miércoles, 8 de febrero de 2012

Planes Nacionales de Desarrollo en Nicaragua: ¿sirven para el desarrollo del pais?

¿Será bueno el próximo Plan Nacional de Desarrollo de Nicaragua?


El Banco Mundial empezó a trabajar en Nicaragua en los años 50. Su diagnostico fue que Nicaragua era un país con un alto potencial de crecimiento y que para ello habría que mejorar los estándares de salud y de educación; la red de aguas y saneamiento; modernizar la red vial; mejorar la administración publica, en especial el sistema fiscal; e incrementar la cobertura y capacidad energética entre otras cosas. Para esto se proponía formular una estrategia de desarrollo a largo plazo.

60 años después la situación es parecida. Dejando aparte los episodios de la revolución y del terremoto, que son una buena razón para explicar porque no se avanzó en el desarrollo del país durante los años 70 y 80, podemos analizar la estrategia de desarrollo desde los años 90. Y vemos que en los últimos veinte años los indicadores del desarrollo del país han seguido, en términos generales, estancados.

No fue hasta el año 2000 con la nueva estrategia de reducción de la pobreza del Banco Mundial , una vez fracasada las políticas del Consenso de Washington, cuando se empieza a impulsar un proceso endógeno de formulación de planes de desarrollo integrales del país. En el año 2000 la Estrategia de Reducción de la Pobreza. En el 2001 Estrategia Reforzada de Reducción de la pobreza. En el 2003 el Plan Nacional de Desarrollo En el 2004 el Plan Nacional de Desarrollo Operativo. En 2008 Plan Nacional de desarrollo humano. Y por ultimo, en 2009, el Plan Nacional de desarrollo humano actualizado. ¿Cuales son los resultados de todos estos planes? Si vemos las estadísticas los avances han sido insignificantes. ¿Habrá que preguntarse porque?

Claramente la primera pregunta que surge es en cuantos años se puede alcanzar resultados que permitan superar el subdesarrollo y la pobreza ¿10, 15, 20?. Entonces como podemos estar hablando de planes nacionales de desarrollo de 4 años o incluso de dos? Claramente los planes realizados en la primera década del siglo XXI no han respondido a la problematica que se planteaba.

Siempre se tiene que volver a empezar y ahora una vez mas. ¿Serán el gobierno y las instituciones internacionales lo suficientemente sabias para aprender del pasado?. El reto de Nicaragua es tener una visión del país a 20 años. ¿En que sectores se va a basar su economía? ¿Cómo se va a equilibrar su balanza comercial?¿En que sectores se va a generar empleo de calidad que permita vivir dignamente? ¿Cómo se va a pagar el sistema educativo, de salud, la red vial, energética y de telecomunicaciones que necesita el país para su desarrollo?. Sin estos elementos no se puede prosperar en la sociedad del conocimiento y Nicaragua seguirá en la marginalidad y con altos niveles de pobreza.

Una estrategia a largo plazo requiere de un consenso no solo de los partidos políticos sino de todos los sectores de la sociedad con el fin de que este quien este en el gobierno el plan se cumpla. Y fundamentalmente de que el sector productivo sea consciente de que hay que pagar impuestos y se comprometa a ello para poder mejorar el sistema educativo, universitario y desarrollar políticas publicas que modernicen la estructura económica del país. ¿Se podrá hacer esto en Nicaragua?.

En otros países se tiene ya esa visión. La estrategia de reducción de pobreza en República Dominicana 2010/2030 es ley y se consensuó por todas las fuerzas políticas. Visión Colombia 2019 o el Plan Nacional de Desarrollo de Ecuador 2025 son otros ejemplos de la formulación estratégica a largo plazo.

¿Que papel debería jugar la cooperación internacional en este escenario? Básicamente impulsar y promover el análisis y la inversión en los sectores productivos que ofrecen ventajas competitivas al país, y que aseguran la generación de empleo de calidad. Además, impulsar una reforma fiscal que permita que se financie un sistema educativo y de infraestructuras que aporten el capital humano y físico para el desarrollo de estos sectores.

Ojala esta vez el Gobierno, la oposición, los empresarios y las instituciones internacionales piensen, se comprometan y ejecuten un plan que permita que en el 2030 no quede cooperación internacional en Nicaragua porque se erradicó la pobreza.

sábado, 4 de febrero de 2012

Crisis financiera y destruccion del modelo social europeo

¿ A quien sirve Europa a la banca privada o a los ciudadanos?


Europa al servicio de los ciudadanos interesante analisis sobre el tema.


