viernes, 15 de julio de 2011

La economía de Nicaragua: empezando a identificar las claves del desarrollo económico

Dentro de la Fundación Nicaragüense para el Desarrollo Económico y Social (FUNIDES) hay una nueva iniciativa apoyada por la cooperación europea: Holanda, Dinamarca, Suiza y Estados Unidos, llamada diálogos para el desarrollo. Esta iniciativa está produciendo aportaciones muy interesantes para identificar las claves de la falta de desarrollo económico en Nicaragua. ¿Por qué Nicaragua no se ha desarrollado como otros países en los últimos 50 años? ¿Cuales son las causas que han llevado al pais a ser uno de los más pobres de América Latina? ¿Por qué el PIB por persona de los países centroamericanos y de Costa Rica ha crecido entre dos y cinco veces más que el de Nicaragua en las últimas décadas?
Entre estas aportaciones hay que destacar el último estudio sobre las causas del (de)crecimiento de la economía en Nicaragua del Dr. De Franco que puede leerse en:
http://funides.com/documentos/estudios_especiales/crecimiento_economico_largo_plazo/Causas_del_-de-crecimiento_economico_de_largo_plazo_de_nicaragua.pdf
En este ejercicio se hace un análisis de los ciclos económicos del país y de los obstáculos que ha tenido para crecer en el último siglo. El estudio constata un nivel ínfimo de inversión en el país, sin llegar nunca a los mínimos requeridos para que tenga un impacto significativo en el crecimiento económico, ni en su infraestructura productiva,  ni en su capital humano.
Se apuntan como causas, la falta de crédito, producto de un ineficiente sistema financiero donde no se da la competencia necesaria para que se dinamice el mercado crediticio. Y la falta de competencia, en general, de los sectores económicos más importantes del país, que hace que el mercado interno además de ser pequeño sea muy poco dinámico.
Por otra parte el estudio señala al sistema fiscal, tremendamente regresivo y con una carga tributaria basada en los impuestos al consumo, como un gran obstáculo para el desarrollo económico y la reducción de la pobreza. Sin fraude, eliminando las exenciones tributarias y aplicando la ley correctamente la economía nicaragüense debería estar generando un 40% del PIB en recursos para que el estado pudiera aplicar las políticas educativas, industriales y de infraestructuras productivas que acompañen el crecimiento del sector privado y mejoren la productividad, y por ende, la competitividad del país. Países nórdicos como Suecia, Finlandia y Dinamarca están entre los diez más competitivos del mundo y tienen como pilar fundamental para competir un sistema educativo, universitario y una política de investigación, innovación y desarrollo que no sería posible sin una presión fiscal cercana al 50% del PIB.
Hay otros factores que el estudio apunta como obstáculos al crecimiento: el coste de la energía, la logística o el bajo nivel educativo que difícilmente se resolverán sin fuertes inversiones públicas.
Para futuros estudios FUNIDES deberia analizar  la balanza comercial y la estructura económica de Nicaragua. Con un déficit comercial estructural que viene dado por un modelo basado en la producción y exportación de productos agrícolas de bajo valor añadido y la importación de bienes manufacturados de mayor valor añadido, es necesaria hacer propuestas serias a las preguntas que plantea la economía: ¿En que se tiene que invertir para que la economía nicaragüense no sea deficitaria? ¿Cuáles son las ventajas competitivas del país que pueden ayudar a equilibrar la balanza comercial (no las que le van a llevar a consolidarlo)? ¿Qué va a generar la inversión en el sector agrícola con unos precios históricamente a la baja? ¿Cuáles son las políticas públicas críticas para desarrollar la economía de una forma equilibrada?¿Cual es la política y la estrategia comercial que apoye la integración equilibrada, y no traumática, del país en la economía internacional?
Ronen Palan en su libro State Strategies in the Global Political Economy identifica los modelos con los que los estados compiten en la economía global: un modelo hegemónico de grandes potencias que buscan dominar sus economías regionales y la global, basado en una economía de mercado dominada por grandes corporaciones internacionales y poco regulada por el estado; un modelo de estado del bienestar con una economía de mercado en la que haya una regulación y una protección social mayor; un modelo basado en la explotación y bajos costes laborales; los paraisos fiscales; y por último los estados "out of the game" dada su situación normalmente de conflicto armado o estados fallidos. Ronen Palan señala que en un estado se pueden encontrar varios de estos modelos, que incluso pueden estar en conflicto. Mucho me temo que a estos modelos deberíamos añadir otro, un estado no democrático con una economía de mercado (China) que es el que mejores resultados está teniendo en crecimiento económico y reducción de pobreza durante los últimos 20 años.
En estos modelos se identifican dos factores como clave de su desarrollo: la educación y la innovación tecnológica, con políticas públicas que apoyan una producción de alto valor añadido. Estos elementos se encuentran tanto en países desarrollados, como en países en vías de desarrollo. China está ya en el puesto 29 en el índice de innovación tecnológica a nivel mundial y Malasia en el 31.
Nicaragua se identificaría, en líneas generales, con un modelo económico que compite por bajos costes laborales. Este modelo tiene una gran presión para seguir bajando  costes laborales porque siempre compite con   países con costes laborales más bajos como China o Bangladesh. A largo plazo competir por costes laborales tienen un alto riesgo de pérdida de empleo y de pasar al grupo de paises “out of the game” por la inestabilidad social, la inseguridad y la violencia que genera que una gran parte de la población de un país sea pobre y este desepleada.
Otro factor a estudiar, como generador de desarrollo, es el de la integración centroamericana. Para países tan pequeños sería muy beneficioso tener una economía de escala a nivel regional. Se fomentaría el crecimiento, la cohexión social y la estabilidad política en interés de la mayoria de la población. Además se podrían aplicar políticas  regionales que harían más eficiente el gasto público.
¿En qué modelo quiere estar Nicaragua dentro de 20 años? ¿Qué hacer en el corto y en el largo plazo para desarrollar la economía del país y generar ingresos suficientes para equilibrar la Balanza Comercial de Bienes y Servicios y no seguir endeudándose? ¿Cómo generar recursos para desarrollar políticas educativas, industriales y de infraestructura que cubran las necesidades de un sector productivo enfocado en generar más valor añadido?
Hacen falta más estudios sobre los sectores de la economía que mejor se adaptan a los factores de producción del país. Por ejemplo, sobre el sector turístico, que podría llegar a generar unos ingresos de 2.000 millones de USD anuales, como ya sucede en Costa Rica. Es un sector intensivo en mano de obra, con salarios sustancialmente más altos que en el sector agrícola y con un efecto más redistributivo y en el que el país tiene una clara ventaja competitiva: la seguridad. Además el crecimiento en este sector tiene un efecto multiplicador en sectores como la construcción, alimentación, salud y transporte. Con la ventaja añadida de que el sector no demanda un capital humano con un alto grado de formación (que Nicaragua no tiene) ¿Qué infraestructuras y oferta turística que necesita el país para alcanzar ese objetivo? ¿Qué capital humano necesita el sector empresarial para ser competitivo? Acuerdos entre el sector público y privado son imprescindibles para desarrollar este y otros sector a medio plazo.
El papel de la cooperación internacional, como el caso del Banco Mundial, BID y BCIE, es notable en la mejora de las infraestructuras. Y el FMI ayuda a resolver  los problemas a corto plazo de la balanza de pagos. Sin embargo estas instituciones tienen la capacidad de generar un mayor diálogo y aportar más análisis e ideas en lo que se refiere al cambio de estructura económica y fiscal que el país necesita para dar un salto cualitativo en la generación de valor añadido y mejora de la renta del conjunto de la población a largo plazo. Las políticas de gasto público deberían focalizarse en el sistema educativo y la innovación como elementos imprescindible para aumentar la productividad y la competitividad de los sectores en el que el país. Oppenheimer mencionaba en su libro basta de historias  que una innovación como Facebook tenía el mismo valor en bolsa que el todo el mercado del café mundial, unos 55.000 millones de dólares. ¿Qué genera mayor valor producir café o redes sociales?
Generar dinámicas que promuevan el desarrollo tiene como condición necesaria que haya un dialogo entre el gobierno y el sector empresarial para tener lineamientos claros de políticas públicas. Y que desde la oferta y la demanda se coordinen para tener un mercado laboral eficiente donde se puedan pagar salarios dignos y asumir las responsabilidades fiscales necesarias para desarrollar un modelo sostenible. Sin el acuerdo de estos actores,  un plan de desarrollo a largo plazo, consensuado con todas las fuerzas políticas y que trascienda a los cambios de gobierno, el país tiene seguramente  otro siglo de pobreza por delante.
Es tiempo de que se deje tanto de hablar del pasado y se discuta más del futuro. Animo a Funides en esta iniciativa y a toda la cooperación internacional a que apoye estos diálogos  y que  deje de gastar los  recursos de los contribuyentes de los países cooperantes, a los que les cuesta un gran esfuerzo generarlos y que generosamente los ponen a disposición de países menos favorecidos, en proyectos sin ningún impacto en el desarrollo del país. Aplicar las mismas intervenciones que en las dos últimas décadas y esperar efectos diferentes es una fantasía que el pais no se puede permitir.

