miércoles, 26 de octubre de 2011

Cuando la austeridad fiscal falla para resolver la crisis

A menudo me quejo, con razón, sobre el estado del debate económico en Estados Unidos. Y la irresponsabilidad de algunos políticos -como los republicanos que afirman que el impago de la deuda de Estados Unidos no sería gran cosa- da miedo.

España sufre en los mercados por la crisis griega y la resaca electoral
Los sindicatos responden con otra huelga general a los nuevos recortes en Grecia
Grecia, Irlanda y Portugal no pueden y no pagarán todas sus deudas, aunque España podría arreglárselas
Pero al menos en EE UU los fanáticos del dolor, aquellos que sostienen que subir los tipos de interés y recortar el gasto público ante el desempleo masivo mejorará de alguna manera las cosas en lugar de empeorarlas, se topan con alguna resistencia de la Reserva Federal y del Gobierno de Obama.

En Europa, por el contrario, los fanáticos del dolor han estado al mando más de un año, insistiendo en que el dinero prudente y el equilibrio presupuestario son la respuesta a todos los problemas. Detrás de esta insistencia ha habido fantasías económicas, en particular la creencia en el hada de la confianza, es decir, la creencia en que recortar el gasto en realidad va a crear puestos de trabajo, porque la austeridad fiscal mejorará la confianza del sector privado.

Por desgracia, el hada de la confianza sigue negándose a hacer acto de presencia. Y la disputa sobre cómo manejar la incómoda realidad amenaza con convertir a Europa en el epicentro de una nueva crisis financiera.

Tras la creación del euro en 1999, los países europeos que habían sido considerados de riesgo, y que por ello se topaban con límites a la cantidad que podían pedir prestada, comenzaron a experimentar enormes entradas de capital. Después de todo, pensaron aparentemente los inversores, Grecia / Portugal / Irlanda / España eran miembros de una unión monetaria europea, así que ¿qué podía salir mal?

La respuesta a esa pregunta es ahora, por supuesto, dolorosamente evidente. El Gobierno de Grecia, al verse a sí mismo capaz de endeudarse a tipos ligeramente superiores a los de Alemania, asumió demasiada deuda. Los Gobiernos de Irlanda y España no lo hicieron (Portugal está en un punto intermedio), pero sus bancos sí, y cuando la burbuja estalló, los contribuyentes se encontraron atrapados por las deudas bancarias. El problema se agravó por el hecho de que el auge de 1999 a 2007 dejó los precios y los costes en los países deudores lejos de los de sus vecinos.

¿Qué hacer? Los líderes europeos ofrecen préstamos de emergencia a las naciones en crisis, pero solo a cambio de promesas de imponer programas de austeridad salvaje, principalmente con enormes recortes de gastos. Las objeciones acerca de que estos programas se autodestruyen -no solo causan un gran daño directo, sino que también podrían, por el empeoramiento de la crisis económica, reducir los ingresos- se descartaron por las buenas. La austeridad en realidad sería expansiva, se afirmó, ya que mejoraría la confianza.

Nadie hizo tan suya la doctrina de la austeridad expansiva que Jean-Claude Trichet, el presidente del Banco Central Europeo (BCE). Bajo su dirección, el banco comenzó a predicar la austeridad como un elixir económico universal que debe imponerse inmediatamente en todas partes, incluso en países como Reino Unido y Estados Unidos que todavía tienen un desempleo elevado y no se enfrentan a presión alguna de los mercados financieros.

Pero como he dicho, el hada de la confianza no se ha presentado. Los países europeos con problemas de deuda están, como deberíamos haber esperado, sufriendo un mayor deterioro económico gracias a los programas de austeridad, y la confianza se está hundiendo en vez de aumentar. Ahora está claro que Grecia, Irlanda y Portugal no pueden y no pagarán sus deudas en su totalidad, aunque España podría arreglárselas para aguantar.

Siendo realistas, pues, Europa tiene que prepararse para algún tipo de reducción de la deuda, que implique una combinación de ayuda de las economías más fuertes y quitas aplicadas a los acreedores privados, que tendrán que aceptar menos que el reembolso total. El realismo, sin embargo, parece andar escaso.

Por un lado, Alemania está adoptando una posición dura contra nada que se parezca a una ayuda a sus vecinos con problemas, a pesar de que una motivación importante para el actual programa de rescate fue el intento de proteger a los bancos alemanes de las pérdidas.

Por otro lado, el BCE está actuando como si estuviera decidido a provocar una crisis financiera. Ha empezado a subir los tipos de interés, a pesar de la terrible situación de muchas economías europeas. Y los funcionarios del Banco Central Europeo han advertido contra cualquier forma de reestructuración que alivie la deuda. De hecho, la semana pasada un miembro del consejo de gobierno sugirió que incluso una leve reestructuración de los bonos griegos haría que el BCE dejase de aceptar esos bonos como garantía de los préstamos a los bancos griegos. Esto equivalía a una declaración de que si Grecia busca aliviar su deuda, el BCE desenchufaría el sistema bancario griego, que depende de manera crucial de sus préstamos.

Si los bancos griegos se derrumban, eso bien podría obligar a Grecia a salir de la zona euro, y es muy fácil ver cómo podría empezar un dominó financiero en gran parte de Europa. Entonces, ¿en qué está pensando el BCE?

