lunes, 11 de julio de 2011

La crisis ideológica del capitalismo occidental


Analisis de Stigliz sobre el futuro de las economias europea y norteamericana.



NEW YORK – Tan sólo unos años atrás, una poderosa ideología – la creencia en los mercados libres y sin restricciones – llevó al mundo al borde de la ruina. Incluso en sus días de apogeo, desde principios de los años ochenta hasta el año 2007, el capitalismo desregulado al estilo estadounidense trajo mayor bienestar material sólo para los más ricos en el país más rico del mundo. De hecho, a lo largo de los 30 años de ascenso de esta ideología, la mayoría de los estadounidenses vieron que sus ingresos declinaban o se estancaban año tras año.

Es más, el crecimiento de la producción en los Estados Unidos no fue económicamente sostenible. Con tanto del ingreso nacional de los EE.UU. yendo destinado para tan pocos, el crecimiento sólo podía continuar a través del consumo financiado por una creciente acumulación de la deuda.

Yo estaba entre aquellos que esperaban que, de alguna manera, la crisis financiera pudiera enseñar a los estadounidenses (y a otros) una lección acerca de la necesidad de mayor igualdad, una regulación más fuerte y mejor equilibrio entre el mercado y el gobierno. Desgraciadamente, ese no ha sido el caso. Al contrario, un resurgimiento de la economía de la derecha, impulsado, como siempre, por ideología e intereses especiales, una vez más amenaza a la economía mundial – o al menos a las economías de Europa y América, donde estas ideas continúan floreciendo.

En los EE.UU., este resurgimiento de la derecha, cuyos partidarios, evidentemente, pretenden derogar las leyes básicas de las matemáticas y la economía, amenaza con obligar a una moratoria de la deuda nacional. Si el Congreso ordena gastos que superan a los ingresos, habrá un déficit, y ese déficit debe ser financiado. En vez de equilibrar cuidadosamente los beneficios de cada programa de gasto público con los costos de aumentar los impuestos para financiar dichos beneficios, la derecha busca utilizar un pesado martillo – no permitir que la deuda nacional se incremente, lo que fuerza a los gastos a limitarse a los impuestos.

Esto deja abierta la interrogante sobre qué gastos obtienen prioridad – y si los gastos para pagar intereses sobre la deuda nacional no la obtienen, una moratoria es inevitable. Además, recortar los gastos ahora, en medio de una crisis en curso provocada por la ideología de libre mercado, simple e inevitablemente sólo prolongaría la recesión.

Hace una década, en medio de un auge económico, los EE.UU. enfrentaba un superávit tan grande que amenazó con eliminar la deuda nacional. Incosteables reducciones de impuestos y guerras, una recesión importante y crecientes costos de atención de salud – impulsados en parte por el compromiso de la administración de George W. Bush de otorgar a las compañías farmacéuticas rienda suelta en la fijación de precios, incluso con dinero del gobierno en juego – rápidamente transformaron un enorme superávit en déficits récord en tiempos de paz.

Los remedios para el déficit de EE.UU. surgen inmediatamente de este diagnóstico: se debe poner a los Estados Unidos a trabajar mediante el estímulo de la economía; se debe poner fin a las guerras sin sentido; controlar los costos militares y de drogas; y aumentar impuestos, al menos a los más ricos. Pero, la derecha no quiere saber nada de esto, y en su lugar de ello, está presionando para obtener aún más reducciones de impuestos para las corporaciones y los ricos, junto con los recortes de gastos en inversiones y protección social que ponen el futuro de la economía de los EE.UU. en peligro y que destruyen lo que queda del contrato social. Mientras tanto, el sector financiero de EE.UU. ha estado presionando fuertemente para liberarse de las regulaciones, de modo que pueda volver a sus anteriores formas desastrosas y despreocupadas de proceder.

Pero las cosas están un poco mejor en Europa. Mientras Grecia y otros países enfrentan crisis, la medicina en boga consiste simplemente en paquetes de austeridad y privatización desgastados por el tiempo, los cuales meramente dejarán a los países que los adoptan más pobres y vulnerables. Esta medicina fracasó en el Este de Asia, América Latina, y en otros lugares, y fracasará también en Europa en esta ronda. De hecho, ya ha fracasado en Irlanda, Letonia y Grecia.

Hay una alternativa: una estrategia de crecimiento económico apoyada por la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional. El crecimiento restauraría la confianza de que Grecia podría reembolsar sus deudas, haciendo que las tasas de interés bajen y dejando más espacio fiscal para más inversiones que propicien el crecimiento. El crecimiento por sí mismo aumenta los ingresos por impuestos y reduce la necesidad de gastos sociales, como ser las prestaciones de desempleo. Además, la confianza que esto engendra conduce aún a más crecimiento.

Lamentablemente, los mercados financieros y los economistas de derecha han entendido el problema exactamente al revés: ellos creen que la austeridad produce confianza, y que la confianza produce crecimiento. Pero la austeridad socava el crecimiento, empeorando la situación fiscal del gobierno, o al menos produciendo menos mejoras que las prometidas por los promotores de la austeridad. En ambos casos, se socava la confianza y una espiral descendente se pone en marcha.

¿Realmente necesitamos otro experimento costoso con ideas que han fracasado repetidamente? No deberíamos, y sin embargo, parece cada vez más que vamos a tener que soportar otro. Un fracaso en Europa o en Estados Unidos para volver al crecimiento sólido sería malo para la economía mundial. Un fracaso en ambos lugares sería desastroso – incluso si los principales países emergentes hubieran logrado un crecimiento auto-sostenible. Lamentablemente, a menos que prevalezcan las mentes sabias, este es el camino al cual el mundo se dirige.

Joseph E. Stiglitz es profesor de la Universidad de Columbia, Premio Nobel de Economía y autor de Freefall: Free Markets and the Sinking of the Global Economy.