Javier Casasnovas
Profesor de Relaciones Económicas Internacionales
Universidad Americana

lunes, 11 de julio de 2011

¿Logrará el yuan constituirse en moneda de reserva?

Articulo publicado en Nuevo Diario sobre el papel que puede jugar el Yuan en los proximos años.





El auge de la moneda china podría reconfigurar el sistema monetario global y alterar el motor principal de crecimiento del mundo. Durante años, China ha restringido la entrada y salida de capital de su economía, la segunda mayor del mundo. Hoy día, el gobierno de Beijing promueve una campaña para que el yuan juegue un rol protagónico en el escenario global lo cual está causando fisuras en esa colosal barrera financiera.
Usado con amplitud en el comercio internacional y en las inversiones, el yuan puede sustituir la hegemonía del dólar, subsanar desequilibrios que plagan la economía china y global, y obligar a Estados Unidos a vivir al nivel de sus posibilidades reales.

Existen poderosos intereses creados en China, que están satisfechos con el status quo e intentarán frenar cualquier intento de reforma; los cambios implementados han generado ímpetu dentro y fuera de sus fronteras, y quizá resultarían demasiado fuertes para ser resistidos, de cualquier forma, la transición no será nada fácil.

Durante más de una década, el hermetismo del capital chino, ha sido característica determinante de la economía global, aislando al país del flujo internacional de capital, lo que le ha permitido salvarse de la crisis asiática de 1997, y salir ileso de la crisis financiera estadounidense de 2008.

El gobierno mantiene el valor del yuan a nivel ficticiamente bajo, al negarles a los mercados de divisas un papel en la fijación del tipo de cambio, alimentando un auge exportador que ha durado 30 años. Siendo que los ahorrantes chinos no pueden llevar su dinero al extranjero, los bancos han ofertado reducidas tasas de interés, manteniendo el costo del capital para la industria a precios bajos y sugiriendo una ola de inversiones.

Un buen ejemplo, es Shenzhen: la que en 1979 era una aldea de pescadores es ahora una ciudad de 14 millones de habitantes construida alrededor del cuarto puerto de mayor tráfico del mundo. El capital de bajo costo subsidió la construcción de infraestructura de transporte y energía, fábricas y plantas de ensamblaje.

La nominación de zona económica especial (la primera concedida en toda la República Popular), unida al bajo precio del suelo y de la mano de obra, estimuló a buen número de empresas de Hong Kong a trasladarse a Shenzhen, con el consecuente auge económico y urbanístico para la ciudad, que en pocos años, logró convertirse en una gran metrópoli y uno de los vitales centros de producción del país, de hecho es de las ciudades con más rápido crecimiento del mundo.