Intuyo que simplemente no está dispuesto a afrontar el fracaso de sus fantasías. Y si esto suena muy estúpido, bueno, ¿quién dijo que la sabiduría gobierna el mundo?

Paul Krugman es profesor de economía en Princeton y premio Nobel de 2008. © The New York Times, 2011.

La crisis del euro

LA CRISIS DEL EURO. PAUL KRUGMAN.

LA DEPRESIÓN MENOR. PUBLICADO EN EL PAÍS


Esta es una época interesante, y lo digo en el peor sentido de la palabra. Ahora mismo, estamos viendo no una sino dos crisis inminentes, cada una de las cuales podría provocar un desastre mundial. En Estados Unidos, los fanáticos de derechas del Congreso pueden bloquear un necesario aumento del tope de la deuda, lo que posiblemente haría estragos en los mercados financieros mundiales.


Mientras tanto, si el plan que acaban de pactar los jefes de Estado europeos no logra calmar los mercados, podríamos ver un efecto dominó por todo el sur de Europa, lo cual también haría estragos en los mercados financieros mundiales.


Solamente podemos esperar que los políticos congregados en Washington y Bruselas consigan esquivar estas amenazas. Pero hay una pega: aun cuando nos las arreglemos para evitar una catástrofe inmediata, los acuerdos que se están alcanzando a ambos lados del Atlántico van a empeorar la crisis económica casi con toda seguridad.


De hecho, los responsables políticos parecen decididos a perpetuar lo que he dado en llamar la Depresión Menor, el prolongado periodo de paro elevado que empezó con la Gran Recesión de 2007-2009 y que continúa hasta el día de hoy, más de dos años después de que la recesión supuestamente terminase.


Hablemos un momento sobre por qué nuestras economías están (todavía) tan deprimidas. La gran burbuja inmobiliaria de la década pasada, que fue un fenómeno tanto estadounidense como europeo, estuvo acompañada por un enorme aumento de la deuda familiar. Cuando la burbuja estalló, la construcción de viviendas cayó en picado, al igual que el gasto de los consumidores a medida que las familias cargadas de deudas hacían recortes.


Aun así, todo podría haber ido bien si otros importantes actores económicos hubiesen incrementado su gasto y llenado el hueco dejado por el desplome de la vivienda y el retroceso del consumo. Pero ninguno lo hizo. En concreto, las empresas que disponen de capital no ven motivos para invertir ese capital en un momento en el que la demanda de los consumidores es débil.


Los Gobiernos tampoco hicieron demasiado por ayudar. Algunos de ellos -los de los países más débiles de Europa y los Gobiernos estatales y locales de EE UU- se vieron de hecho obligados a recortar drásticamente el gasto ante la caída de los ingresos. Y los comedidos esfuerzos de los Gobiernos más fuertes -incluido, sí, el plan de estímulo de Obama- apenas bastaron, en el mejor de los casos, para compensar esta austeridad forzosa.


Así que tenemos unas economías deprimidas. ¿Qué proponen hacer al respecto los responsables políticos? Menos que nada. La desaparición del paro de la retórica política de la élite y su sustitución por el pánico al déficit han sido verdaderamente llamativas. No es una respuesta a la opinión pública. En un sondeo reciente de CBS News/The New York Times, el 53% de los ciudadanos mencionaba la economía y el empleo como los problemas más importantes a los que nos enfrentamos, mientras que solo el 7% mencionaba el déficit. Tampoco es una respuesta a la presión del mercado. Los tipos de interés de la deuda de EE UU siguen cerca de sus mínimos históricos.


Pero las conversaciones en Washington y Bruselas solo tratan sobre recortes del gasto (y puede que subidas de impuestos, es decir, revisiones). Esto es claramente cierto en el caso de las diversas propuestas que se están tanteando para resolver la crisis del tope de la deuda en Estados Unidos. Pero es igual de cierto en Europa.


El jueves, los "jefes de Estado y de Gobierno de la zona euro y las instituciones de la UE" -este trabalenguas da idea, por sí solo, de lo confuso que se ha vuelto el sistema de gobierno europeo- publicaban su gran declaración. No era tranquilizadora.


Para empezar, resulta difícil creer que la compleja y estrambótica ingeniería financiera que la declaración propone pueda resolver realmente la crisis griega, por no hablar de la crisis europea en general.


Pero, aunque así fuera, ¿qué pasará después? La declaración pide unas drásticas reducciones del déficit "en todos los países salvo en aquellos con un programa" que debe entrar en vigor "antes de 2013 como muy tarde". Dado que esos países "con un programa" se ven obligados a observar una estricta austeridad fiscal, esto equivale a un plan para que toda Europa reduzca drásticamente el gasto al mismo tiempo. Y no hay nada en los datos europeos que indique que el sector privado vaya a estar dispuesto a cargar con el muerto en menos de dos años.