Son cifras increíbles. Hace poco, un juez norteamericano falló a favor de los periodistas de Bloomberg que pedían al Banco Central de Estados Unidos que fuera totalmente transparente con la ayuda otorgada al sistema bancario durante los últimos tres años.

¿Es justo que los pueblos paguen 600 u 800 veces más que los bancos?

La evolución del precio de la deuda pública es, hoy día, la inflación más preocupante

Tras haber examinado 20.000 páginas de diferentes documentos, Bloomberg demostró que la Reserva Federal le había prestado secretamente a los bancos en dificultad la gigantesca cantidad de 1.200.000 millones a un tipo increíblemente bajo de 0,01%.

Al mismo tiempo, en numerosos países, los pueblos están sufriendo los planes de austeridad impuestos por Gobiernos a quienes los mercados financieros ya no prestan millones a tipos inferiores al 6,7% o al 9%. Asfixiados por estos tipos, los Gobiernos se ven "obligados" a congelar las pensiones, las prestaciones familiares o los sueldos de los funcionarios; a hacer recortes y a disminuir las inversiones, lo que aumenta el paro y nos va a sumir a todos dentro de poco en una recesión de extrema gravedad.

¿Resulta normal que en caso de crisis, los bancos privados, a quienes suelen financiar los bancos centrales a un 1% puedan beneficiarse de un tipo al 0,01% pero que en las mismas circunstancias algunos Estados, por el contrario, deban pagar tipos 600 u 800 veces más elevados?

"Estar gobernados por el dinero organizado es tan peligroso como estarlo por el crimen organizado", decía Roosevelt. Tenía razón. Estamos viviendo una crisis del capitalismo desregulado que puede ser suicida para nuestra civilización. Como dicen Edgar Morin y Stéphane Hessel en su último libro, nuestras sociedades deben elegir: la metamorfosis o la muerte.

¿Vamos a esperar a que sea demasiado tarde para abrir los ojos? ¿Vamos a esperar a que sea demasiado tarde para entender la gravedad de la crisis y elegir juntos la metamorfosis antes de que nuestras sociedades se disloquen? No tenemos aquí la posibilidad de desarrollar 15 reformas concretas que harían posible esta metamorfosis, pero queremos que sea posible quitarle la razón a Paul Krugman cuando explica que Europa se está encerrando en "una espiral mortal".

¿Cómo podemos darle oxígeno a nuestras finanzas públicas ahora? ¿Cómo podemos actuar sin modificar los Tratados, una tarea que requeriría meses de trabajo y que quizás sea imposible dentro de poco si Europa es cada vez más odiada por los pueblos?

Angela Merkel tiene razón cuando dice que no hay que incitar a los Gobiernos a una huida hacia adelante, pero cabe recordar que la mayor parte de las sumas que nuestros Estados piden prestadas a los mercadosfinancieros son para pagar deudas antiguas. Un ejemplo: en 2012, Francia tendrá que pedir prestados 400.000 millones: 100.000 corresponden al déficit del presupuesto (que sería casi inexistente si se anularan muchas de las rebajas fiscales otorgadas desde hace 10 años) y 300.000 corresponden a deudas antiguas que llegan a su vencimiento y que somos incapaces de reembolsar si no nos endeudamos de nuevo un par de horas antes de reembolsarlas.

El pasado, pasado está. Imponer tipos de interés descomunales para deudas acumuladas hace 5 o 10 años no contribuye a responsabilizar a los Gobiernos sino que asfixia nuestras economías en beneficio de algunos bancos privados; alegando que existe un riesgo, estos prestan a un tipo altísimo, aunque sepan que no hay ningún riesgo verdadero ya que el Fondo Europeo de Seguridad está para garantizar la solvencia de los Estados europeos.

Hay que acabar con lo de "dos pesos, dos medidas": inspirándonos en lo que hizo el Banco Central norteamericano para salvar el sistema financiero, proponemos que la "deuda vieja" de nuestros Estados pueda ser refinanciada a un tipo de interés cercano al 0%.

No hay ninguna necesidad de modificar los Tratados europeos para poner en práctica esta idea: ciertamente el Banco Central no tiene derecho a prestar a los Estados miembros de la Unión Europea, pero puede prestar sin límite alguno a organismos públicos de crédito (artículo 21.3 del estatuto del sistema europeo de los bancos centrales) y a organizaciones internacionales (artículo 23 del mismo estatuto). Así pues el Banco Central Europeo puede prestar al 0,01% al Banco Europeo de Inversiones o a cualquier banco público nacional y ellos, pueden prestar al 0,102% a los Estados que se endeudan para pagar sus deudas viejas.