La subvaluación del yuan, combinada con mano de obra barata, le dio ventaja competitiva a sus empresas frente a rivales externos. Pero la manipulación del tipo de cambio y las tasas de interés bajas tienen un costo; todo ello se ha traducido en un exceso de capacidad en el sector industrial y burbujas en el mercado inmobiliario, cuya gestión ha derivado en la excesiva acumulación de reservas en moneda extranjera: US$3,04 billones (millones de millones). China tiene pocas opciones de créditos, por lo que los invierte en los Estados Unidos.

La restringida política china, experimentó una de las primeras brechas en julio de 2009, permitiendo que las importaciones y las exportaciones se negociaran en yuanes. En el primer trimestre de 2011, US$55.000 millones de su comercio (7% del total) se transaron en moneda china.

A fines de abril de 2011, los depósitos en yuanes en la banca de Hong Kong alcanzaron los 511.000 millones (US$79.000 millones), casi nueve veces los de julio de 2009, cuando se lanzó el programa. Se están relajando las limitaciones a las salidas de capital y hace meses el gobierno de Shanghai anunció planes para permitir a los residentes de la ciudad invertir en el extranjero.

Una apertura más sustancial requiere de progresos en dos áreas: un tipo de cambio que se acerque a su valor de equilibrio y tasas de interés fijadas por el mercado. El yuan sigue subvaluado. Entretanto, las tasas de interés aún son fijadas por el gobierno, si bien el Banco Popular de China (BPC) intenta hacer progresos, aprendiendo las lecciones de la historia económica del país.

Al inicio de la era de las reformas, el gobierno designó a Shenzhen, como zona económica especial, poniendo a prueba las políticas de libre mercado antes de expandirlas al resto del país. Hong Kong será designado como un lugar similar de experimentación para las mismas. El rendimiento de la deuda constituida en yuanes que se opera en el país ya lo fija más el mercado que la tasa de referencia impuesta por el BPC.

Se acumula la presión sobre China para que abra más los canales a sus mercados de capital. La cuestión es que tan rápido será el cambio. Los líderes del país parecen optar por la vía cautelosa. El objetivo de convertir a Shanghai en una capital financiera internacional para 2020, es ampliamente asumido como el plazo de facto para abrir el capital, pero su vertiginoso progreso del año pasado incrementa las expectativas de que se adelante.

Una mayor tasa de interés implicaría una expansión más lenta de las inversiones, lo que a su vez reduciría la necesidad de materias primas del país por, desacelerando el principal motor interno del crecimiento.

Un yuan oneroso restringirá la demanda de las exportaciones que han impulsado el crecimiento de la costa este del país. Los fabricantes de textiles, juguetes y herramientas (productos cuyos márgenes de ganancia son mínimos) serían los primeros en sucumbir; en la búsqueda de mano de obra barata, ya decidieron trasladar sus plantas de producción al interior del país.

El próximo paso en el desarrollo del yuan sería adoptar un rol como moneda de reserva, pero esto requerirá avances substanciales. Una cuenta de capital todavía fuertemente controlada por el gobierno implica que la moneda china no puede cumplir la principal función de las reservas: un activo líquido al que los bancos centrales pueden recurrir para estabilizar el valor de su moneda local.

La puerta hacia las reformas no está totalmente abierta pero tampoco está cerrada con llave. Si China acelera el cronograma, las implicaciones son enormes. La muralla está empezando a agrietarse.

Gustavo Adolfo Vargas
Diplomático, Jurista y Politólogo

La crisis ideológica del capitalismo occidental


Analisis de Stigliz sobre el futuro de las economias europea y norteamericana.



NEW YORK – Tan sólo unos años atrás, una poderosa ideología – la creencia en los mercados libres y sin restricciones – llevó al mundo al borde de la ruina. Incluso en sus días de apogeo, desde principios de los años ochenta hasta el año 2007, el capitalismo desregulado al estilo estadounidense trajo mayor bienestar material sólo para los más ricos en el país más rico del mundo. De hecho, a lo largo de los 30 años de ascenso de esta ideología, la mayoría de los estadounidenses vieron que sus ingresos declinaban o se estancaban año tras año.

Es más, el crecimiento de la producción en los Estados Unidos no fue económicamente sostenible. Con tanto del ingreso nacional de los EE.UU. yendo destinado para tan pocos, el crecimiento sólo podía continuar a través del consumo financiado por una creciente acumulación de la deuda.

Yo estaba entre aquellos que esperaban que, de alguna manera, la crisis financiera pudiera enseñar a los estadounidenses (y a otros) una lección acerca de la necesidad de mayor igualdad, una regulación más fuerte y mejor equilibrio entre el mercado y el gobierno. Desgraciadamente, ese no ha sido el caso. Al contrario, un resurgimiento de la economía de la derecha, impulsado, como siempre, por ideología e intereses especiales, una vez más amenaza a la economía mundial – o al menos a las economías de Europa y América, donde estas ideas continúan floreciendo.

En los EE.UU., este resurgimiento de la derecha, cuyos partidarios, evidentemente, pretenden derogar las leyes básicas de las matemáticas y la economía, amenaza con obligar a una moratoria de la deuda nacional. Si el Congreso ordena gastos que superan a los ingresos, habrá un déficit, y ese déficit debe ser financiado. En vez de equilibrar cuidadosamente los beneficios de cada programa de gasto público con los costos de aumentar los impuestos para financiar dichos beneficios, la derecha busca utilizar un pesado martillo – no permitir que la deuda nacional se incremente, lo que fuerza a los gastos a limitarse a los impuestos.

Esto deja abierta la interrogante sobre qué gastos obtienen prioridad – y si los gastos para pagar intereses sobre la deuda nacional no la obtienen, una moratoria es inevitable. Además, recortar los gastos ahora, en medio de una crisis en curso provocada por la ideología de libre mercado, simple e inevitablemente sólo prolongaría la recesión.

