En El Arte de la Guerra, Sun Tzu escribe que
es mejor conquistar un estado intacto que destruirlo; que la excelencia no
consiste en ganar todas las batallas, sino en derrotar al enemigo; y que el
estratega astuto derrota al enemigo sin pelear. La conquista exitosa es un
proceso sutil, paciente, y silencioso que envuelve al enemigo hasta que, cuando
se da cuenta, ya es demasiado tarde.
En el campo de la política económica la
conquista se manifiesta en el control de la comunicación, de los grupos de
decisión y, sobre todo, del diseño de las reglas. Los grandes cambios
legislativos suelen tener lugar tras una crisis, cuando los políticos, y los
gobiernos, prometen que nunca más sucederá algo similar. La clave es la
definición de “similar”, es decir, la narrativa de la crisis. El grupo que
controla la narrativa controla el poder. La narrativa determina el futuro. Esto
ocurre en todas partes. En EE UU, la narrativa del Partido Republicano tras la
crisis del 2007, con dominio del congreso, se concentró en el peligro de la
deuda pública, los errores de la Reserva Federal, y la necesidad de regular el
sistema financiero. De ahí el secuestro fiscal (el proceso que derivó en el
cierre del Gobierno, la amenaza del impago de la deuda, y una excesiva
contracción fiscal); las iniciativas de auditar la Reserva Federal y obligarla
a que use la “Regla de Taylor” (una fórmula que determina el tipo de interés en
función del nivel de inflación y de desempleo); y la legislación Dodd-Frank que
ha endurecido de manera significativa (exagerada según muchos expertos) la
regulación financiera y recortado la capacidad de la Reserva Federal de
gestionar crisis futuras.
En Europa, el diseño de las reglas como
vehículo de ejercicio del poder es todavía mas intenso. Los ejemplos son
múltiples, y van todos en la misma dirección: acomodar Europa a las necesidades
alemanas. Alemania tiene una economía muy distinta de la de la zona euro, tanto
cíclica como estructuralmente. Su economía languidecía recuperándose del
impacto de la unificación mientras el resto de la zona euro gozaba del boom del
euro, y por eso llego a la crisis del 2007 con menos desequilibrios que el resto.
Un azar histórico que le permitió enfrentarse a la crisis con más margen de
maniobra. Aun así, su sistema bancario tuvo que ser rescatado, y Alemania hoy
es el país de la zona euro con mayor volumen de garantías públicas en el
sistema bancario. Gracias a este decalage cíclico, y a unos tipos de interés
bajísimos durante la crisis, Alemania goza ahora de un boom económico. Además,
estructuralmente es una economía muy distinta al resto. Una alta tasa de
ahorro, un enorme superávit por cuenta corriente, un sistema bancario dominado
por los bancos públicos locales y regionales, una tasa bajísima de propiedad de
vivienda.
Estas diferencias implican que lo que
conviene a Alemania cada vez conviene menos a la zona euro. Múltiples
decisiones adoptadas en los últimos años revelan esta divergencia. La decisión
de no mutualizar la resolución del problema bancario, de introducir el riesgo
de impago de la deuda soberana, de diseñar la expansión cuantitativa del BCE en
base a la cuota de capital de cada país en el BCE y de no mutualizar las
posibles pérdidas, de obligar a que los rescates bancarios que necesiten dinero
público generen perdidas a los tenedores de bonos de los bancos. Todas ellas
decisiones compatibles con la economía y la política alemana pero que han tenido
consecuencias negativas en el resto de la zona euro.
El proceso continúa. Argumentando que los
bonos soberanos son activos con riesgo, la unión europea, debate la imposición
de requerimientos de capital a las tenencias de bonos soberanos de los bancos. Estos
requerimientos serían proporcionales al riesgo de los bonos, lo cual generaría
un pernicioso efecto procíclico en el sector financiero y aumentaría la
probabilidad de retroalimentación de las crisis. Además, se quiere limitar las
tenencias de bonos de cada país a un 25% del capital de cada banco, lo cual
generaría ventas masivas de deuda pública. En ambos casos el impacto sería
especialmente negativo para los países actualmente mas frágiles, perpetuando
las diferencias. Una alternativa sería que todos los bonos tuvieran el mismo
requerimiento de capital. Pero eso afectaría de manera negativa a los bonos
alemanes y a la frágil banca alemana. Ya veremos cómo acaba.
Ninguna de las reglas adoptadas en los
últimos años afectaban a la economía alemana —o se adoptaron una vez que
Alemania había resuelto sus problemas (como la condición de aplicar pérdidas a
los bonos bancarios en caso de ayudas públicas)—, o se le han otorgado
excepciones (como no incluir su enorme sector bancario público en la
supervisión europea). Alemania está conquistando Europa a base de reglas y de
argumentos morales que, aunque puedan ser conceptualmente correctos, no lo son
en la frágil situación actual. La crisis del sector bancario italiano es la
víctima más reciente. La regla que obliga a aplicar pérdidas a bonos bancarios
que se vendieron como si fueran depósitos seguros es políticamente explosiva,
ha retrasado la gestión de los problemas de la banca italiana, y puede
desencadenar una crisis financiera. La gestión de la crisis de los refugiados
obedece al mismo patrón.
La amenaza de expulsar a Grecia de Schengen
se basa en un informe técnico, pero tiene su origen en los tremendos problemas
políticos que la crisis migratoria está generando en Alemania. El
enfrentamiento del primer ministro italiano Renzi con la Unión Europea no es
una casualidad. Es la rebelión a la estrategia envolvente de germanización de
Europa, cuyo coste está empezando a ser excesivo. El excanciller alemán Helmut
Schmidt, en dos discursos en 2011, ya alertó de la necesidad de contener este
avance silencioso alemán. Pero la estrategia de Renzi de confrontación ruidosa
y unilateral no es adecuada. Hay que generar un debate con argumentos
intelectuales sólidos, no con lamentos electoralistas o populistas.
Ante el moralismo del ordoliberalismo alemán
hay que defender las virtudes de una política keynesiana de apoyo al
crecimiento potencial, necesaria en un momento de insuficiencia de demanda,
entroncada en una política fiscal común que convierta a la zona euro en una verdadera
unión monetaria. Las reformas son necesarias pero no suficientes. La política
monetaria ha sido muy efectiva, pero no es suficiente. Hay que re-equilibrar la
estrategia actual europea de reducción de riesgo y defaults. La disciplina debe
venir acompañada de solidaridad. Más de los mismo ya no sirve. Si el único
argumento que queda para mantener la zona euro es el elevado coste de
disolverla, tenemos un problema muy serio.
Ángel Ubide es Senior Fellow del Peterson
Institute for International Economics