Copyright: Project Syndicate, 2011.
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Para escuchar un podcast de este comentario en inglés, utilice este vínculo:
http://media.blubrry.com/ps/media.libsyn.com/media/ps/stiglitz140.mp3
Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos

¿Qué le sucede a la economía estadounidense?


Interesante articulo de sobre la coyuntura de la economia de Estados Unidos, la salida de la crisis se estima que va a ser lenta.



CAMBRIDGE – Recientemente la economía estadounidense se ha desacelerado de forma espectacular y la probabilidad de que haya otra contracción económica aumenta con cada nueva serie de datos. Este es un cambio brusco con respecto a la situación que existía al final del año pasado –y representa el regreso al ritmo muy lento de expansión desde que empezó la recuperación en el verano de 2009.

Durante los primeros tres trimestres de 2010 el crecimiento económico de los Estados Unidos no sólo fue lento, sino que también se caracterizó principalmente por la acumulación de existencias y no por las ventas al consumidor u otro tipo de ventas finales. En el último trimestre de 2010 se dio un cambio positivo: el gasto de consumo aumentó a una tasa anual del 4%, lo que fue suficiente para aumentar el PIB real total en 3.1% del tercer trimestre al cuarto. La economía parecía haberse librado de su dependencia de la acumulación de existencias.

Los resultados positivos condujeron a que los expertos y los funcionarios de gobierno predijeran que en 2011 continuaría el crecimiento sólido, con mayor producción, empleo y salarios más elevados, que llevarían a más aumentos del gasto de consumo y a una recuperación autosostenible. Se aprobó una reducción del dos por ciento del impuesto sobre las nóminas durante un año para asegurar este panorama favorable.

Desafortunadamente, la recuperación prevista del gasto de consumo no ocurrió. El aumento de los precios de los alimentos y la energía fue mayor que el de los salarios nominales, lo que provocó que los ingresos semanales medios reales disminuyeran en enero, mientras que la caída sostenida de los precios inmobiliarios redujo la riqueza de la mayoría de las familias. Como resultado, los gastos de consumo personales reales aumentaron a una tasa anual de apenas alrededor del 1% en enero, en comparación con el aumento del 4% del trimestre anterior.

Ese patrón de aumento de los precios y disminución de los ingresos reales se repitió en febrero y marzo y el brusco aumento del índice de precios al consumidor provocó que los ingresos semanales medios reales cayeran a una tasa anual de más del 5%. No es de sorprender que los indicadores en las encuestas de opinión sobre el consumo se hayan desplomado y que el gasto de consumo haya permanecido caso sin cambios mes con mes.

La caída de los precios inmobiliarios deprimió las ventas tanto de las casas nuevas como de las ya existentes. Eso a su vez causó una fuerte caída en el volumen de construcción de viviendas nuevas. Lo más probable es que esa caída continúe, porque el valor de las hipotecas del 30% de las casas es superior al valor de las casas mismas. Esto crea un fuerte incentivo para el impago, ya que las hipotecas en Estados Unidos son efectivamente préstamos de reembolso limitado: el acreedor puede apropiarse del bien si el deudor no paga, pero no puede exigir otros activos o una parte de los ingresos salariales. Como resultado, el 10% de las hipotecas están en impago o ejecución, lo que crea un excedente de propiedades que tendrán que venderse a precios reducidos.

Las empresas han respondido negativamente a la debilidad de la demanda de los hogares. Los índices del Institute of Supply Management han caído tanto en el caso de las empresas manufactureras como en el de las de servicios. Si bien las empresas grandes siguen teniendo cantidades sustanciales de efectivo en sus hojas de balance, sus flujos de efectivo de las operaciones corrientes disminuyeron en el primer trimestre. La medida más reciente de las órdenes de bienes de capital no destinados a la defensa indicó una disminución en la inversión de las empresas.

El patrón de debilidad se aceleró en abril y mayo. El aumento relativamente rápido de empleo en nómina que se dio en los primeros cuatro meses del año se detuvo en mayo, cuando sólo se crearon 54,000 empleos nuevos, menos de la tercera parte del promedio de crecimiento del empleo de los primeros cuatro meses. Como resultado, la tasa de desempleo se elevó al 9.1% de la fuerza laboral.

El mercado de bonos y los precios de las acciones han respondido a estas malas noticias de forma predecible. La tasa de interés de los bonos gubernamentales a 10 años cayó al 3% y el mercado de valores bajó durante seis semanas seguidas, el período de tendencia a la baja más prolongado desde 2002. La caída acumulativa de los precios de las acciones fue de más del 6%. Los precios bajos de las acciones ahora tendrán efectos negativos sobre el gasto de consumo y la inversión de las empresas.

No puede esperarse que las políticas monetarias y fiscales reviertan la situación. La Reserva Federal de los Estados Unidos seguirá aplicando su política de mantener la tasa de interés a un día cerca de cero, pero, debido al temor de que surjan burbujas de precios de los activos, no revocará su decisión de poner fin a su política de comprar bonos de la Tesorería –la llamada facilitación cuantitativa—a finales de junio.

Además, la política fiscal será en efecto contradictoria en los próximos meses. El programa de estímulo fiscal aprobado en 2009 está llegando a su fin, y el gasto de estímulo ha disminuido de 400 mil millones de dólares en 2010 a apenas 137 mil millones este año. Además, se están llevando a cabo negociaciones para recortar más el gasto y aumentar los impuestos a fin de reducir los déficits fiscales previstos para 2011 y los años siguientes.

Así pues, el panorama a corto plazo para la economía de los Estados Unidos es frágil en el mejor de los casos. Los cambios fundamentales de política quizá tendrán que esperar hasta después de las elecciones presidenciales y parlamentarias de noviembre de 2012.

Martin Feldstein, profesor de Economía de la Universidad de Harvard, fue presidente del Consejo de Asesores Económicos del Presidente Ronald Reagan, y presidente de la Oficina Nacional de Investigación Económica.