Hace una década, en medio de un auge económico, los EE.UU. enfrentaba un superávit tan grande que amenazó con eliminar la deuda nacional. Incosteables reducciones de impuestos y guerras, una recesión importante y crecientes costos de atención de salud – impulsados en parte por el compromiso de la administración de George W. Bush de otorgar a las compañías farmacéuticas rienda suelta en la fijación de precios, incluso con dinero del gobierno en juego – rápidamente transformaron un enorme superávit en déficits récord en tiempos de paz.

Los remedios para el déficit de EE.UU. surgen inmediatamente de este diagnóstico: se debe poner a los Estados Unidos a trabajar mediante el estímulo de la economía; se debe poner fin a las guerras sin sentido; controlar los costos militares y de drogas; y aumentar impuestos, al menos a los más ricos. Pero, la derecha no quiere saber nada de esto, y en su lugar de ello, está presionando para obtener aún más reducciones de impuestos para las corporaciones y los ricos, junto con los recortes de gastos en inversiones y protección social que ponen el futuro de la economía de los EE.UU. en peligro y que destruyen lo que queda del contrato social. Mientras tanto, el sector financiero de EE.UU. ha estado presionando fuertemente para liberarse de las regulaciones, de modo que pueda volver a sus anteriores formas desastrosas y despreocupadas de proceder.

Pero las cosas están un poco mejor en Europa. Mientras Grecia y otros países enfrentan crisis, la medicina en boga consiste simplemente en paquetes de austeridad y privatización desgastados por el tiempo, los cuales meramente dejarán a los países que los adoptan más pobres y vulnerables. Esta medicina fracasó en el Este de Asia, América Latina, y en otros lugares, y fracasará también en Europa en esta ronda. De hecho, ya ha fracasado en Irlanda, Letonia y Grecia.

Hay una alternativa: una estrategia de crecimiento económico apoyada por la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional. El crecimiento restauraría la confianza de que Grecia podría reembolsar sus deudas, haciendo que las tasas de interés bajen y dejando más espacio fiscal para más inversiones que propicien el crecimiento. El crecimiento por sí mismo aumenta los ingresos por impuestos y reduce la necesidad de gastos sociales, como ser las prestaciones de desempleo. Además, la confianza que esto engendra conduce aún a más crecimiento.

Lamentablemente, los mercados financieros y los economistas de derecha han entendido el problema exactamente al revés: ellos creen que la austeridad produce confianza, y que la confianza produce crecimiento. Pero la austeridad socava el crecimiento, empeorando la situación fiscal del gobierno, o al menos produciendo menos mejoras que las prometidas por los promotores de la austeridad. En ambos casos, se socava la confianza y una espiral descendente se pone en marcha.

¿Realmente necesitamos otro experimento costoso con ideas que han fracasado repetidamente? No deberíamos, y sin embargo, parece cada vez más que vamos a tener que soportar otro. Un fracaso en Europa o en Estados Unidos para volver al crecimiento sólido sería malo para la economía mundial. Un fracaso en ambos lugares sería desastroso – incluso si los principales países emergentes hubieran logrado un crecimiento auto-sostenible. Lamentablemente, a menos que prevalezcan las mentes sabias, este es el camino al cual el mundo se dirige.

Joseph E. Stiglitz es profesor de la Universidad de Columbia, Premio Nobel de Economía y autor de Freefall: Free Markets and the Sinking of the Global Economy.

Copyright: Project Syndicate, 2011.
www.project-syndicate.org
Para escuchar un podcast de este comentario en inglés, utilice este vínculo:
http://media.blubrry.com/ps/media.libsyn.com/media/ps/stiglitz140.mp3
Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos

¿Qué le sucede a la economía estadounidense?


Interesante articulo de sobre la coyuntura de la economia de Estados Unidos, la salida de la crisis se estima que va a ser lenta.



CAMBRIDGE – Recientemente la economía estadounidense se ha desacelerado de forma espectacular y la probabilidad de que haya otra contracción económica aumenta con cada nueva serie de datos. Este es un cambio brusco con respecto a la situación que existía al final del año pasado –y representa el regreso al ritmo muy lento de expansión desde que empezó la recuperación en el verano de 2009.

Durante los primeros tres trimestres de 2010 el crecimiento económico de los Estados Unidos no sólo fue lento, sino que también se caracterizó principalmente por la acumulación de existencias y no por las ventas al consumidor u otro tipo de ventas finales. En el último trimestre de 2010 se dio un cambio positivo: el gasto de consumo aumentó a una tasa anual del 4%, lo que fue suficiente para aumentar el PIB real total en 3.1% del tercer trimestre al cuarto. La economía parecía haberse librado de su dependencia de la acumulación de existencias.

Los resultados positivos condujeron a que los expertos y los funcionarios de gobierno predijeran que en 2011 continuaría el crecimiento sólido, con mayor producción, empleo y salarios más elevados, que llevarían a más aumentos del gasto de consumo y a una recuperación autosostenible. Se aprobó una reducción del dos por ciento del impuesto sobre las nóminas durante un año para asegurar este panorama favorable.

Desafortunadamente, la recuperación prevista del gasto de consumo no ocurrió. El aumento de los precios de los alimentos y la energía fue mayor que el de los salarios nominales, lo que provocó que los ingresos semanales medios reales disminuyeran en enero, mientras que la caída sostenida de los precios inmobiliarios redujo la riqueza de la mayoría de las familias. Como resultado, los gastos de consumo personales reales aumentaron a una tasa anual de apenas alrededor del 1% en enero, en comparación con el aumento del 4% del trimestre anterior.

Ese patrón de aumento de los precios y disminución de los ingresos reales se repitió en febrero y marzo y el brusco aumento del índice de precios al consumidor provocó que los ingresos semanales medios reales cayeran a una tasa anual de más del 5%. No es de sorprender que los indicadores en las encuestas de opinión sobre el consumo se hayan desplomado y que el gasto de consumo haya permanecido caso sin cambios mes con mes.