Nada impide establecer esta forma de financiación a partir del mes que viene. No lo decimos lo suficiente: el presupuesto de Italia tendría un excedente primario si no tuviera que pagar gastos financieros cada vez más elevados.

¿Tenemos que dejar que Italia se hunda en la recesión económica y la crisis política o hay que poner fin a las rentas de los bancos privados? La respuesta tendría que ser evidente para quien actúa a favor del bien común.

El papel fundamental que los Tratados le atribuyen al Banco Central es el de proteger la estabilidad de los precios. Por tanto, ¿cómo puede no reaccionar cuando ciertos países ven multiplicarse por dos o por tres el precio de sus Bonos del Tesoro en unos meses?

El Banco Central también tiene que velar por la estabilidad de nuestras economías. ¿Cómo puede no actuar cuando el precio de la deuda amenaza con sumirnos a todos en una recesión "más grave que la de 1930", según el gobernador del Banco de Inglaterra?

Nada en los Tratados vigentes le prohíbe al Banco Central que intervenga con firmeza para hacer bajar el precio de la deuda pública. No solo no hay nada que se lo impida sino que todas las circunstancias lo incitan a hacerlo ya que para todos, la evolución del precio de la deuda pública es, hoy día, la inflación más preocupante.

En 1989, tras la caída del muro de Berlín, les bastó un mes a Helmut Kohl, François Mitterrand y a los otros jefes de Estado europeos para decidir la creación de la moneda única. Tras cuatro años de crisis ¿a qué están esperando nuestros dirigentes para oxigenar nuestras finanzas públicas? El mecanismo que proponemos podría aplicarse inmediatamente, tanto para disminuir el coste de la deuda antigua como para financiar inversiones fundamentales para nuestro porvenir.

Todos los que piden la negociación de un nuevo tratado europeo llevan toda la razón: con los países que quieran, debemos construir una Europa política, capaz de influir en la globalización, una Europa realmente democrática como ya lo proponían Wolfgang Schäuble y Karl Lamers en 1994 o Joschka Fischer en 2000.

Por supuesto, es necesario un tratado de convergencia social y una verdadera gobernanza económica. Todo esto es imprescindible. Pero no se podrá adoptar ningún nuevo tratado si nuestro continente se hunde en "una espiral de la muerte" y si una mayoría de ciudadanos acaba odiando cuanto viene de Bruselas.

Lo urgente es enviarle una señal muy clara a los pueblos: Europa no está en manos de los lobbies financieros. Europa está al servicio de los ciudadanos

La obsesion por la deuda publica

Es realmente el problema de la deuda publica el mas importante de la economia? donde se va a llevar a las economias con esta prioridad? no seria mejor centrarse en la creacion de empleo, y asi resolver el problema de la deuda via crecimiento economico?


Nadie entiende la deuda, cree Krugman...

En 2011, como en 2010, Estados Unidos experimentaba una recuperación técnica, pero seguía sufriendo un desempleo desastrosamente alto. Y a lo largo de la mayor parte de 2011, como en 2010, casi todas las conversaciones en Washington giraban en torno a otra cosa: el problema supuestamente urgente de reducir el déficit público.

Los países con Gobiernos estables y responsables han sido capaces de vivir con niveles de deuda elevados

Este enfoque inapropiado dice mucho sobre nuestra cultura política, en concreto sobre lo desconectado que está el Congreso del sufrimiento de los estadounidenses de a pie. Pero también revela algo más: cuando la gente en Washington habla de déficits y deuda, la inmensa mayoría no tiene ni idea de lo que está hablando, y la gente que más habla es la que menos entiende.

Lo más evidente es quizá que los "expertos" económicos en los que confía gran parte del Congreso han estado totalmente equivocados una y otra vez sobre los efectos a corto plazo de los déficits públicos. La gente que obtiene sus análisis económicos de instituciones como la Fundación Heritage lleva esperando desde que el presidente Obama asumió el cargo a que el déficit público disparase los tipos de interés. El día menos pensado.

Y mientras ha estado esperando, esos tipos han descendido hasta mínimos históricos. Se podría pensar que esto llevaría a los políticos a cuestionar su elección de expertos (es decir, se podría pensar eso si no supiéramos nada sobre la política posmoderna no basada en hechos).

Pero Washington no se confunde solo en lo que respecta al corto plazo; también está confundido acerca del largo plazo. Porque aunque la deuda pueda ser un problema, la forma en que nuestros políticos y lumbreras piensan en la deuda es incorrecta y exagera el tamaño del problema.