Para aquellos que conocen la historia de la década de 1930, esto resulta demasiado familiar. Si alguna de las actuales negociaciones sobre la deuda fracasa, podríamos estar a punto de revivir 1931, el hundimiento bancario mundial que hizo grande la Gran Depresión. Pero si las negociaciones tienen éxito, estaremos listos para repetir el gran error de 1937: la vuelta prematura a la contracción fiscal que dio al traste con la recuperación económica y garantizó que la depresión se prolongase hasta que la II Guerra Mundial finalmente proporcionó el impulso que la economía necesitaba.


¿He mencionado que el Banco Central Europeo -aunque, afortunadamente, no la Reserva Federal- parece decidido a empeorar aún más las cosas subiendo los tipos de interés?


Hay una antigua cita, atribuida a distintas personas, que siempre me viene a la mente cuando observo la política pública: "No sabes, hijo mío, con qué poca sabiduría se gobierna el mundo". Ahora esa falta de sabiduría se pone plenamente de manifiesto, cuando las élites políticas de ambos lados del Atlántico malogran la respuesta al trauma económico haciendo caso omiso de las lecciones de la historia. Y la Depresión Menor continúa.


Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y premio Nobel 2008. © 2011. New York Times Service. Traducción de News Clips.

martes, 11 de octubre de 2011

Recuperacion Economica: algunas claves

Excelente articulo de Stiglitz sobre las claves para la recuperacion economica


As the economic slump that began in 2007 persists, the question on everyone’s minds is obvious: Why? Unless we have a better understanding of the causes of the crisis, we can’t implement an effective recovery strategy. And, so far, we have neither.

We were told that this was a financial crisis, so governments on both sides of the Atlantic focused on the banks. Stimulus programs were sold as being a temporary palliative, needed to bridge the gap until the financial sector recovered and private lending resumed. But, while bank profitability and bonuses have returned, lending has not recovered, despite record-low long- and short-term interest rates.

The banks claim that lending remains constrained by a shortage of creditworthy borrowers, owing to the sick economy. And key data indicate that they are at least partly right. After all, large enterprises are sitting on a few trillion dollars in cash, so money is not what is holding them back from investing and hiring. Some, perhaps many, small businesses are, however, in a very different position; strapped for funds, they can’t grow, and many are being forced to contract.

Still, overall, business investment – excluding construction – has returned to 10% of GDP (from 10.6% before the crisis). With so much excess capacity in real estate, confidence will not recover to its pre-crisis level anytime soon, regardless of what is done to the banking sector.

The financial sector’s inexcusable recklessness, given free rein by mindless deregulation, was the obvious precipitating factor of the crisis. The legacy of excess real-estate capacity and over-leveraged households makes recovery all the more difficult.

But the economy was very sick before the crisis; the housing bubble merely papered over its weaknesses. Without bubble-supported consumption, there would have been a massive shortfall in aggregate demand. Instead, the personal saving rate plunged to 1%, and the bottom 80% of Americans were spending, every year, roughly 110% of their income. Even if the financial sector were fully repaired, and even if these profligate Americans hadn’t learned a lesson about the importance of saving, their consumption would be limited to 100% of their income. So anyone who talks about the consumer “coming back” – even after deleveraging – is living in a fantasy world.

Fixing the financial sector was necessary for economic recovery, but far from sufficient. To understand what needs to be done, we have to understand the economy’s problems before the crisis hit.

First, America and the world were victims of their own success. Rapid productivity increases in manufacturing had outpaced growth in demand, which meant that manufacturing employment decreased. Labor had to shift to services.

The problem is analogous to that which arose at the beginning of the twentieth century, when rapid productivity growth in agriculture forced labor to move from rural areas to urban manufacturing centers. With a decline in farm income in excess of 50% from 1929 to 1932, one might have anticipated massive migration. But workers were “trapped” in the rural sector: they didn’t have the resources to move, and their declining incomes so weakened aggregate demand that urban/manufacturing unemployment soared.

For America and Europe, the need for labor to move out of manufacturing is compounded by shifting comparative advantage: not only is the total number of manufacturing jobs limited globally, but a smaller share of those jobs will be local.

Globalization has been one, but only one, of the factors contributing to the second key problem – growing inequality. Shifting income from those who would spend it to those who won’t lowers aggregate demand. By the same token, soaring energy prices shifted purchasing power from the United States and Europe to oil exporters, who, recognizing the volatility of energy prices, rightly saved much of this income.

The final problem contributing to weakness in global aggregate demand was emerging markets’ massive buildup of foreign-exchange reserves – partly motivated by the mismanagement of the 1997-98 East Asia crisis by the International Monetary Fund and the US Treasury. Countries recognized that without reserves, they risked losing their economic sovereignty. Many said, “Never again.” But, while the buildup of reserves – currently around $7.6 trillion in emerging and developing economies – protected them, money going into reserves was money not spent.

Where are we today in addressing these underlying problems? To take the last one first, those countries that built up large reserves were able to weather the economic crisis better, so the incentive to accumulate reserves is even stronger.

Similarly, while bankers have regained their bonuses, workers are seeing their wages eroded and their hours diminished, further widening the income gap. Moreover, the US has not shaken off its dependence on oil. With oil prices back above $100 a barrel this summer – and still high – money is once again being transferred to the oil-exporting countries. And the structural transformation of the advanced economies, implied by the need to move labor out of traditional manufacturing branches, is occurring very slowly.