La caída de los precios inmobiliarios deprimió las ventas tanto de las casas nuevas como de las ya existentes. Eso a su vez causó una fuerte caída en el volumen de construcción de viviendas nuevas. Lo más probable es que esa caída continúe, porque el valor de las hipotecas del 30% de las casas es superior al valor de las casas mismas. Esto crea un fuerte incentivo para el impago, ya que las hipotecas en Estados Unidos son efectivamente préstamos de reembolso limitado: el acreedor puede apropiarse del bien si el deudor no paga, pero no puede exigir otros activos o una parte de los ingresos salariales. Como resultado, el 10% de las hipotecas están en impago o ejecución, lo que crea un excedente de propiedades que tendrán que venderse a precios reducidos.

Las empresas han respondido negativamente a la debilidad de la demanda de los hogares. Los índices del Institute of Supply Management han caído tanto en el caso de las empresas manufactureras como en el de las de servicios. Si bien las empresas grandes siguen teniendo cantidades sustanciales de efectivo en sus hojas de balance, sus flujos de efectivo de las operaciones corrientes disminuyeron en el primer trimestre. La medida más reciente de las órdenes de bienes de capital no destinados a la defensa indicó una disminución en la inversión de las empresas.

El patrón de debilidad se aceleró en abril y mayo. El aumento relativamente rápido de empleo en nómina que se dio en los primeros cuatro meses del año se detuvo en mayo, cuando sólo se crearon 54,000 empleos nuevos, menos de la tercera parte del promedio de crecimiento del empleo de los primeros cuatro meses. Como resultado, la tasa de desempleo se elevó al 9.1% de la fuerza laboral.

El mercado de bonos y los precios de las acciones han respondido a estas malas noticias de forma predecible. La tasa de interés de los bonos gubernamentales a 10 años cayó al 3% y el mercado de valores bajó durante seis semanas seguidas, el período de tendencia a la baja más prolongado desde 2002. La caída acumulativa de los precios de las acciones fue de más del 6%. Los precios bajos de las acciones ahora tendrán efectos negativos sobre el gasto de consumo y la inversión de las empresas.

No puede esperarse que las políticas monetarias y fiscales reviertan la situación. La Reserva Federal de los Estados Unidos seguirá aplicando su política de mantener la tasa de interés a un día cerca de cero, pero, debido al temor de que surjan burbujas de precios de los activos, no revocará su decisión de poner fin a su política de comprar bonos de la Tesorería –la llamada facilitación cuantitativa—a finales de junio.

Además, la política fiscal será en efecto contradictoria en los próximos meses. El programa de estímulo fiscal aprobado en 2009 está llegando a su fin, y el gasto de estímulo ha disminuido de 400 mil millones de dólares en 2010 a apenas 137 mil millones este año. Además, se están llevando a cabo negociaciones para recortar más el gasto y aumentar los impuestos a fin de reducir los déficits fiscales previstos para 2011 y los años siguientes.

Así pues, el panorama a corto plazo para la economía de los Estados Unidos es frágil en el mejor de los casos. Los cambios fundamentales de política quizá tendrán que esperar hasta después de las elecciones presidenciales y parlamentarias de noviembre de 2012.

Martin Feldstein, profesor de Economía de la Universidad de Harvard, fue presidente del Consejo de Asesores Económicos del Presidente Ronald Reagan, y presidente de la Oficina Nacional de Investigación Económica.

Copyright: Project Syndicate, 2011.
www.project-syndicate.org
Traducción de Kena Nequiz