Los que se preocupan por el déficit retratan un futuro en el que nos vemos empobrecidos por la necesidad de devolver el dinero que hemos tomado prestado. Ven a EE UU como una familia que pidió una hipoteca demasiado alta y que se ve en apuros para pagar las cuotas mensuales. Sin embargo, esta es una analogía realmente mala por lo menos en dos sentidos.

En primer lugar, las familias tienen que devolver su deuda. Los Gobiernos, no; todo lo que tienen que hacer es asegurarse de que la deuda aumenta más lentamente que su base imponible. La deuda de la II Guerra Mundial nunca se devolvió; sencillamente, se fue volviendo cada vez más irrelevante, a medida que la economía estadounidense crecía, y con ella, la renta sometida a tributación.

En segundo lugar, y esto es lo que nadie parece entender, una familia excesivamente endeudada debe dinero a otra persona; la deuda estadounidense es, en gran medida, dinero que nos debemos a nosotros mismos.

Esto era claramente cierto en el caso de la deuda en que incurrimos para ganar la Segunda Guerra Mundial. Los contribuyentes asumieron la responsabilidad de una deuda que era significativamente más elevada, como porcentaje del PIB, que la deuda actual; pero los titulares de esa deuda también eran los contribuyentes, como la gente que compraba bonos de ahorro. De modo que la deuda no hizo más pobre a los Estados Unidos de la posguerra. En concreto, la deuda no impidió que la generación de la posguerra experimentara el mayor aumento de la renta y el nivel de vida en la historia de nuestra nación.

Pero esta vez es diferente, ¿no? No tanto como creen.

Es verdad que ahora los extranjeros poseen grandes intereses en EE UU, entre ellos una buena cantidad de deuda pública. Pero cada dólar de participaciones extranjeras en Estados Unidos se ve igualado por 89 céntimos de participaciones estadounidenses en el extranjero. Y como los extranjeros tienden a hacer sus inversiones en Estados Unidos en activos seguros y de baja rentabilidad, EE UU gana en la práctica más por sus activos en el extranjero de lo que paga a los inversores extranjeros. Si se han hecho la idea de que es un país profundamente endeudado con los chinos, les han informado mal. Y tampoco estamos avanzando rápidamente en esa dirección.

Claro que el hecho de que la deuda federal no implique ni mucho menos que el futuro de Estados Unidos esté hipotecado no quiere decir que la deuda no sea perjudicial. Para pagar los intereses hay que recaudar impuestos, y no hay que ser un ideólogo de derechas para reconocer que los impuestos suponen algún coste para la economía, aunque solo sea porque apartan los recursos de las actividades productivas y los desvían hacia la elusión y la evasión de impuestos. Pero estos costes son mucho menos trágicos de lo que la analogía de la familia excesivamente endeudada podría dar a entender.

Y esa es la razón por la que los países con Gobiernos estables y responsables -o sea, Gobiernos que están dispuestos a elevar moderadamente los impuestos cuando la situación lo exige- han sido por regla general capaces de vivir con niveles de deuda mucho más elevados de lo que la opinión convencional nos induciría a pensar. Gran Bretaña, en concreto, ha tenido una deuda superior al 100% del PIB durante 81 de los últimos 170 años. Cuando Keynes escribía sobre la necesidad de gastar para salir de una depresión, Gran Bretaña estaba más endeudada que cualquier país desarrollado hoy en día, con la excepción de Japón.

Naturalmente, EE UU, con su movimiento conservador furibundamente antiimpuestos, podría no tener un Gobierno que sea responsable en ese sentido. Pero en ese caso, la culpa no es de la deuda, sino nuestra.

De modo que, sí, la deuda es importante. Pero en estos momentos hay cosas más importantes. Necesitamos más, no menos, gasto público para sacarnos de la trampa del desempleo. Y la terca y desinformada obsesión con la deuda se interpone en el camino.

Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008. @ New York Times Service 2012. Traducción de News Clips.

¿Es la austeridad la solucion a la crisis economica?

Interesante articulo de Krugman sobre el tema

La semana pasada, el Instituto Nacional de Investigación Económica y Social, una fundación británica, publicó un gráfico alarmante que comparaba la depresión actual con recesiones y recuperaciones anteriores. Resulta que según un indicador importante -los cambios en el Producto Interior Bruto (PIB) desde que empezó la recesión- a Reino Unido le está yendo peor esta vez de lo que le fue durante la Gran Depresión. Tras cuatro años de depresión, el PIB británico había vuelto a alcanzar su máximo anterior; cuatro años después de que empezara la Gran Recesión, Reino Unido no está ni mucho menos cerca de recuperar el terreno perdido.