Government plays a central role in financing the services that people want, like education and health care. And government-financed education and training, in particular, will be critical in restoring competitiveness in Europe and the US. But both have chosen fiscal austerity, all but ensuring that their economies’ transitions will be slow.

The prescription for what ails the global economy follows directly from the diagnosis: strong government expenditures, aimed at facilitating restructuring, promoting energy conservation, and reducing inequality, and a reform of the global financial system that creates an alternative to the buildup of reserves.

Eventually, the world’s leaders – and the voters who elect them – will come to recognize this. As growth prospects continue to weaken, they will have no choice. But how much pain will we have to bear in the meantime?

Joseph E. Stiglitz is University Professor at Columbia University, a Nobel laureate in economics, and the author of Freefall: Free Markets and the Sinking of the Global Economy.

Copyright: Project Syndicate, 2011.
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lunes, 12 de septiembre de 2011

Plan de empleo de Obama

Interesante articulo de Krugman sobre el nuevo plan de incentivo al crecimiento economico y empleo de Estados Unidos. Mientras en Europa se sigue con recortes y ajustes de deuda, quien saldra antes de la crisis?

Empecemos por el principio: me ha sorprendido agradablemente el nuevo plan de empleo de Obama, que es considerablemente más audaz y mejor de lo que esperaba. No es ni mucho menos tan audaz como el plan que yo habría deseado en un mundo ideal. Pero si realmente se convierte en ley, es probable que reduzca considerablemente el desempleo. Naturalmente, no es probable que se convierta en ley, gracias a la oposición del Partido Republicano. Tampoco es probable que ocurra ninguna otra cosa que sirva de mucho para ayudar a los 14 millones de estadounidenses en paro. Y eso es una tragedia además de un escándalo.

Al presentar algo más grande y eficaz de lo esperado, Obama abre el debate sobre el empleo
Antes de pasar al plan de Obama, permítanme hablar del otro discurso económico importante de la semana, el que ha dado Charles Evans, el presidente de la Reserva Federal de Chicago. Evans ha dicho, sin rodeos, lo que algunos de nosotros llevamos ya años esperando oír de los funcionarios de la Reserva. Como Evans ha señalado, la Reserva Federal, tanto desde el punto de vista legal como desde el de la responsabilidad social, debería tratar de mantener bajos tanto el paro como la inflación; y aunque parece probable que la inflación se mantenga cerca o por debajo del objetivo de la Reserva de alrededor del 2%, el paro sigue estando por las nubes.
¿Y cómo debería estar reaccionando la Reserva Federal? Evans decía: "Supongan que la inflación estuviese en el 5%, frente a nuestro objetivo del 2%. ¿Existe alguna duda de que cualquier gobernador de un banco central que se precie reaccionaría enérgicamente para combatir esa alta tasa de inflación? No, no la hay. Se comportaría como si se le estuviese quemando el pelo. Debemos actuar con un ímpetu similar respecto a la mejora de las condiciones del mercado laboral".
Pero es evidente que a la Reserva Federal no se le está quemando el pelo, y que por lo visto la mayoría de los políticos no ven ninguna urgencia en la situación. Estos días, los mejores de ellos -o en todo caso los hombres y mujeres presuntamente sabios que se supone deben ocuparse del bienestar del país- carecen de toda convicción, mientras que los peores, representados por gran parte del Partido Republicano, están llenos de una intensidad apasionada. Así que se está abandonando a los parados.
Bien, respecto al plan de Obama: requiere unos 200.000 millones de dólares en nuevo gasto -gran parte del mismo en cosas que necesitamos en cualquier caso como reparaciones en los colegios, redes de transporte y evitar el despido de profesores- y 240.000 en bajadas de impuestos. Puede que parezca mucho, pero en realidad no lo es. Los persistentes efectos de la crisis inmobiliaria y el exceso de deuda familiar que han dejado los años de la burbuja están creando un agujero de alrededor de un billón de dólares al año en la economía estadounidense, y este plan -que no reportará todos sus beneficios en el primer año- solamente tapará parte del agujero. Y sobre todo, no está clara la efectividad que los recortes de impuestos tendrán a la hora de impulsar el gasto.
Aun así, el plan es mucho mejor que nada y algunas de sus medidas, que están específicamente destinadas a incentivar la contratación, podrían generar una cantidad de puestos de trabajo relativamente grande en relación con la inversión. Como he dicho, es mucho más ambicioso y mejor de lo que esperaba. Puede que al presidente Obama no se le esté quemando el pelo, pero sin duda está echando humo; está claro que comprende lo desesperada que es la situación laboral, y eso resulta gratificante.
Pero no es probable que su plan se convierta en ley, gracias a la oposición republicana. Y merece la pena fijarse en lo mucho que esa oposición se ha endurecido con el tiempo, a pesar de que la precaria situación de los parados ha empeorado.
A principios de 2009, mientras el nuevo Gobierno de Obama intentaba hacer frente a la crisis que había heredado, se escuchaban dos argumentos principales provenientes de los escépticos de la derecha. Primero, sostenían que debíamos depender de la política monetaria y no de la fiscal, es decir, que la tarea de combatir el paro debía recaer en la Reserva Federal. Segundo, sostenían que las medidas fiscales debían adoptar la forma de bajadas de impuestos en lugar de la de gasto temporal. Ahora, sin embargo, los dirigentes republicanos están en contra de los recortes de impuestos, al menos si estos benefician a los estadounidenses con empleo más que a la gente rica y las corporaciones.
Y también están en contra de la política monetaria. En el debate presidencial republicano del miércoles por la noche, Mitt Romney anunciaba que buscaría un sustituto para Ben Bernanke, el presidente de la Reserva Federal, esencialmente porque Bernanke ha intentado hacer algo (aunque no lo suficiente) respecto al paro. Y esto convierte a Romney en un moderado para lo que es habitual en el Partido Republicano, puesto que Rick Perry, su principal rival en la carrera para la designación del candidato a la presidencia, ha indicado que a Bernanke habría que tratarle "con mano muy dura".
Así que, en este momento, los principales republicanos están básicamente en contra de todo lo que pueda ayudar a los parados. Sí, Romney ha presentado un lustroso y elegante "plan de empleo", pero sería más correcto describirlo como 59 puntos sin ningún contenido (y desde luego, nada que justifique su afirmación, rayana en la megalomanía, de que crearía no menos de 11 millones de puestos de trabajo en cuatro años).
Lo bueno de todo esto es que, al presentar algo más grande y audaz de lo esperado, es posible que Obama haya sentado finalmente las bases para un debate político sobre la creación de empleo. Porque, al final, no se hará nada hasta que el pueblo estadounidense exija medidas.
©New York TimesService. 2011. Traducción de News Clips.
Paul Krugman es profesor de economía en Princeton y premio Nobel 2008.