Copyright: Project Syndicate, 2011.
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Traducción de Kena Nequiz

martes, 3 de mayo de 2011

Inequality: of the 1%, by the 1%, for the 1%


Interesante articulo de Stiglitz sobre las desigualdades



It’s no use pretending that what has obviously happened has not in fact happened. The upper 1 percent of Americans are now taking in nearly a quarter of the nation’s income every year. In terms of wealth rather than income, the top 1 percent control 40 percent. Their lot in life has improved considerably. Twenty-five years ago, the corresponding figures were 12 percent and 33 percent. One response might be to celebrate the ingenuity and drive that brought good fortune to these people, and to contend that a rising tide lifts all boats. That response would be misguided. While the top 1 percent have seen their incomes rise 18 percent over the past decade, those in the middle have actually seen their incomes fall. For men with only high-school degrees, the decline has been precipitous—12 percent in the last quarter-century alone. All the growth in recent decades—and more—has gone to those at the top. In terms of income equality, America lags behind any country in the old, ossified Europe that President George W. Bush used to deride. Among our closest counterparts are Russia with its oligarchs and Iran. While many of the old centers of inequality in Latin America, such as Brazil, have been striving in recent years, rather successfully, to improve the plight of the poor and reduce gaps in income, America has allowed inequality to grow.
Economists long ago tried to justify the vast inequalities that seemed so troubling in the mid-19th century—inequalities that are but a pale shadow of what we are seeing in America today. The justification they came up with was called “marginal-productivity theory.” In a nutshell, this theory associated higher incomes with higher productivity and a greater contribution to society. It is a theory that has always been cherished by the rich. Evidence for its validity, however, remains thin. The corporate executives who helped bring on the recession of the past three years—whose contribution to our society, and to their own companies, has been massively negative—went on to receive large bonuses. In some cases, companies were so embarrassed about calling such rewards “performance bonuses” that they felt compelled to change the name to “retention bonuses” (even if the only thing being retained was bad performance). Those who have contributed great positive innovations to our society, from the pioneers of genetic understanding to the pioneers of the Information Age, have received a pittance compared with those responsible for the financial innovations that brought our global economy to the brink of ruin.
Some people look at income inequality and shrug their shoulders. So what if this person gains and that person loses? What matters, they argue, is not how the pie is divided but the size of the pie. That argument is fundamentally wrong. An economy in which most citizens are doing worse year after year—an economy like America’s—is not likely to do well over the long haul. There are several reasons for this.
First, growing inequality is the flip side of something else: shrinking opportunity. Whenever we diminish equality of opportunity, it means that we are not using some of our most valuable assets—our people—in the most productive way possible. Second, many of the distortions that lead to inequality—such as those associated with monopoly power and preferential tax treatment for special interests—undermine the efficiency of the economy. This new inequality goes on to create new distortions, undermining efficiency even further. To give just one example, far too many of our most talented young people, seeing the astronomical rewards, have gone into finance rather than into fields that would lead to a more productive and healthy economy.
Third, and perhaps most important, a modern economy requires “collective action”—it needs government to invest in infrastructure, education, and technology. The United States and the world have benefited greatly from government-sponsored research that led to the Internet, to advances in public health, and so on. But America has long suffered from an under-investment in infrastructure (look at the condition of our highways and bridges, our railroads and airports), in basic research, and in education at all levels. Further cutbacks in these areas lie ahead.
None of this should come as a surprise—it is simply what happens when a society’s wealth distribution becomes lopsided. The more divided a society becomes in terms of wealth, the more reluctant the wealthy become to spend money on common needs. The rich don’t need to rely on government for parks or education or medical care or personal security—they can buy all these things for themselves. In the process, they become more distant from ordinary people, losing whatever empathy they may once have had. They also worry about strong government—one that could use its powers to adjust the balance, take some of their wealth, and invest it for the common good. The top 1 percent may complain about the kind of government we have in America, but in truth they like it just fine: too gridlocked to re-distribute, too divided to do anything but lower taxes.
Economists are not sure how to fully explain the growing inequality in America. The ordinary dynamics of supply and demand have certainly played a role: laborsaving technologies have reduced the demand for many “good” middle-class, blue-collar jobs. Globalization has created a worldwide marketplace, pitting expensive unskilled workers in America against cheap unskilled workers overseas. Social changes have also played a role—for instance, the decline of unions, which once represented a third of American workers and now represent about 12 percent.
But one big part of the reason we have so much inequality is that the top 1 percent want it that way. The most obvious example involves tax policy. Lowering tax rates on capital gains, which is how the rich receive a large portion of their income, has given the wealthiest Americans close to a free ride. Monopolies and near monopolies have always been a source of economic power—from John D. Rockefeller at the beginning of the last century to Bill Gates at the end. Lax enforcement of anti-trust laws, especially during Republican administrations, has been a godsend to the top 1 percent. Much of today’s inequality is due to manipulation of the financial system, enabled by changes in the rules that have been bought and paid for by the financial industry itself—one of its best investments ever. The government lent money to financial institutions at close to 0 percent interest and provided generous bailouts on favorable terms when all else failed. Regulators turned a blind eye to a lack of transparency and to conflicts of interest.
When you look at the sheer volume of wealth controlled by the top 1 percent in this country, it’s tempting to see our growing inequality as a quintessentially American achievement—we started way behind the pack, but now we’re doing inequality on a world-class level. And it looks as if we’ll be building on this achievement for years to come, because what made it possible is self-reinforcing. Wealth begets power, which begets more wealth. During the savings-and-loan scandal of the 1980s—a scandal whose dimensions, by today’s standards, seem almost quaint—the banker Charles Keating was asked by a congressional committee whether the $1.5 million he had spread among a few key elected officials could actually buy influence. “I certainly hope so,” he replied. The Supreme Court, in its recent Citizens United case, has enshrined the right of corporations to buy government, by removing limitations on campaign spending. The personal and the political are today in perfect alignment. Virtually all U.S. senators, and most of the representatives in the House, are members of the top 1 percent when they arrive, are kept in office by money from the top 1 percent, and know that if they serve the top 1 percent well they will be rewarded by the top 1 percent when they leave office. By and large, the key executive-branch policymakers on trade and economic policy also come from the top 1 percent. When pharmaceutical companies receive a trillion-dollar gift—through legislation prohibiting the government, the largest buyer of drugs, from bargaining over price—it should not come as cause for wonder. It should not make jaws drop that a tax bill cannot emerge from Congress unless big tax cuts are put in place for the wealthy. Given the power of the top 1 percent, this is the way you would expect the system to work.
America’s inequality distorts our society in every conceivable way. There is, for one thing, a well-documented lifestyle effect—people outside the top 1 percent increasingly live beyond their means. Trickle-down economics may be a chimera, but trickle-down behaviorism is very real. Inequality massively distorts our foreign policy. The top 1 percent rarely serve in the military—the reality is that the “all-volunteer” army does not pay enough to attract their sons and daughters, and patriotism goes only so far. Plus, the wealthiest class feels no pinch from higher taxes when the nation goes to war: borrowed money will pay for all that. Foreign policy, by definition, is about the balancing of national interests and national resources. With the top 1 percent in charge, and paying no price, the notion of balance and restraint goes out the window. There is no limit to the adventures we can undertake; corporations and contractors stand only to gain. The rules of economic globalization are likewise designed to benefit the rich: they encourage competition among countries for business, which drives down taxes on corporations, weakens health and environmental protections, and undermines what used to be viewed as the “core” labor rights, which include the right to collective bargaining. Imagine what the world might look like if the rules were designed instead to encourage competition among countries for workers. Governments would compete in providing economic security, low taxes on ordinary wage earners, good education, and a clean environment—things workers care about. But the top 1 percent don’t need to care.
Or, more accurately, they think they don’t. Of all the costs imposed on our society by the top 1 percent, perhaps the greatest is this: the erosion of our sense of identity, in which fair play, equality of opportunity, and a sense of community are so important. America has long prided itself on being a fair society, where everyone has an equal chance of getting ahead, but the statistics suggest otherwise: the chances of a poor citizen, or even a middle-class citizen, making it to the top in America are smaller than in many countries of Europe. The cards are stacked against them. It is this sense of an unjust system without opportunity that has given rise to the conflagrations in the Middle East: rising food prices and growing and persistent youth unemployment simply served as kindling. With youth unemployment in America at around 20 percent (and in some locations, and among some socio-demographic groups, at twice that); with one out of six Americans desiring a full-time job not able to get one; with one out of seven Americans on food stamps (and about the same number suffering from “food insecurity”)—given all this, there is ample evidence that something has blocked the vaunted “trickling down” from the top 1 percent to everyone else. All of this is having the predictable effect of creating alienation—voter turnout among those in their 20s in the last election stood at 21 percent, comparable to the unemployment rate.