Muchos economistas han olvidado deliberadamente las lecciones del pasado. A Italia también le está yendo peor que durante la década de 1930, y con España dirigiéndose claramente hacia una doble recesión, tenemos a tres de las cinco grandes economías europeas como miembros del club de los "peores que". Sí, existen algunas salvedades y complicaciones, pero esto constituye, no obstante, un asombroso fracaso de la política.

Y es un fracaso, concretamente, de la doctrina de austeridad que ha predominado en el debate político de las élites tanto en Europa como, en gran medida, en Estados Unidos durante los dos últimos años.

Y bien, en cuanto a esas salvedades: por una parte, el paro en Reino Unido era mucho más elevado en la década de 1930 de lo que lo es ahora, porque la economía británica estaba deprimida -principalmente por culpa de un regreso desacertado al patrón oro- incluso antes de que estallara la depresión. Y por otra parte, Reino Unido sufrió una depresión muy llevadera en comparación con la de Estados Unidos.

Incluso así, superar el historial de la década de 1930 no debería ser un reto difícil. ¿Acaso no hemos aprendido muchas cosas sobra la gestión económica a lo largo de los 80 últimos años? Sí, así ha sido, pero en Reino Unido y en otros lugares, la élite política decidió tirar por la ventana los conocimientos obtenidos a duras penas y confiar en cambio en ilusiones que le convinieran desde un punto de vista ideológico.

Se creía que Reino Unido, en concreto, era un modelo de "austeridad expansionista", la idea de que, en vez de aumentar el gasto del Gobierno para luchar contra las recesiones, hay que recortarlo, y que esto induciría un crecimiento económico más rápido. "Los que sostienen que ocuparse de nuestro déficit y fomentar el crecimiento son de alguna manera alternativas se equivocan", declaraba David Cameron, el primer ministro británico. "No puedes aplazar lo primero para impulsar lo segundo".

¿Cómo podía prosperar la economía cuando el desempleo ya era elevado y las políticas del Gobierno estaban reduciendo directamente el empleo más todavía? ¡La confianza! "Creo firmemente", manifestaba Jean-Claude Trichet -que por aquel entonces era el presidente del Banco Central Europeo y un firme partidario de la doctrina de la austeridad expansionista- "que, en la coyuntura actual, las políticas que impulsen la confianza acelerarán la recuperación económica en vez de obstaculizarla, porque la confianza es el factor clave hoy en día".

Semejantes invocaciones al hada de la confianza nunca fueron plausibles; los investigadores del Fondo Monetario Internacional y de otras instituciones desacreditaron rápidamente la supuesta prueba de que los recortes en el gasto crean empleo. Sin embargo, la gente influyente a ambos lados del Atlántico colmó de elogios a los profetas de la austeridad, y a Cameron en especial, porque la doctrina de la austeridad expansionista encajaba con sus programas ideológicos.

Por tanto, en octubre de 2010, David Broder, quien prácticamente encarnaba la opinión común, alabó a Cameron por su audacia, y en concreto por "no hacer caso de las advertencias de los economistas de que una medicina repentina y fuerte podría frenar en seco la recuperación económica y volver a sumir al país en la recesión". Más tarde, instó al presidente Barack Obama a "hacer una cameronada" y llevar a cabo "una reducción drástica del Estado de bienestar ya mismo".

Sin embargo, por extraño que parezca, esas advertencias de los economistas resultaron ser totalmente acertadas. Y tenemos bastante suerte de que Obama no hiciera, de hecho, una cameronada.

Lo que no quiere decir que todo vaya bien en la política estadounidense. Es cierto que el Gobierno ha evitado una austeridad total, pero los gobiernos estatales y locales, que deben tener unos presupuestos más o menos equilibrados, han recortado el gasto y el empleo a medida que se acababa la ayuda federal, y eso ha sido un lastre importante para el conjunto de la economía. Sin esos recortes del gasto, ya podríamos haber estado en la senda del crecimiento autosostenible; tal y como están las cosas, la recuperación pende de un hilo.

Y puede que el continente europeo, donde las políticas de austeridad están teniendo el mismo efecto que en Reino Unido y donde muchos indicios apuntan a una recesión este año, nos lleve por mal camino.

Lo más exasperante de esta tragedia es que era totalmente innecesaria. Hace un siglo, cualquier economista -o, de hecho, cualquier estudiante universitario que hubiese leído el libro de texto Economía, de Paul Samuelson- les podría haber dicho que la austeridad frente a una depresión era una idea muy mala. Pero los que elaboran las políticas, los expertos y, siento decirlo, muchos economistas decidieron, en gran parte por razones políticas, olvidar lo que solían saber. Y millones de trabajadores están pagando el precio de su amnesia deliberada.

Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008. © 2012 New York Times News Service. Traducción de News Clips.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Desigualdad en el nivel mas alto de los ultimos 30 años

La desigualdad ha crecido en todos los países de la OCDE, que une a la grandes economías y las potencias emergentes, hasta alcanzar el nivel más alto en 30 años. Los ingresos medios del 10% más rico de la población es nueve veces el promedio del 10% de los más pobles, según el informe que acaba de hacer público la OCDE.

La brecha entre ricos y pobres ha crecido incluso en países tradicionalmente igualitarios, como Alemania, Dinamarca y Suecia, de 5 veces a una en 1980 a seis veces a uno en la actualidad. Esta desigualdad es mayor, de 10 a uno, en Italia, Japón, Corea y Reino Unidos mientras que en Israel, Turquía y Estados Unidos alcanza las 14 veces a uno.Se lleva la palma el ahora tan admirado Brasil, con una distancia en los ingresos de 50 veces a uno, aunque se ha reducido la desigualdad en la última década. Los datos alcanzan hasta 2008, con lo que no recogen el impacto de la crisis económica mundial.

España, con 11 veces a una, se sitúa por debajo de Estados Unidos, Portugal y Reino Unido, pero por encima de Alemania y Francia. La desigualdad ha disminuido desde mediados de los años 80 si se miran los datos hasta 2008, aunque si se recogen hasta 2010, las cifras de Eurostat muestran cómo la desigualdad se ha disparado.


"El contrato social se está empezando a deshacer en muchos países. Este estudio hace desvanecerse la asunción de que los beneficios del crecimiento económico goteará automáticamente a los desfavorecidos y que la mayor desigualdad fomenta la movilidad social. Sin una estrategia para el crecimiento inclusivo, la desigualdad seguirá creciendo", ha advertido esta mañana Angel Gurría, el secretario general de la OCDE, al presentar el informe en París.

La creciente desigualdad entre salarios es lo que ha disparado la brecha social, debido, por una parte, a que el beneficio ha ido mejorando para los más formandos y empeorando para los empleados de menor cualificación y, por otra, a la proliferación de trabajos a tiempo parcial o jornadas flexibles, según la OCDE. Además, los impuestos, que sirven para reducir esta desigualdades, han resultado menos efectivos en la redistribución de ingresos desde mediados de los 90.

Otro factor ha sido el recorte en los impuestos a los que más ganan, según la OCDE.

"No hay nada inevitable entre estas altas y crecientes desigualdades", ha dicho Gurría. El informe, sostiene, indica que la mejora de la formación de los trabajadores es de lejos el mejor instrumento para contener la creciente brecha entre ingresoso. Pero la OCDE también pide a los gobiernos "que resiven su sistema fiscal para asegurar que los más ricos contribuyen en su justa medida en el pago de impuestos".

el pais
http://www.elpais.com/articulo/economia/brecha/ricos/pobres/alcanza/nivel/alto/anos/elpepueco/20111205elpepueco_6/Tes

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Fiscal austery: the right answer to the crisis?

Some Krugman's food for thought


November 30, 2011, 10:24 am
Bleeding Britain
These days, ambulance-chaser economists like yours truly have an embarrassment of riches: so much is going wrong, in so many places, that one hardly knows where to start.

But let’s spare a moment for a disaster that’s being overshadowed by the euro crisis: Britain’s experiment in austerity.

When the Cameron government came in, it was fully invested in the doctrine of expansionary austerity. Officials told everyone to read the Alesina/Ardagna paper (which is succinctly criticized by Christy Romer (pdf)), cited Ireland as a success story, and in general assured everyone that they could call the confidence fairy from the vasty deep.

Now it turns out that contractionary policy is contractionary after all. As a result, despite all the austerity, deficits remain high. So what is to be done? More austerity!

Underlying the drive for even more austerity is the belief that the underlying economic potential of the British economy has fallen sharply, and will grow only slowly from now on. But why? There’s a discussion in the Office for Budget Responsibility report, p. 54, that basically throws up its hands — hey, these things happen after financial crises, it says, and cites an IMF report (pdf).

So I wonder: did they read the abstract of that report? Because here’s what it says:

Short-run fiscal and monetary stimulus is associated with smaller medium-run deviations of output and growth from the precrisis trend.

That is, history says that a financial crisis reduces long-run growth potential if policymakers don’t limit the short-run damage it does.