lunes, 22 de agosto de 2011

Como salir de la recesión o de la contracción

Interesante articulo de Rogoff analizando las diferencias entre una recesion y una contracccion

La segunda gran contracción


CAMBRIDGE – ¿Por qué todos siguen refiriéndose a la reciente crisis financiera como la "Gran Recesión"? El término, después de todo, se fundamenta en un peligroso diagnóstico erróneo de los problemas que enfrentan los Estados Unidos y otros países, que conduce a malos pronósticos y a malas políticas.

La frase "Gran Recesión" crea la impresión de que la economía está siguiendo los patrones de una recesión típica, sólo que de manera más severa – algo así como un resfrío muy fuerte. Es por eso que a lo largo de esta crisis, los expertos y analistas que han intentado hacer analogías con anteriores recesiones de posguerra de EE.UU. han errado tanto. Es más, demasiados diseñadores de políticas se han basado en la creencia de que, al fin y al cabo, esta es sólo una recesión profunda que puede ser doblegada mediante una generosa ración de herramientas convencionales de política, ya sea política fiscal o de rescates masivos.

Pero el verdadero problema es que la economía mundial esta gravemente sobreapalancada y no existe ninguna salida rápida sin un esquema para transferir riqueza de los acreedores a los deudores, ya sea a través de cesaciones de pago, represión financiera, o inflación.

Un término más preciso, aunque menos tranquilizador, para la crisis actual es la "Segunda Gran Contracción". Carmen Reinhart y yo propusimos este apelativo en nuestro libro This Time is Different publicado en 2009, fundamentándonos en nuestro diagnóstico de la crisis que indica que esta es una crisis financiera profunda típica, no una recesión profunda típica. La primera "Gran Contracción", por supuesto, fue la Gran Depresión, tal como subrayan Anna Schwarz y el fallecido Milton Friedman. La contracción afecta no sólo a la producción y al empleo, tal como ocurre en una recesión normal, sino también a la deuda y crédito, y al desapalancamiento que típicamente tarda muchos años en consumarse.

¿Por qué discutir sobre semántica? Bueno, imagine que tiene neumonía, pero cree que es sólo un resfriado fuerte. Usted, sencillamente, podría no tomar el medicamento correcto, y ciertamente esperaría que su vida vuelva a la normalidad más rápido de lo que realísticamente es posible.

En una recesión convencional, la reanudación del crecimiento implica un razonablemente brioso retorno a la normalidad. La economía no sólo recupera el terreno perdido, pero en el transcurso de un año, típicamente, logra alcanzar y regresar a su tendencia de largo plazo al alza.

Las secuelas de una crisis financiera profunda típica son algo completamente diferente. Como Reinhart y yo hemos demostrado, típicamente, una economía tarda más de cuatro años sólo para alcanzar el mismo nivel de ingresos per cápita que había logrado en su pico pre-crisis. Hasta el momento, a lo largo de una amplia gama de variables macroeconómicas, incluyendo producción, empleo, deuda, precios de vivienda, e incluso capital, nuestros puntos de referencia cuantitativos basados ​​en las anteriores crisis financieras profundas posguerra han demostrado ser mucho más precisos que la convencional lógica de recesión.

Muchos comentaristas han argumentado que el estímulo fiscal ha fracasado en gran medida no porque fue mal guiado, sino porque no fue lo suficientemente grande como para combatir una "Gran Recesión". Pero, en una "Gran Contracción", el problema número uno es la excesiva deuda. Si los gobiernos que mantienen calificaciones crediticias sólidas van a gastar sus escasos recursos eficazmente, el enfoque más eficaz consiste en catalizar las renegociaciones y reducciones de la deuda.