http://www.vanityfair.com/society/features/2011/05/top-one-percent-201105

lunes, 4 de abril de 2011

Evolucion de la pobreza en America Latina

Interesante articulo de Alicia Barcenas, Directora de la CEPAL sobre la evolucion de la pobreza y las desigualdades en Latino America en los ultimos años. Seguir avanzando en la reduccion de pobreza y de las desigualdades dependera sin duda de la modernizacion de los sistemas tributarios, hacia una mayor progresividad y presion fiscal que permita financiar politicas educativas, industriales y de innovacion y desarrollo que les ayuden a mejorar su competitividad y aumenten su oferta exportadora.


Los años posteriores a la crisis que golpeo a los mercados emergentes en 2002 fueron prosperos en America Latina. En las economias se registro un crecimiento vigoroso y hubo una reduccion significativa de la pobreza y una ligera mejora de la distribucion del ingreso, con un pequeno retroceso durante la Gran Recesion que comenzo en 2008. A pesar de estos avances, la pobreza, la desigualdad y la exclusion social de numerosas personas de bajo ingreso siguen siendo generalizadas en muchos paises latinoamericanos, que historicamente han tenido una de las distribuciones del ingreso mas sesgadas del mundo. Las mejoras son fruto no solo del fuerte crecimiento economico de la region, que promedio mas de 4% durante este periodo, sino tambien de politicas sociales mejores y de un aumento del numero de personas que trabajan en la economia formal, a diferencia de la economia informal —o subterranea—, que es menos productiva y ofrece salarios mas bajos y menor proteccion social. Ademas, gracias al fortalecimiento de las politicas monetarias, tributarias y de gasto —asi como a la energica demanda de materias primas clave para las economias de la region—, America Latina en general pudo superar la crisis mundial mejor que las economias avanzadas. Las desaceleraciones mundiales solian desbaratar las economias latinoamericanas e incrementar drasticamente los indices de pobreza. Esta vez, la reduccion de la pobreza observada en los años de auge previos a la crisis continuo en 2010. A pesar de las marcadas diferencias entre un pais y otro, las tasas de pobreza de la region en su conjunto disminuyeron significativamente entre 2002 y 2008. En promedio, 44% de los ciudadanos de America Latina no pudieron satisfacer necesidades nutricionales y no nutricionales basicas en 2002; para 2008, esa cifra habia bajado a 33% . Ademas, la indigencia —el nivel por debajo del cual no es posible satisfacer las necesidades alimentarias— tambien cayo notablemente, de alrededor de 19% en 2002 a menos de 13% en 2008. Al igual que la pobreza, la desigualdad del ingreso tambien disminuyo en la mayoria de los paises latinoamericanos y caribeños durante los primeros años del siglo. Si se utiliza el coeficiente de Gini para medir la distribucion del ingreso, 15 de 18 economias estudiadas en la region —Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, El Salvador, Honduras, Mexico, Nicaragua, Panama, Paraguay, Peru, Uruguay y Venezuela— experimentaron una mejora. En al menos 11 de ellas, la mejora supero los 5 puntos porcentuales. La participacion de segmentos mas acaudalados de la poblacion en el ingreso total aumento unicamente en Costa Rica, Guatemala y la Republica Dominicana. El coeficiente de Gini va de 0 a 1: en una economia en la cual una persona concentra todo el ingreso es 1; si todos perciben el mismo ingreso es 0. Pero la distribución del ingreso en la región continúa estando sumamente sesgada. El ingreso per cápita promedio de los hogares pertenecientes al 10% más acaudalado es alrededor de 17 veces mayor que el del 40% más pobre. Esto representa una ligera mejora respecto de 2002, cuando era 20 veces mayor. Es decir, hay hogares que pueden haber salido de la pobreza, pero no se están beneficiando mucho del crecimiento económico. Este hecho no es sorprendente. Aun cuando es endémica, la pobreza responde a los ciclos económicos mucho más que la distribución del ingreso. La falta de equidad en el ingreso es una condición de larga data que refleja graves problemas de estratificación social y desigualdad de la riqueza que heredan generación tras generación. La mejora observada en la pobreza y la distribución del ingreso se explica en gran medida gracias al crecimiento y las políticas gubernamentales, y la interacción entre ambos. Alicia Bárcena es Secretaria Ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe. http://www.imf.org/external/pubs/ft/fandd/spa/2011/03/pdf/Barcena.pdf