And yet what’s happening in Britain now is that depressed estimates of long-run potential are being used to justify more austerity, which will depress the economy even further in the short run, leading to further depression of long-run potential, leading to …

It really is just like a medieval doctor bleeding his patient, observing that the patient is getting sicker, not better, and deciding that this calls for even more bleeding.

And the truly awful thing is that Cameron and Osborne are so deeply identified with the austerity doctrine that they can’t change course without effectively destroying themselves politically.

As the Brits would say, brilliant. Just brilliant.

.56 Comments E-mailPrintShare
Close
Facebook
Tumblr
Digg
Linkedin
Reddit
Permalink

..
--------------------------------------------------------------------------------

November 30, 2011, 8:49 am
Questions Of Confidence
Some readers have asked why, given my scornful discussions of the “confidence fairy” story about fiscal austerity (will that be my lasting contribution to economic discourse?), I’m willing to take seriously the idea that ECB rate hikes had a huge impact via expectations.

That’s a good question, but I do have answers.

First of all, the ECB story is about the bond market; the expansionary austerity story isn’t. Instead, to believe that fiscal contraction will lead to higher consumption and investment spending you have to believe that consumers and firms will make major changes in their current behavior based on perceptions about taxes and spending years in the future. And that’s just a lot less plausible. The likes of Pimco are out there trying to figure out the implications of ECB behavior, and investing accordingly; how many families do you know deciding on holiday purchases based on expectations of tax policy in 2014?

Second, the monetary story is a lot more concrete. The ECB’s readiness to raise rates despite low core inflation and high unemployment tells you a lot about the likelihood that it would choke off the modest rise in inflation needed to make the eurozone adjustment feasible. Do Cameron’s budget cuts convey any comparable information about future UK taxes and/or solvency? I don’t think so.

Finally, the whole euro situation is fraught with multiple equilibria and the risk of self-fulfilling panics — which means that there can sometimes be disproportionate responses in a way that doesn’t make sense when we’re talking about budget cuts.

So yes, expectations can matter; but some expectational arguments are more equal than others.

.

martes, 8 de noviembre de 2011

la globalizacion de la protesta y las desigaldades

NUEVA YORK – El movimiento de protesta que nació en enero en Túnez, para luego extenderse a Egipto y de allí a España, ya es global: la marea de protestas llegó a Wall Street y a diversas ciudades de Estados Unidos. La globalización y la tecnología moderna ahora permiten a los movimientos sociales trascender las fronteras tan velozmente como las ideas. Y la protesta social halló en todas partes terreno fértil: hay una sensación de que el “sistema” fracasó, sumada a la convicción de que, incluso en una democracia, el proceso electoral no resuelve las cosas, o por lo menos, no las resuelve si no hay de por medio una fuerte presión en las calles.

En mayo visité el escenario de las protestas tunecinas; en julio, hablé con los indignados españoles; de allí partí para reunirme con los jóvenes revolucionarios egipcios en la plaza Tahrir de El Cairo; y hace unas pocas semanas, conversé en Nueva York con los manifestantes del movimiento Ocupar Wall Street. Hay una misma idea que se repite en todos los casos, y que el movimiento OWS expresa en una frase muy sencilla: “Somos el 99%”.

Este eslogan remite al título de un artículo que publiqué hace poco. El artículo se titula “Del 1%, por el 1% y para el 1%”, y en él describo el enorme aumento de la desigualdad en los Estados Unidos: el 1% de la población controla más del 40% de la riqueza y recibe más del 20% de los ingresos. Y los miembros de este selecto estrato no siempre reciben estas generosas gratificaciones porque hayan contribuido más a la sociedad (esta justificación de la desigualdad quedó totalmente vaciada de sentido a la vista de las bonificaciones y de los rescates); sino que a menudo las reciben porque, hablando mal y pronto, son exitosos (y en ocasiones corruptos) buscadores de rentas.

No voy a negar que dentro de ese 1% hay algunas personas que dieron mucho de sí. De hecho, los beneficios sociales de muchas innovaciones reales (por contraposición a los novedosos “productos” financieros que terminaron provocando un desastre en la economía mundial) suelen superar con creces lo que reciben por ellas sus creadores.

Pero, en todo el mundo, la influencia política y las prácticas anticompetitivas (que a menudo se sostienen gracias a la política) fueron un factor central del aumento de la desigualdad económica. Una tendencia reforzada por sistemas tributarios en los que un multimillonario como Warren Buffett paga menos impuestos que su secretaria (como porcentaje de sus respectivos ingresos) o donde los especuladores que contribuyeron a colapsar la economía global tributan a tasas menores que quienes ganan sus ingresos trabajando.