Por ejemplo, los gobiernos podrían facilitar la rebaja de las hipotecas a cambio de una participación en cualquier apreciación futura en los precios de vivienda. Un enfoque similar puede aplicarse a los países. Por ejemplo, los votantes de los países ricos en Europa quizás podrían ser persuadidos a involucrarse en un rescate mucho más grande de Grecia (uno que sea, en los hechos, lo suficientemente grande como para funcionar), a cambio de pagos más altos en diez a quince años si el crecimiento griego es mayor.

¿Existe alguna alternativa a años de vaivenes políticos e indecisión?

En mi artículo de diciembre de 2008, sostuve que la única forma práctica de acortar el próximo periodo de doloroso desapalancamiento y crecimiento lento sería la aceleración sostenida de una inflación moderada, por ejemplo, 4 a 6% durante varios años. Por supuesto, la inflación es una transferencia injusta y arbitraria de ingresos de los ahorristas a los deudores. Pero, al fin y al cabo, esta transferencia es el enfoque más directo para una recuperación más rápida. A la larga, dicha transferencia se llevará a cabo de una u otra manera, de todos modos, esto es lo que Europa está aprendiendo de manera dolorosa.

Algunos observadores consideran cualquier insinuación de inflación, incluso de inflación modestamente elevada, como una forma de herejía. Sin embargo, las Grandes Contracciones, a diferencia de las recesiones, son acontecimientos muy poco frecuentes, que ocurren quizás una vez cada 70 u 80 años. Estos son periodos en las que los bancos centrales necesitan gastar parte de la credibilidad que acumulan en tiempos normales.

La gran prisa por saltar al tren de la "Gran Recesión" ocurrió porque la mayoría de los analistas y diseñadores de políticas simplemente tenían en mente el marco analítico equivocado. Desafortunadamente, está demasiado claro cuán equivocados estaban.

Reconocer que hemos estado utilizando el marco analítico equivocado es el primer paso para encontrar una solución. La historia sugiere que frecuentemente se cambia de nombre a las recesiones cuando el humo se disipa. Quizás en la actualidad el humo se disipe un poco más rápido si desechamos la etiqueta de "Gran Recesión" de manera inmediata y la reemplazamos con algo más apropiado, como por ejemplo "Gran Contracción". Es demasiado tarde para enmendar los malos pronósticos y políticas equivocadas que han marcado las secuelas de la crisis financiera, pero no es demasiado tarde para actuar de mejor manera.

Kenneth Rogoff es profesor de Economía y Políticas Públicas en la Universidad de Harvard y fue economista en jefe del FMI.

Copyright: Project Syndicate, 2011.
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Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos

How to Resolve the Euro Crisis?

Interesting proposal of George Soros to solve the Euro Crisis


NEW YORK – A comprehensive solution of the euro crisis must have three major components: reform and recapitalization of the banking system, a eurobond regime, and an exit mechanism.

First, the banking system. The European Union’s Maastricht Treaty was designed to deal only with imbalances in the public sector; but, as it happened, the excesses in the banking sector were far worse. The euro’s introduction led to housing booms in countries like Spain and Ireland. Eurozone banks became among the world’s most over-leveraged – and the worst-affected by the crash of 2008. They remain badly in need of protection from the threat of insolvency.

The first step was taken recently when the European Financial Stability Facility was authorized to rescue banks as well as governments. This needs to be followed by other steps. The equity capital of banks urgently needs to be substantially increased. And if a European agency is to guarantee banks’ solvency, that agency must also oversee them.

A European banking agency would break up the incestuous relationship between banks and regulators that was at the root of the excesses that fueled the current crisis. And it would interfere much less with national sovereignty than would the subordination of fiscal policies to an EU or eurozone-wide authority.

Second, Europe needs eurobonds. The introduction of the euro was supposed to reinforce convergence; in fact, it created divergences, with widely different levels of indebtedness and competitiveness separating the member countries. If heavily indebted countries have to pay heavy risk premiums, their debt becomes unsustainable. And that is now happening.

The solution is obvious: deficit countries must be allowed to refinance the bulk of their debt on the same terms as surplus countries. This is best accomplished by authorizing the issuance of eurobonds, which would be jointly guaranteed by all of the member countries.

While the principle is clear, the details will require a lot of work. Which supranational agency will be in charge of issuing eurobonds? What rules will it follow in authorizing issuance? How will it enforce the rules?

Presumably, the eurobonds would be under the control of the eurozone finance ministers. The board would constitute the fiscal counterpart of the European Central Bank; it would also be the European counterpart of the International Monetary Fund.

The debate will therefore revolve around voting rights. The ECB operates on the principle of one vote per country; the IMF assigns voting rights according to countries’ capital contributions. Which system should prevail? The former could give carte blanche to debtor countries to run up their deficits; the latter might perpetuate a two-speed Europe. Some compromise will be necessary.

Because the fate of Europe depends on Germany, and because the issuance of eurobonds will put Germany’s own credit standing at risk, the compromise will clearly have to put Germany in the driver’s seat. Unfortunately, Germany has some unsound ideas about macroeconomic policy: it wants the rest of Europe to follow its example. But what works for Germany cannot work for the rest of Europe: no country can run a chronic trade surplus without others running deficits. Germany must propose rules that other countries can follow.