Si los ricos no pagan impuestos se enfrentarán a una revolución

Interesante articulo sobre las desigualdades en EEUU del Paul Farell Analista del Wall Street Journal comentado por Ramon muñoz en el Pais.

http://www.marketwatch.com/story/tax-the-super-rich-now-or-face-a-revolution-2011-03-29




Predice un cataclismo económico y una revolución social en EE UU. Pero no es el polémico y a veces abiertamente demagogo director de cine Michael Moore. Ni el predicador televisivo Glenn Beck, insignia mediática del movimiento conservador estadounidense del Tea Party. Ni, más cercanamente, Niño Becerra, el catedrático que vaticina el cataclismo de la economía española cada año y cada año lo aplaza. Se trata de Paul B. Farrell, un prestigioso columnista de The Wall Street Journal, el diario financiero por excelencia nada sospechoso de sensacionalismo. Y esta semana ha lanzado un aviso ciertamente preocupante aunque con argumentos y cifras mucho más contundentes que la de los otros teóricos apocalípticos citados.
"O los ricos comienzan a pagar impuestos o se enfrentarán a una revolución". Con ese provocativo arranque, Farell, que trabajó para Morgan Stanley, advierte en su columna que la brecha entre el 1% de los "súper ricos" y el 99% restante de la población en EE UU no había sido tan grande desde la Gran Depresión de 1929, y que solo el "engaño" o el "espejismo" que lanza esta clase privilegiada desde sus diversas tribunas, ya sean políticas o mediáticas, impiden a la gente darse cuenta de que estamos a punto de vivir otro colapso como el de hace casi un siglo. Y concluye que o los ricos vuelven a pagar los impuestos que les corresponden por su nivel de riqueza u Occidente se enfrentará a una revuelta social como las que se están viviendo en el norte de África
Farrell señala que, tras el estallido de la crisis financiera en 2008 y la intervención del Estado para salvar el sistema, Estados Unidos vive ahora de la falsa esperanza que le transmiten los súper ricos, las "estadísticas del Gobierno que tratan de exagerar la recuperación" o los mensajes sobre un nuevo mercado alcista de Wall Street.
"Sigan soñando", apunta Farrell, que avisa de que el 93% de lo que se oye acerca de los mercados, las finanzas y la economía "son conjeturas, ilusiones y mentiras con el único fin de manipular en la toma de decisiones para sacar el dinero de los bolsillos" de la gente. "Ellos se enriquecen diciendo mentiras sobre los valores. Odian a las normas de la SEC [regulador de la Bolsa de EE UU] que les obligan a decir la verdad". Y pone un dato como ejemplo: en los últimos 10 años, el 20% de los fondos de pensiones de los trabajadores -10 billones de dólares- se ha esfumado en Wall Street.
Apoyado en otros testimonios, el columnista establece un paralelismo entre las revoluciones como las que han ocurrido en Egipto, y las que están por venir en los países desarrollados. Ambas serán impulsadas por los jóvenes, las mayores víctimas de la crisis, condenados a un desempleo crónico. "Los jóvenes van a ser los más doloridos cuando los gobiernos traten de reequilibrar sus presupuestos. Se elevarán los impuestos de los trabajadores y caerá el gasto de educación (...) mientras que los recortes fiscales para ricos siguen intocables"."¿Cuánto tiempo resta para que el resto de los países ricos estalle como Egipto?", se pregunta.
El análisis de Farrell no es aislado. En Estados Unidos se está formando una creciente corriente de opinión que denuncia que la crisis se ha cerrado en falso, que la recuperación económica que vende la Administración Obama no es sino un maquillaje estadístico y que cuando toque pagar la factura del rescate del sistema financiero mediante más impuestos para la clase media y recortes sociales, se desvelará la verdadera gravedad de la situación.
Una de las abanderadas de esta teoría es Arianna Huffington, la editora que acaba de hacerse multimillonaria tras la venta de su portal de noticias online a AOL. Pese a que su actitud personal no sea muy ejemplarizante (se vanagloria públicamente de no pagar a la mayoría de sus periodistas), su opinión es muy crítica hacia el sistema. "Se está madurando la América del Tercer Mundo. Washington se apresuró al rescate de Wall Street, pero se olvidó de Main Street (la calle principal, metáfora para expresar a la gente común en EE UU). Uno de cada cinco estadounidenses es desempleado o subempleado. Una de cada nueve familias no tiene un saldo mínimo en sus tarjetas de crédito. Una de cada ocho hipotecas está en mora o ejecución hipotecaria. Uno de cada ocho estadounidenses vive con cupones de alimentos. La movilidad social hacia arriba siempre ha estado en el centro del sueño americano. Y esa promesa se ha roto. El sueño americano se está convirtiendo en una pesadilla. Y pronto va a implosionar", asegura.
El magnífico documental Inside Job, ganador del último Oscar, también ha desperezado muchas conciencias, sobre todo las de aquellos que confiaron en que con la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca se cambiarían las reglas del juego, se restablecerían los controles y la regulación sobre el sistema financiero y se pondría coto a la "avaricia de Wall Street"como prometió el ahora presidente durante la campaña electoral. Pero como denuncia la cinta, las tímidas reformas que inició están varadas en las comisiones del Congreso o han sido bloqueadas por el poderoso lobby financiero que controla no solo la esfera política sino la académica para hacer valer su falso mensaje.
Inside Job deja en evidencia también que Obama no solo no ha perseguido a los "avaros" que provocaron el desastre con productos financieros tóxicos como las subprimes o los CDO, sino que ha puesto al mando de su equipo económico a algunos de sus más señeros representantes, que participaron o, al menos no quisieron ver el inmenso fraude que se estaba fraguando, y fueron reclutados por el anterior presidente, George W. Bush, para diseñar el rescate a costa del contribuyente y sin pedir responsabilidad alguna a sus causantes. Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal, Timothy Geithner, secretario del Tesoro, o Lawrence Summers director del Consejo Nacional Económico de la Casa Blanca, están entre ellos.
El capitalismo refundado de rostro social con el que se presentaba Obama en las primeras reuniones del G-20 tras al estallido la crisis sigue teniendo el mismo perfil injusto e inmisericorde en EE UU: récord de desahucios en 2010 y récord de bonus para los ejecutivos de las agencias de calificación como Moody's o Standard & Poor's, que avalaron los productos financieros basados en las hipotecas basuras precipitando el desastre financiero. También fuera de las fronteras de la primera potencial mundial hay una creciente corriente en la misma dirección y que tiene en ¡Indignaos! (Destino), del francés de origen alemán Stèphane Hessel, uno de sus puntos de ignición. En España, el testigo lo ha cogido, entre otros, el escritor y pensador José Luis Sampedro.
Desde la sección de mercados del periódico de referencia de Wall Street, a Farrell no le tiembla el pulso al hacer un llamamiento a que la gente despierte ante "el espejismo de los súper ricos que está destruyendo el sueño americano para el resto de nosotros". "Los súper ricos no se preocupan por usted" exhorta a sus lectores, porque viven al margen de la crisis, a lo sumo se preocupan "en abstracto" por el bienestar del país, envueltos en una burbuja en la que "disfrutan de vacaciones en los mejores resorts, de los mejores profesores de pilates, el mejor masajista, los mejores cirujanos y las mejores escuelas privadas para sus hijos". "Y nada de lo que se escriba va afectarles". Y acaba: "No digan que no fueron advertido. Tienen tiempo para preparar la revolución que se avecina, la depresión".