martes, 3 de mayo de 2011

Inequality: of the 1%, by the 1%, for the 1%


Interesante articulo de Stiglitz sobre las desigualdades



It’s no use pretending that what has obviously happened has not in fact happened. The upper 1 percent of Americans are now taking in nearly a quarter of the nation’s income every year. In terms of wealth rather than income, the top 1 percent control 40 percent. Their lot in life has improved considerably. Twenty-five years ago, the corresponding figures were 12 percent and 33 percent. One response might be to celebrate the ingenuity and drive that brought good fortune to these people, and to contend that a rising tide lifts all boats. That response would be misguided. While the top 1 percent have seen their incomes rise 18 percent over the past decade, those in the middle have actually seen their incomes fall. For men with only high-school degrees, the decline has been precipitous—12 percent in the last quarter-century alone. All the growth in recent decades—and more—has gone to those at the top. In terms of income equality, America lags behind any country in the old, ossified Europe that President George W. Bush used to deride. Among our closest counterparts are Russia with its oligarchs and Iran. While many of the old centers of inequality in Latin America, such as Brazil, have been striving in recent years, rather successfully, to improve the plight of the poor and reduce gaps in income, America has allowed inequality to grow.
Economists long ago tried to justify the vast inequalities that seemed so troubling in the mid-19th century—inequalities that are but a pale shadow of what we are seeing in America today. The justification they came up with was called “marginal-productivity theory.” In a nutshell, this theory associated higher incomes with higher productivity and a greater contribution to society. It is a theory that has always been cherished by the rich. Evidence for its validity, however, remains thin. The corporate executives who helped bring on the recession of the past three years—whose contribution to our society, and to their own companies, has been massively negative—went on to receive large bonuses. In some cases, companies were so embarrassed about calling such rewards “performance bonuses” that they felt compelled to change the name to “retention bonuses” (even if the only thing being retained was bad performance). Those who have contributed great positive innovations to our society, from the pioneers of genetic understanding to the pioneers of the Information Age, have received a pittance compared with those responsible for the financial innovations that brought our global economy to the brink of ruin.
Some people look at income inequality and shrug their shoulders. So what if this person gains and that person loses? What matters, they argue, is not how the pie is divided but the size of the pie. That argument is fundamentally wrong. An economy in which most citizens are doing worse year after year—an economy like America’s—is not likely to do well over the long haul. There are several reasons for this.
First, growing inequality is the flip side of something else: shrinking opportunity. Whenever we diminish equality of opportunity, it means that we are not using some of our most valuable assets—our people—in the most productive way possible. Second, many of the distortions that lead to inequality—such as those associated with monopoly power and preferential tax treatment for special interests—undermine the efficiency of the economy. This new inequality goes on to create new distortions, undermining efficiency even further. To give just one example, far too many of our most talented young people, seeing the astronomical rewards, have gone into finance rather than into fields that would lead to a more productive and healthy economy.
Third, and perhaps most important, a modern economy requires “collective action”—it needs government to invest in infrastructure, education, and technology. The United States and the world have benefited greatly from government-sponsored research that led to the Internet, to advances in public health, and so on. But America has long suffered from an under-investment in infrastructure (look at the condition of our highways and bridges, our railroads and airports), in basic research, and in education at all levels. Further cutbacks in these areas lie ahead.
None of this should come as a surprise—it is simply what happens when a society’s wealth distribution becomes lopsided. The more divided a society becomes in terms of wealth, the more reluctant the wealthy become to spend money on common needs. The rich don’t need to rely on government for parks or education or medical care or personal security—they can buy all these things for themselves. In the process, they become more distant from ordinary people, losing whatever empathy they may once have had. They also worry about strong government—one that could use its powers to adjust the balance, take some of their wealth, and invest it for the common good. The top 1 percent may complain about the kind of government we have in America, but in truth they like it just fine: too gridlocked to re-distribute, too divided to do anything but lower taxes.
Economists are not sure how to fully explain the growing inequality in America. The ordinary dynamics of supply and demand have certainly played a role: laborsaving technologies have reduced the demand for many “good” middle-class, blue-collar jobs. Globalization has created a worldwide marketplace, pitting expensive unskilled workers in America against cheap unskilled workers overseas. Social changes have also played a role—for instance, the decline of unions, which once represented a third of American workers and now represent about 12 percent.
But one big part of the reason we have so much inequality is that the top 1 percent want it that way. The most obvious example involves tax policy. Lowering tax rates on capital gains, which is how the rich receive a large portion of their income, has given the wealthiest Americans close to a free ride. Monopolies and near monopolies have always been a source of economic power—from John D. Rockefeller at the beginning of the last century to Bill Gates at the end. Lax enforcement of anti-trust laws, especially during Republican administrations, has been a godsend to the top 1 percent. Much of today’s inequality is due to manipulation of the financial system, enabled by changes in the rules that have been bought and paid for by the financial industry itself—one of its best investments ever. The government lent money to financial institutions at close to 0 percent interest and provided generous bailouts on favorable terms when all else failed. Regulators turned a blind eye to a lack of transparency and to conflicts of interest.
When you look at the sheer volume of wealth controlled by the top 1 percent in this country, it’s tempting to see our growing inequality as a quintessentially American achievement—we started way behind the pack, but now we’re doing inequality on a world-class level. And it looks as if we’ll be building on this achievement for years to come, because what made it possible is self-reinforcing. Wealth begets power, which begets more wealth. During the savings-and-loan scandal of the 1980s—a scandal whose dimensions, by today’s standards, seem almost quaint—the banker Charles Keating was asked by a congressional committee whether the $1.5 million he had spread among a few key elected officials could actually buy influence. “I certainly hope so,” he replied. The Supreme Court, in its recent Citizens United case, has enshrined the right of corporations to buy government, by removing limitations on campaign spending. The personal and the political are today in perfect alignment. Virtually all U.S. senators, and most of the representatives in the House, are members of the top 1 percent when they arrive, are kept in office by money from the top 1 percent, and know that if they serve the top 1 percent well they will be rewarded by the top 1 percent when they leave office. By and large, the key executive-branch policymakers on trade and economic policy also come from the top 1 percent. When pharmaceutical companies receive a trillion-dollar gift—through legislation prohibiting the government, the largest buyer of drugs, from bargaining over price—it should not come as cause for wonder. It should not make jaws drop that a tax bill cannot emerge from Congress unless big tax cuts are put in place for the wealthy. Given the power of the top 1 percent, this is the way you would expect the system to work.
America’s inequality distorts our society in every conceivable way. There is, for one thing, a well-documented lifestyle effect—people outside the top 1 percent increasingly live beyond their means. Trickle-down economics may be a chimera, but trickle-down behaviorism is very real. Inequality massively distorts our foreign policy. The top 1 percent rarely serve in the military—the reality is that the “all-volunteer” army does not pay enough to attract their sons and daughters, and patriotism goes only so far. Plus, the wealthiest class feels no pinch from higher taxes when the nation goes to war: borrowed money will pay for all that. Foreign policy, by definition, is about the balancing of national interests and national resources. With the top 1 percent in charge, and paying no price, the notion of balance and restraint goes out the window. There is no limit to the adventures we can undertake; corporations and contractors stand only to gain. The rules of economic globalization are likewise designed to benefit the rich: they encourage competition among countries for business, which drives down taxes on corporations, weakens health and environmental protections, and undermines what used to be viewed as the “core” labor rights, which include the right to collective bargaining. Imagine what the world might look like if the rules were designed instead to encourage competition among countries for workers. Governments would compete in providing economic security, low taxes on ordinary wage earners, good education, and a clean environment—things workers care about. But the top 1 percent don’t need to care.
Or, more accurately, they think they don’t. Of all the costs imposed on our society by the top 1 percent, perhaps the greatest is this: the erosion of our sense of identity, in which fair play, equality of opportunity, and a sense of community are so important. America has long prided itself on being a fair society, where everyone has an equal chance of getting ahead, but the statistics suggest otherwise: the chances of a poor citizen, or even a middle-class citizen, making it to the top in America are smaller than in many countries of Europe. The cards are stacked against them. It is this sense of an unjust system without opportunity that has given rise to the conflagrations in the Middle East: rising food prices and growing and persistent youth unemployment simply served as kindling. With youth unemployment in America at around 20 percent (and in some locations, and among some socio-demographic groups, at twice that); with one out of six Americans desiring a full-time job not able to get one; with one out of seven Americans on food stamps (and about the same number suffering from “food insecurity”)—given all this, there is ample evidence that something has blocked the vaunted “trickling down” from the top 1 percent to everyone else. All of this is having the predictable effect of creating alienation—voter turnout among those in their 20s in the last election stood at 21 percent, comparable to the unemployment rate.



http://www.vanityfair.com/society/features/2011/05/top-one-percent-201105

lunes, 4 de abril de 2011

Evolucion de la pobreza en America Latina

Interesante articulo de Alicia Barcenas, Directora de la CEPAL sobre la evolucion de la pobreza y las desigualdades en Latino America en los ultimos años. Seguir avanzando en la reduccion de pobreza y de las desigualdades dependera sin duda de la modernizacion de los sistemas tributarios, hacia una mayor progresividad y presion fiscal que permita financiar politicas educativas, industriales y de innovacion y desarrollo que les ayuden a mejorar su competitividad y aumenten su oferta exportadora.