These rules must allow for a gradual reduction in indebtedness. They must also allow countries with high unemployment, like Spain, to continue running budget deficits. Rules involving targets for cyclically adjusted deficits can accomplish both of these goals. Most importantly, the rules must recognize their own imperfection – and thus must remain open to review and improvement.

Bruegel, the Brussels-based think tank, has proposed that eurobonds should constitute 60% of eurozone members’ outstanding external debt. Given the high risk premiums currently prevailing in Europe, this percentage is too low to constitute a level playing field. In my view, new issues should be entirely in eurobonds up to a limit set by the Board. The higher the volume of eurobonds a country seeks to issue, the more severe the conditions the Board would impose. The Board should have no problem imposing its will, because denying the right to issue additional eurobonds would be a powerful deterrent. Surveillance must be improved, however, in order to give countries timely notice when they are in violation.

This leads directly to the third unsolved problem: What happens if a country is unwilling or unable to keep within agreed conditions? Inability to issue eurobonds could result in a disorderly default or devaluation. In the absence of an exit mechanism, this would have catastrophic consequences. A deterrent that is too dangerous to invoke would lack credibility. Greece constitutes a cautionary example.

This is the most difficult of the three problem areas, and I do not claim to have a ready solution. Much depends on how the Greek crisis plays out. It might be possible to devise an orderly exit for a small country like Greece that could not be applied to a large one like Italy. In that case, the eurobond regime would have to carry sanctions from which there is no escape – something like a European finance ministry that has political as well as financial legitimacy which could emerge from the intense debate and soul-searching that is so badly needed (particularly in Germany).

One thing is certain: these three problem areas – reform and recapitalization of the banking system, a eurobond regime, and an exit mechanism – need to be resolved to make the euro a viable currency. But financial markets might not offer the respite necessary to put the new arrangements in place.

Under continued market pressure, the European Council might have to find a stopgap arrangement to avoid a calamity. It could authorize the ECB to lend directly to governments that cannot borrow from the markets on reasonable terms until a eurobond regime is introduced.

George Soros is Chairman of Soros Fund Management and of the Open Society Institute.

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Futuro de la crisis económica y financiera: ideas para un crecimiento económico estable

Interesante reflexión de Roubini sobre la futura evolución de la crisis económica y financiera ¿Habrá una recaída en la recesión? E ideas para sentar las bases de una recuperación económica estable.




¿Está el capitalismo condenado al fracaso?


NEW YORK – La masiva volatilidad y la aguda corrección de los precios de las acciones que en la actualidad golpean a los mercados financieros globales son indicadores de que las economías más avanzadas se encuentran al borde de una recesión de doble caída. Una crisis financiera y económica causada por el exceso de deuda y apalancamiento del sector privado condujeron a un masivo re-apalancamiento del sector público con el fin de evitar la Gran Depresión 2.0. Sin embargo, la recuperación posterior ha sido anémica y mediocre en la mayoría de las economías avanzadas dado el desapalancamiento doloroso.

Hoy en día una combinación de los precios altos del petróleo y productos básicos, los disturbios en el Oriente Medio, el terremoto y tsunami del Japón, la crisis de deuda de la eurozona y los problemas fiscales de Estados Unidos (y ahora la rebaja de su calificación crediticia) han llevado a un aumento masivo en la aversión al riesgo. Económicamente los Estados Unidos, la eurozona, el Reino Unido y el Japón funcionan al ralentí. Incluso los mercados emergentes en crecimiento (China, Asia emergente y América Latina), y las economías orientadas a la exportación que se basan en estos mercados (Alemania y Australia, un país rico en recursos naturales), están experimentando desaceleraciones agudas.

Hasta el año pasado, los políticos siempre pudieron sacar un as de bajo la manga para reactivar los precios de los activos y detonar la recuperación económica. Estímulo fiscal, tasas de interés de casi cero, dos rondas de "flexibilización cuantitativa", separación estricta de las deudas incobrables y billones de dólares en rescates y provisión de liquidez para los bancos y entidades financieras: las autoridades ejecutivas intentaron todo esto. Ahora se han quedado sin ases.

La política fiscal hoy en día es un lastre para el crecimiento económico tanto en la eurozona como en el Reino Unido. Incluso en los EE.UU., los gobiernos estatales y locales, y ahora el gobierno federal, recortan el gasto y reducen los pagos de transferencias. Muy pronto, ellos subirán los impuestos.

Otra ronda de rescates para los bancos es políticamente inaceptable y económicamente inviable: la mayoría de los gobiernos, especialmente en Europa, están tan estresados que los rescates no son asequibles; de hecho, el riesgo soberano está, en realidad, alimentando por la preocupación por la salud de los bancos europeos, que tienen en sus carteras la mayor parte de los cada vez más inestables valores gubernamentales.