viernes, 3 de septiembre de 2010

NICARAGUA Y LA CONSECUCION DE LOS OBJETIVOS DEL MILENIO

Nicaragua sigue siendo el segundo país más pobre de América Latina después de Haití. Aunque algunos logros económicos han reducido la escala y la severidad de la pobreza en Nicaragua, esta sigue siendo muy alta con un 46 por ciento de la población viviendo bajo la línea de la pobreza[1]. Para alcanzar los objetivos de desarrollo del milenio (ODM), es preciso acelerar el ritmo de los avances. El principal reto para el desarrollo es acelerar el crecimiento económico durante un periodo sostenido y asegurar que los beneficios de dicho crecimiento se distribuyen de manera amplia por medio de una modernización del sistema fiscal que lo haga más progresivo y permita aumentar el gasto social.

En los años previos a la actual crisis económica el crecimiento anual del PIB de Nicaragua había sido modesto. Entre el 2002 y el 2006, el crecimiento del PIB promedió fue de 3.2% anual, ó el 1.3 % en términos de renta per cápita. Si bien este crecimiento esta en línea con la región centroamericana, está por debajo del promedio alcanzado por otros países de ingreso medio-bajo en el mundo.

La estructura económica de Nicaragua se basa en la producción agropecuaria (café, azúcar, carne) con variaciones de precios muy fuertes e históricamente a la baja. Esto ha producido un déficit estructural en la balanza comercial del país que en el 2008 alcanzó los 2.798 millones de dólares un 18,1 % más que en 2007
[2]. Ni las remesas (850 millones en 2008) ni la cooperación internacional (con una media anual de unos 600 millones de Ayuda Oficial al Desarrollo) ni la inversión extranjera directa (600 millones en 2008) han logrado equilibrar su balanza de pagos.

Con la actual crisis económica el crecimiento en el 2009 fue de menos 1.5% del PIB
[3] y la previsión para el 2010 es de entre un 0% y un 2%. Esto va a dar lugar a un retroceso en el cumplimiento de los Objetivos del Milenio y a un incremento de la pobreza.

Entre 1993 y el 2005 Nicaragua experimentó un ligero descenso en los niveles de pobreza. La pobreza total se redujo entre 1993 y el 2001 en un 2 por ciento y desde entonces continúa en el 46%
[4], sin embargo e en términos absolutos esto supone unos 500.000 pobres más debido al crecimiento demográfico.

En las áreas rurales ha habido algunos avances, con una reducción de la pobreza que pasó de un 76 % a un 69 % entre 1993 y 1998. A pesar del poco avance en la reducción global de la pobreza, ha habido una reducción de la extrema pobreza, de un 19 % en 1993 a un 17 % en 1998 y a un 15 % en el 2005.