Se han publicado en estos últimos años diversas investigaciones que muestran lo importantes que son las ideas de justicia y lo arraigadas que están en las personas. Los manifestantes de España y de otros países tienen derecho a estar indignados: tenemos un sistema donde a los banqueros se los rescató, y a sus víctimas se las abandonó para que se las arreglen como puedan. Para peor, los banqueros están otra vez en sus escritorios, ganando bonificaciones que superan lo que la mayoría de los trabajadores esperan ganar en toda una vida, mientras que muchos jóvenes que estudiaron con esfuerzo y respetaron todas las reglas ahora están sin perspectivas de encontrar un empleo gratificante.

El aumento de la desigualdad es producto de una espiral viciosa: los ricos rentistas usan su riqueza para impulsar leyes que protegen y aumentan su riqueza (y su influencia). En la famosa sentencia del caso Citizens United, la Corte Suprema de los Estados Unidos dio a las corporaciones rienda suelta para influir con su dinero en el rumbo de la política. Pero mientras los ricos pueden usar sus fortunas para hacer oír sus opiniones, en la protesta callejera la policía no me dejó usar un megáfono para dirigirme a los manifestantes del OWS.

A nadie se le escapó este contraste: por un lado, una democracia hiperregulada, por el otro, la banca desregulada. Pero los manifestantes son ingeniosos: para que todos pudieran oírme, la multitud repetía lo que yo decía; y para no interrumpir con aplausos este “diálogo”, expresaban su acuerdo haciendo gestos elocuentes con las manos.

Tienen razón los manifestantes cuando dicen que algo está mal en nuestro “sistema”. En todas partes del mundo tenemos recursos subutilizados (personas que desean trabajar, máquinas ociosas, edificios vacíos) y enormes necesidades insatisfechas: combatir la pobreza, fomentar el desarrollo, readaptar la economía para enfrentar el calentamiento global (y esta lista es incompleta). En los Estados Unidos, en los últimos años se ejecutaron más de siete millones de hipotecas, y ahora tenemos hogares vacíos y personas sin hogar.

Una crítica que se les hace a los manifestantes es que no tienen un programa. Pero eso supone olvidar cuál es el sentido de los movimientos de protesta. Son ellos una expresión de frustración con el proceso electoral. Son una alarma.

Las protestas globalifóbicas de 1999 en Seattle, en lo que estaba previsto como la inauguración de una nueva ronda de conversaciones comerciales, llamaron la atención sobre las fallas de la globalización y de las instituciones y los acuerdos internacionales que la gobiernan. Cuando los medios de prensa examinaron los reclamos de los manifestantes, vieron que contenían mucho más que una pizca de verdad. Las negociaciones comerciales subsiguientes fueron diferentes (al menos en principio, se dio por sentado que serían una ronda de desarrollo y que buscarían compensar algunas de las deficiencias señaladas por los manifestantes) y el Fondo Monetario Internacional encaró después de eso algunas reformas significativas.

Es similar a lo que ocurrió en la década de 1960, cuando en Estados Unidos los manifestantes por los derechos civiles llamaron la atención sobre un racismo omnipresente e institucionalizado en la sociedad estadounidense. Aunque todavía no nos hemos librado de esa herencia, la elección del presidente Barack Obama muestra hasta qué punto esas protestas fueron capaces de cambiar a los Estados Unidos.

En un nivel básico, los manifestantes actuales piden muy poco: oportunidades para emplear sus habilidades, el derecho a un trabajo decente a cambio de un salario decente, una economía y una sociedad más justas. Sus esperanzas son evolucionarias, no revolucionarias. Pero en un nivel más amplio, están pidiendo mucho: una democracia donde lo que importe sean las personas en vez del dinero, y un mercado que cumpla con lo que se espera de él.

Ambos objetivos están vinculados: ya hemos visto cómo la desregulación de los mercados lleva a crisis económicas y políticas. Los mercados solo funcionan como es debido cuando lo hacen dentro de un marco adecuado de regulaciones públicas; y ese marco solamente puede construirse en una democracia que refleje los intereses de todos, no los intereses del 1%. El mejor gobierno que el dinero puede comprar ya no es suficiente.

Joseph E. Stiglitz es profesor de la Universidad de Columbia, premio Nobel de Economía y autor del libro Caída libre: Estados Unidos, el libre mercado y el hundimiento de la economía mundial.

Copyright: Project Syndicate, 2011.
www.project-syndicate.org
Traducción: Esteban Flamini
Si desea oír una grabación de este comentario en inglés, siga este vínculo:
http://traffic.libsyn.com/projectsyndicate/stiglitz144.mp3