Tampoco la política monetaria puede ser de mucha ayuda. La flexibilización cuantitativa en la eurozona y el Reino Unido se ve limitada por una inflación por encima del nivel objetivo. La Reserva Federal de EE.UU. probablemente inicie una tercera ronda de flexibilización cuantitativa (QE3), pero esta ofrecerá muy poco y llegará demasiado tarde. El año pasado la flexibilización cualitativa (QE2) de $600 millardos y de $1 billón de dólares en recortes de impuestos y transferencias logró un crecimiento de apenas el 3% durante un trimestre. Posteriormente, el crecimiento cayó bruscamente a menos del 1% en el primer semestre del año 2011. QE3 será de mucho menor tamaño, y logrará mucho menos en cuanto a reactivar los precios de los activos y restaurar el crecimiento.

La depreciación de la moneda no es una opción viable para todas las economías avanzadas: todas ellas necesitan una moneda más débil y una mejor balanza comercial para recuperar el crecimiento, pero no todas ellas pueden estar en esta situación al mismo tiempo. Así que depender de los tipos de cambio para influir en la balanza comercial es un juego de suma cero. Por esta razón se vislumbran en el horizonte guerras cambiaras; Japón y Suiza son los participantes de las primeras batallas por debilitar sus tipos de cambio. Otros pronto seguirán el ejemplo.

Mientras tanto, en la eurozona, Italia y España están ahora en riesgo de perder acceso al mercado, y en la actualidad las presiones financieras sobre Francia también van en aumento. Sin embargo, Italia y España son países demasiado grandes para quebrar y demasiado grandes para ser rescatados. Por el momento, el Banco Central Europeo comprará algunos de sus bonos como un puente con el nuevo Mecanismo Europeo de Estabilidad Financiera (EFSF, por el nombre en inglés) de la eurozona. Sin embargo, si Italia y/o España pierden su acceso al mercado, los €440 mil millones ($ 627 mil millones) del arca de guerra del EFSF podrían agotarse hasta finales de este año o principios del año 2012.

En ese momento, a menos que se tripliquen los fondos del EFSF – una medida a la que se opondría Alemania – la única opción que quedaría sería una reestructuración ordenada pero coercitiva de la deuda italiana y española, tal como ha ocurrido en Grecia. La reestructuración coercitiva de la deuda no garantizada de los bancos insolventes sería el siguiente paso. Por esta razón, aunque apenas ha empezado el proceso de desapalancamiento, se harán necesarias las reducciones de deuda si los países no pueden crecer o ahorrar o agrandarse por cuenta propia para salir de sus problemas de deuda.

Parece que Karl Max estuvo parcialmente en lo correcto al argumentar que la globalización, la intermediación financiera fuera de control, y la redistribución del ingreso y la riqueza de los trabajadores en beneficio del capital podría llevar al capitalismo a su autodestrucción (sin embargo se demostró que su idea de que el socialismo da mejores resultados fue errónea). Las empresas están recortando puestos de trabajo porque no hay suficiente demanda final. Sin embargo, al recortar puestos de trabajo se reduce el ingreso de los trabajadores, se aumenta la desigualdad y se reduce la demanda final.

Las protestas populares recientes, que se extienden desde el Medio Oriente hasta Israel y el Reino Unido, y la creciente ira popular en China – y que más temprano que tarde llegarán a otras economías avanzadas y mercados emergentes – son todas impulsadas ​​por los mismos problemas y tensiones: creciente desigualdad, pobreza, desempleo, y desesperanza. Incluso las clases medias del mundo están sintiendo la presión de la caída de ingresos y oportunidades.

Para permitir que las economías orientadas al mercado operen como deberían y como pueden, tenemos que retornar al equilibrio adecuado entre los mercados y la provisión de bienes públicos. Esto significa alejarse tanto del modelo anglosajón de laissez-faire y economía vudú como del modelo europeo continental de los estados de bienestar impulsados por el déficit. Ambos modelos están resquebrajados.

El equilibrio adecuado hoy en día exige la creación de puestos de trabajo de manera parcial a través de estímulos fiscales adicionales dirigidos a las inversiones en infraestructura productiva. También requiere de impuestos más progresivos; más cantidad de estímulos fiscales a corto plazo junto con disciplina fiscal de mediano y largo plazo; de apoyo de préstamos de última instancia por parte de las autoridades monetarias a fin de prevenir corridas bancarias destructivas; de reducción de la carga crediticia de los hogares insolventes y de otros agentes económicos que atraviesan dificultades económicas; de supervisión y regulación más estricta de un sistema financiero que está fuera de control; y de fraccionamiento de los bancos que son demasiado grandes para quebrar y de los fondos de inversión oligopolísticos.

Con el tiempo, las economías avanzadas tendrán que invertir en capital humano, capacitación y redes de seguridad social para aumentar la productividad y permitir que los trabajadores compitan, sean flexibles y prosperen en una economía globalizada. La alternativa es – igual que en la década de 1930 – interminable estancamiento, depresión, guerras cambiarias y de balanza comercial, controles de capital, crisis financiera, insolvencias soberanas, y masiva inestabilidad política y social.

Nouriel Roubini es presidente de Roubini Global Economics, profesor en la Escuela Stern de Administración de Empresas de la Universidad de Nueva York y coautor del libro Crisis Economics [Cómo salimos de ésta, Ediciones Destino, Barcelona, 2010; traducción de Eva Robledillo y Betty Trabal].

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Traducido del inglés por Rocio L. Barrientos.