La inequidad es uno de los problemas mas graves del país, que en el año 2000 reflejaba una disparidad entre las rentas de los más ricos y los más pobres que se incrementaba en un 35% después del pago de impuestos y seguridad social.

En lo que se refiere al cumplimento de los ODMs, el objetivo 1: la reducción de la pobreza extrema, es de señalar que según el dato que ofrece el Banco Mundial en el 2009 es del 15.8%, cuatro puntos porcentuales más de lo que se proyectó en el 2005 para el 2010. Esto significa que a 5 años del objetivo del milenio, y observando que la pobreza extrema ha aumentado en 1% desde el 2005, es improbable que se pueda alcanzar este objetivo.

El único indicador que se ha alcanzado en el país es la erradicación del analfabetismo y probablemente se puede alcanzar el acceso al saneamiento. Es difícil que se logren las demás metas: reducción de la mortalidad infantil en menores de cinco años, la reducción de la desnutrición crónica, el incremento en el acceso al agua potable, la reduccion de la mortalidad materna y el acceso a los servicios de salud reproductiva.

Nicaragua sólo puede esperar avanzar en la reducción de la pobreza con un crecimiento económico significativamente mayor. Durante el periodo entre 1993 y 2005, Nicaragua mostró una elasticidad en el crecimiento de la pobreza de -0.4 para la pobreza total y de -1.1 para la pobreza extrema. En base a estas elasticidades, el crecimiento anual del PIB de Nicaragua tendría que promediar un 5.5 % a partir de ahora hasta el 2015 y acompañarse de una reforma del sistema fiscal, que mejore la distribución del ingreso.

En lo que respecta al gasto publico social debería incrementarse en los próximos 5 años entre un 3.6% y un 4.7% del PIB para poder alcanzar los objetivos del milenio según se movilicen recursos externos o se financiara con impuestos. El aumento de la eficacia en la ejecución del gasto público podría reducir sustancialmente estos costes. Es necesario, además, un esfuerzo concertado por parte de todos los actores públicos y privados, un buen entorno de gobernabilidad y una mejora de la eficacia y un incremento y de de la Ayuda al Desarrollo para acelerar los avances en la reducción de la pobreza.

Los cambios esperados en la estructura de la población representan una oportunidad para Nicaragua. El descenso en el número de hijos dentro de cada familia, aumenta la posibilidad de tener disponibilidad de mayores recursos para cada miembro del hogar, lo que podría llevar a mejores índices de nutrición, salud y de educación.

A nivel macroeconómico, este cambio en la estructura de la población implica un aumento en la base potencial de impuestos de rápido crecimiento. Para que estos/as jóvenes contribuyan a la producción y recaudación fiscal, es importante que encuentren un empleo adecuado. La población en edad laboral (15- 64 años) crecerá sustancialmente: de 2.2 millones en 1995 a 4.2 millones en el 2015. Esto representa un incremento promedio anual de 95,000 personas. Cerca del 73-78% de ellos necesitará empleo, lo que significa que se requiere la creación de un promedio de 80,000 empleos por año para mantener ocupada a la población económicamente activa. Dos terceras partes de estos empleos se necesitaran en las áreas urbanas. La creación de tantos nuevos empleos significará un desafío para Nicaragua. Es posible que sea considerablemente más fácil aumentar los niveles de ocupación si estos trabajadores son adecuadamente capacitados y equipados con destrezas empresariales, de manera que puedan contribuir al proceso de creación de empleos, así como insertarse en las actividades económicas y productivas dinámicas. Si se descuida la educación, el crecimiento de la población en edad de trabajar podría fácilmente volverse una desventaja, con un gran número de jóvenes desempleados en áreas urbanas.

A cinco años del cumplimiento de los ODMs hay que empezar a preguntarse si estos eran los objetivos adecuados para tener el mayor impacto posible en la reduccion de la pobreza. Algunos objetivos parecen claramente insuficientes. Otros poco específicos o realistas. Y otros no tienen un vinculo claro con la reduccion de la pobreza. Esto da lugar a una clara ineficacia e ineficiencia en la asignación de los recursos disponibles que además son insuficientes. Trabajar en tantos objetivos, sin metas e indicadores bien definidos, ha dispersado los esfuerzos de los donantes y no ha ayudado a tener una visión clara de cuales son las áreas claves de intervención para erradicar la pobreza.

[1] Dato recogido de la “Estrategia de asistencia al país de la republica de Nicaragua” del Banco Mundial. 15 de agosto del 2007
[2] Fuente: Banco Central de Nicaragua
[3] Fuente: Estimación de Funides
[4] En 2005, según el Banco Mundial, el 46% de la población de Nicaragua era pobre y el 15% se ubicaba en el segmento de pobreza extrema. Dos años después el Gobierno de Reconciliación y Unidad Nacional, a través del INIDE, publicó sus propios datos y según éstos, la pobreza y pobreza extrema ascienden oficialmente al 48% y el 17%, respectivamente. El Banco Mundial prevé sacar nuevos datos de pobreza en el 2010
[5] El cuadro de seguimiento es del año 2005. No disponemos de datos consistentes para hacer un cuadro comparativo mas reciente.

miércoles, 14 de julio de 2010

El Proteccionismo no es el camino

En la actualidad existen dos tipos de políticas económicas, estamos hablando del Liberalismo económico y el Proteccionismo.

El liberalismo económico es el componente económico del liberalismo clásico. Se trata de una filosofía económica que apoya y promueve la economía del laissez-faire (dejar hacer). Los partidarios del liberalismo económico creen que la libertad política y libertad social son inseparables de la libertad económica, y utilizan argumentos filosóficos promocionando la libertad para justificar el liberalismo económico y el libre mercado. Se opone a la intervención del gobierno en el mercado libre, apoya en su totalidad al libre comercio y la competencia contrastando con el mercantilismo, el keynesianismo y el socialismo.