Los años posteriores a la crisis que golpeo a los mercados emergentes en 2002 fueron prosperos en America Latina. En las economias se registro un crecimiento vigoroso y hubo una reduccion significativa de la pobreza y una ligera mejora de la distribucion del ingreso, con un pequeno retroceso durante la Gran Recesion que comenzo en 2008. A pesar de estos avances, la pobreza, la desigualdad y la exclusion social de numerosas personas de bajo ingreso siguen siendo generalizadas en muchos paises latinoamericanos, que historicamente han tenido una de las distribuciones del ingreso mas sesgadas del mundo. Las mejoras son fruto no solo del fuerte crecimiento economico de la region, que promedio mas de 4% durante este periodo, sino tambien de politicas sociales mejores y de un aumento del numero de personas que trabajan en la economia formal, a diferencia de la economia informal —o subterranea—, que es menos productiva y ofrece salarios mas bajos y menor proteccion social. Ademas, gracias al fortalecimiento de las politicas monetarias, tributarias y de gasto —asi como a la energica demanda de materias primas clave para las economias de la region—, America Latina en general pudo superar la crisis mundial mejor que las economias avanzadas. Las desaceleraciones mundiales solian desbaratar las economias latinoamericanas e incrementar drasticamente los indices de pobreza. Esta vez, la reduccion de la pobreza observada en los años de auge previos a la crisis continuo en 2010. A pesar de las marcadas diferencias entre un pais y otro, las tasas de pobreza de la region en su conjunto disminuyeron significativamente entre 2002 y 2008. En promedio, 44% de los ciudadanos de America Latina no pudieron satisfacer necesidades nutricionales y no nutricionales basicas en 2002; para 2008, esa cifra habia bajado a 33% . Ademas, la indigencia —el nivel por debajo del cual no es posible satisfacer las necesidades alimentarias— tambien cayo notablemente, de alrededor de 19% en 2002 a menos de 13% en 2008. Al igual que la pobreza, la desigualdad del ingreso tambien disminuyo en la mayoria de los paises latinoamericanos y caribeños durante los primeros años del siglo. Si se utiliza el coeficiente de Gini para medir la distribucion del ingreso, 15 de 18 economias estudiadas en la region —Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, El Salvador, Honduras, Mexico, Nicaragua, Panama, Paraguay, Peru, Uruguay y Venezuela— experimentaron una mejora. En al menos 11 de ellas, la mejora supero los 5 puntos porcentuales. La participacion de segmentos mas acaudalados de la poblacion en el ingreso total aumento unicamente en Costa Rica, Guatemala y la Republica Dominicana. El coeficiente de Gini va de 0 a 1: en una economia en la cual una persona concentra todo el ingreso es 1; si todos perciben el mismo ingreso es 0. Pero la distribución del ingreso en la región continúa estando sumamente sesgada. El ingreso per cápita promedio de los hogares pertenecientes al 10% más acaudalado es alrededor de 17 veces mayor que el del 40% más pobre. Esto representa una ligera mejora respecto de 2002, cuando era 20 veces mayor. Es decir, hay hogares que pueden haber salido de la pobreza, pero no se están beneficiando mucho del crecimiento económico. Este hecho no es sorprendente. Aun cuando es endémica, la pobreza responde a los ciclos económicos mucho más que la distribución del ingreso. La falta de equidad en el ingreso es una condición de larga data que refleja graves problemas de estratificación social y desigualdad de la riqueza que heredan generación tras generación. La mejora observada en la pobreza y la distribución del ingreso se explica en gran medida gracias al crecimiento y las políticas gubernamentales, y la interacción entre ambos. Alicia Bárcena es Secretaria Ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe. http://www.imf.org/external/pubs/ft/fandd/spa/2011/03/pdf/Barcena.pdf

Si los ricos no pagan impuestos se enfrentarán a una revolución

Interesante articulo sobre las desigualdades en EEUU del Paul Farell Analista del Wall Street Journal comentado por Ramon muñoz en el Pais.

http://www.marketwatch.com/story/tax-the-super-rich-now-or-face-a-revolution-2011-03-29




