debíamos depender de la política monetaria y no de la fiscal, es decir, que la tarea de combatir el paro debía recaer en la Reserva Federal. Segundo, sostenían que las medidas fiscales debían adoptar la forma de bajadas de impuestos en lugar de la de gasto temporal. Ahora, sin embargo, los dirigentes republicanos están en contra de los recortes de impuestos, al menos si estos benefician a los estadounidenses con empleo más que a la gente rica y las corporaciones.
Y también están en contra de la política monetaria. En el debate presidencial republicano del miércoles por la noche, Mitt Romney anunciaba que buscaría un sustituto para Ben Bernanke, el presidente de la Reserva Federal, esencialmente porque Bernanke ha intentado hacer algo (aunque no lo suficiente) respecto al paro. Y esto convierte a Romney en un moderado para lo que es habitual en el Partido Republicano, puesto que Rick Perry, su principal rival en la carrera para la designación del candidato a la presidencia, ha indicado que a Bernanke habría que tratarle "con mano muy dura".
Así que, en este momento, los principales republicanos están básicamente en contra de todo lo que pueda ayudar a los parados. Sí, Romney ha presentado un lustroso y elegante "plan de empleo", pero sería más correcto describirlo como 59 puntos sin ningún contenido (y desde luego, nada que justifique su afirmación, rayana en la megalomanía, de que crearía no menos de 11 millones de puestos de trabajo en cuatro años).
Lo bueno de todo esto es que, al presentar algo más grande y audaz de lo esperado, es posible que Obama haya sentado finalmente las bases para un debate político sobre la creación de empleo. Porque, al final, no se hará nada hasta que el pueblo estadounidense exija medidas.
©New York TimesService. 2011. Traducción de News Clips.
Paul Krugman es profesor de economía en Princeton y premio Nobel 2008.