Por otro lado tenemos el Proteccionismo el cual a diferencia del Liberalismo es una política económica que restringe el comercio entre los Estados, a través de métodos tales como los aranceles sobre las mercancías importadas, las cuotas restrictivas, y una variedad de otras regulaciones del gobierno diseñado para desalentar las importaciones y evitar la toma de control exterior de los mercados internos y las empresas.

Esta política está estrechamente alineada con la anti-globalización, y contrasta con el libre comercio, donde las barreras gubernamentales al comercio y movimiento de capitales se mantienen al mínimo. El término se utiliza sobre todo en el contexto de la economía, donde el proteccionismo se refiere a las políticas o doctrinas que protegen a las empresas y los trabajadores dentro de un país por restringir o regular el comercio con las naciones extranjeras.

Hoy en día la economía se mueve a un ritmo mucho más acelerado, las naciones que en lugar de abrir sus puertas al libre comercio imponen grandes barreras arancelarias y aplican medidas proteccionistas extremas corren el riesgo de quedar aislados del resto del mundo condenando a sus ciudadanos al atraso y la pobreza.

Los opositores del libre comercio suelen argumentar que la teoría de la ventaja comparativa para el libre comercio ha perdido su legitimidad en un mundo globalmente integrado en la que los capitales son libres de moverse a nivel internacional. Herman Daly, una voz destacada en la disciplina de la economía ecológica, hace hincapié en que, si bien la teoría de Ricardo de la ventaja comparativa es una de las teorías más sólidas de la economía, su aplicación hasta la actualidad es ilógica: "La libre movilidad de capitales elimina la teoría de la ventaja comparativa de Ricardo puesto que esta alegación se basa explícita y esencialmente sobre el capital (y otros factores). En la nueva economía global, el capital tiende simplemente a fluir hacia donde los costes sean más bajos, es decir, para perseguir la ventaja absoluta ". Los críticos del Proteccionismo argumentan que este perjudica a la gente que pretende ayudar, a raíz de esto muchos economistas tradicionales prefieren apoyar el libre comercio. La teoría económica, en virtud del principio de ventaja comparativa, muestra que los beneficios del libre comercio superan ampliamente las pérdidas, debido en gran parte a que el libre comercio genera más empleos de los que elimina, ya que permite a los países especializarse en la producción de bienes y servicios en los que tienen una ventaja comparativa. Según el economista Stephen P. Magee, los beneficios del libre comercio son mayores que las pérdidas hasta en un 100 a 1.

La mayoría de los economistas, incluyendo a Milton Friedman y Paul Krugman, consideran que el libre comercio ayuda a los trabajadores en los países en desarrollo, aunque no estén sujetos a las estrictas normas de salud y laborales de los países desarrollados. Esto es porque "el crecimiento de la producción - y de la miríada de otros trabajos que el sector de exportación crea - tiene un efecto multiplicador en toda la economía", que fomenta la competencia entre los productores, el aumento de los salarios y como consecuencia la mejora de las condiciones de vida.

Estos economistas han sugerido que los que apoyan el proteccionismo aparentemente para favorecer los intereses de los trabajadores del tercer mundo en realidad sólo tratan de proteger los empleos en los países desarrollados. Además, los trabajadores en el tercer mundo sólo aceptan puestos de trabajo si son los mejores que se ofrecen, el hecho que acepten trabajos mal remunerados de las empresas del primer mundo demuestra que las perspectivas de empleo en sus países son peores.

Alan Greenspan, ex presidente de la Reserva Federal norteamericana, ha criticado las propuestas proteccionistas ya que según él estas llevan "a una atrofia de nuestra capacidad competitiva. Si seguimos la ruta de los proteccionistas las industrias más eficientes tendrán menos posibilidades de expandirse por ende la producción en general y el bienestar económico sufrirán las consecuencias. "

Existe un gran número de ejemplos que muestran como las economías más exitosas de hoy en día son precisamente las economías más abiertas y las más aisladas son aquellas economías que implementan medidas proteccionistas. Un buen ejemplo de los beneficios del liberalismo económico sería Corea del Sur, este país es conocido como el mayor de los cuatro tigres asiáticos, la economía de Corea del Sur es la cuarta más grande en Asia.

En 2009, Corea del Sur superó el Reino Unido, Rusia y Canadá para convertirse en el octavo mayor exportador del mundo. Corea del Sur es un importante socio comercial de las economías más grandes del mundo es el tercer mayor socio comercial de China y Japón, el séptimo socio comercial más grande de los Estados Unidos y el octavo mayor socio comercial de la Unión Europea.

Por otro lado está Corea del Norte una de las economías más aisladas del mundo cuyo sistema económico proteccionista y centralista ha detenido el crecimiento económico de esta nación condenando a sus ciudadanos a la pobreza y al racionamiento de alimentos y energía eléctrica.

El proteccionismo, lejos de ayudar a las naciones a desarrollarse, las condena al atraso y la pobreza y los argumentos antes planteados lo evidencian. Si bien es una reacción natural el hecho de proteger intereses económicos inmediatos cuando parecen amenazados a corto plazo sin pensar en las consecuencias a largo plazo.

El liberalismo económico apoyado sobre una sólida base institucional, una inversión previa en una estructura económica capaz de competir y que tenga en cuenta los sectores que sufren un impacto negativo, generará un mayor nivel de vida y el desarrollo de todas las naciones.


Alberto Espinosa

Estudiante de Relaciones Internacionales




Ian Adams, Political Ideology Today (Manchester: Manchester University Press, 2001), 20.

Bhagwati, Jagdish. "CEE:Protectionism". Concise Encyclopedia of Economics. Library of Economics and Liberty. 2008-09-06.

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Welcome to North Korea. Rule No. 1: Obey all rules, Steve Knipp,