Predice un cataclismo económico y una revolución social en EE UU. Pero no es el polémico y a veces abiertamente demagogo director de cine Michael Moore. Ni el predicador televisivo Glenn Beck, insignia mediática del movimiento conservador estadounidense del Tea Party. Ni, más cercanamente, Niño Becerra, el catedrático que vaticina el cataclismo de la economía española cada año y cada año lo aplaza. Se trata de Paul B. Farrell, un prestigioso columnista de The Wall Street Journal, el diario financiero por excelencia nada sospechoso de sensacionalismo. Y esta semana ha lanzado un aviso ciertamente preocupante aunque con argumentos y cifras mucho más contundentes que la de los otros teóricos apocalípticos citados.
"O los ricos comienzan a pagar impuestos o se enfrentarán a una revolución". Con ese provocativo arranque, Farell, que trabajó para Morgan Stanley, advierte en su columna que la brecha entre el 1% de los "súper ricos" y el 99% restante de la población en EE UU no había sido tan grande desde la Gran Depresión de 1929, y que solo el "engaño" o el "espejismo" que lanza esta clase privilegiada desde sus diversas tribunas, ya sean políticas o mediáticas, impiden a la gente darse cuenta de que estamos a punto de vivir otro colapso como el de hace casi un siglo. Y concluye que o los ricos vuelven a pagar los impuestos que les corresponden por su nivel de riqueza u Occidente se enfrentará a una revuelta social como las que se están viviendo en el norte de África
Farrell señala que, tras el estallido de la crisis financiera en 2008 y la intervención del Estado para salvar el sistema, Estados Unidos vive ahora de la falsa esperanza que le transmiten los súper ricos, las "estadísticas del Gobierno que tratan de exagerar la recuperación" o los mensajes sobre un nuevo mercado alcista de Wall Street.
"Sigan soñando", apunta Farrell, que avisa de que el 93% de lo que se oye acerca de los mercados, las finanzas y la economía "son conjeturas, ilusiones y mentiras con el único fin de manipular en la toma de decisiones para sacar el dinero de los bolsillos" de la gente. "Ellos se enriquecen diciendo mentiras sobre los valores. Odian a las normas de la SEC [regulador de la Bolsa de EE UU] que les obligan a decir la verdad". Y pone un dato como ejemplo: en los últimos 10 años, el 20% de los fondos de pensiones de los trabajadores -10 billones de dólares- se ha esfumado en Wall Street.
Apoyado en otros testimonios, el columnista establece un paralelismo entre las revoluciones como las que han ocurrido en Egipto, y las que están por venir en los países desarrollados. Ambas serán impulsadas por los jóvenes, las mayores víctimas de la crisis, condenados a un desempleo crónico. "Los jóvenes van a ser los más doloridos cuando los gobiernos traten de reequilibrar sus presupuestos. Se elevarán los impuestos de los trabajadores y caerá el gasto de educación (...) mientras que los recortes fiscales para ricos siguen intocables"."¿Cuánto tiempo resta para que el resto de los países ricos estalle como Egipto?", se pregunta.
El análisis de Farrell no es aislado. En Estados Unidos se está formando una creciente corriente de opinión que denuncia que la crisis se ha cerrado en falso, que la recuperación económica que vende la Administración Obama no es sino un maquillaje estadístico y que cuando toque pagar la factura del rescate del sistema financiero mediante más impuestos para la clase media y recortes sociales, se desvelará la verdadera gravedad de la situación.
Una de las abanderadas de esta teoría es Arianna Huffington, la editora que acaba de hacerse multimillonaria tras la venta de su portal de noticias online a AOL. Pese a que su actitud personal no sea muy ejemplarizante (se vanagloria públicamente de no pagar a la mayoría de sus periodistas), su opinión es muy crítica hacia el sistema. "Se está madurando la América del Tercer Mundo. Washington se apresuró al rescate de Wall Street, pero se olvidó de Main Street (la calle principal, metáfora para expresar a la gente común en EE UU). Uno de cada cinco estadounidenses es desempleado o subempleado. Una de cada nueve familias no tiene un saldo mínimo en sus tarjetas de crédito. Una de cada ocho hipotecas está en mora o ejecución hipotecaria. Uno de cada ocho estadounidenses vive con cupones de alimentos. La movilidad social hacia arriba siempre ha estado en el centro del sueño americano. Y esa promesa se ha roto. El sueño americano se está convirtiendo en una pesadilla. Y pronto va a implosionar", asegura.
El magnífico documental Inside Job, ganador del último Oscar, también ha desperezado muchas conciencias, sobre todo las de aquellos que confiaron en que con la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca se cambiarían las reglas del juego, se restablecerían los controles y la regulación sobre el sistema financiero y se pondría coto a la "avaricia de Wall Street"como prometió el ahora presidente durante la campaña electoral. Pero como denuncia la cinta, las tímidas reformas que inició están varadas en las comisiones del Congreso o han sido bloqueadas por el poderoso lobby financiero que controla no solo la esfera política sino la académica para hacer valer su falso mensaje.
Inside Job deja en evidencia también que Obama no solo no ha perseguido a los "avaros" que provocaron el desastre con productos financieros tóxicos como las subprimes o los CDO, sino que ha puesto al mando de su equipo económico a algunos de sus más señeros representantes, que participaron o, al menos no quisieron ver el inmenso fraude que se estaba fraguando, y fueron reclutados por el anterior presidente, George W. Bush, para diseñar el rescate a costa del contribuyente y sin pedir responsabilidad alguna a sus causantes. Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal, Timothy Geithner, secretario del Tesoro, o Lawrence Summers director del Consejo Nacional Económico de la Casa Blanca, están entre ellos.
El capitalismo refundado de rostro social con el que se presentaba Obama en las primeras reuniones del G-20 tras al estallido la crisis sigue teniendo el mismo perfil injusto e inmisericorde en EE UU: récord de desahucios en 2010 y récord de bonus para los ejecutivos de las agencias de calificación como Moody's o Standard & Poor's, que avalaron los productos financieros basados en las hipotecas basuras precipitando el desastre financiero. También fuera de las fronteras de la primera potencial mundial hay una creciente corriente en la misma dirección y que tiene en ¡Indignaos! (Destino), del francés de origen alemán Stèphane Hessel, uno de sus puntos de ignición. En España, el testigo lo ha cogido, entre otros, el escritor y pensador José Luis Sampedro.
Desde la sección de mercados del periódico de referencia de Wall Street, a Farrell no le tiembla el pulso al hacer un llamamiento a que la gente despierte ante "el espejismo de los súper ricos que está destruyendo el sueño americano para el resto de nosotros". "Los súper ricos no se preocupan por usted" exhorta a sus lectores, porque viven al margen de la crisis, a lo sumo se preocupan "en abstracto" por el bienestar del país, envueltos en una burbuja en la que "disfrutan de vacaciones en los mejores resorts, de los mejores profesores de pilates, el mejor masajista, los mejores cirujanos y las mejores escuelas privadas para sus hijos". "Y nada de lo que se escriba va afectarles". Y acaba: "No digan que no fueron advertido. Tienen tiempo para preparar la revolución que se avecina, la depresión".