Dos nuevos estudios muestran, una vez más, la
magnitud del problema de la desigualdad que azota a Estados Unidos. El primero,
el informe anual sobre ingresos y pobreza, emitido por la Oficina del Censo de
Estados Unidos, muestra que, a pesar de la supuesta recuperación de la economía
desde la Gran Recesión, los ingresos de los estadounidenses comunes continúan
estancados. El ingreso promedio de los hogares, ajustado a la inflación, se
mantiene por debajo del nivel de hace un cuarto de siglo.
Antes se pensaba que la mayor fortaleza de
Estados Unidos no era su poder militar, sino un sistema económico que era la
envidia del mundo. Sin embargo, ¿por qué otros buscarían emular un modelo
económico mediante el cual una gran parte —incluso una mayoría— de la población
ha visto que sus ingresos se estancan mientras que los ingresos de los ubicados
en la parte superior de la distribución de ingresos se disparan al alza?
Un segundo estudio, el Informe sobre
Desarrollo Humano 2014 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo,
corrobora estos hallazgos. Cada año, el PNUD publica una clasificación de
países según su índice de desarrollo humano (IDH), el cual incorpora otras
dimensiones del bienestar además del ingreso, que incluyen las relacionadas a
la salud y educación.
EE UU, según el IDH, ocupa el quinto lugar en
el mundo y se encuentra por debajo de Noruega, Australia, Suiza y los Países
Bajos. No obstante, cuando su puntuación se ajusta por el factor desigualdad,
esta cae 23 puntos —uno los más grandes descensos de ese tipo entre los países
altamente desarrollado. De hecho, EE UU cae por debajo de Grecia y Eslovaquia,
países que las personas normalmente no consideran como modelos a seguir o como
competidores de EE UU en la disputa por los primeros puestos en las tablas de
clasificación.
La movilidad descendente es una amenaza real,
mientras que la movilidad ascendente es limitada
El informe del PNUD hace hincapié en otro
aspecto del desempeño social: la vulnerabilidad. Señala que, si bien muchos
países lograron sacar a las personas de la pobreza, la vida de muchas de esas
personas continúa siendo precaria. Una pequeña vicisitud —por ejemplo, una
enfermedad en la familia— puede empujarlas nuevamente a la indigencia. La
movilidad descendente es una amenaza real, mientras que la movilidad ascendente
es limitada.
En Estados Unidos la movilidad ascendente es
más un mito que una realidad, mientras que la movilidad descendente y la
vulnerabilidad es una experiencia ampliamente compartida. Esto se debe, en
parte, al sistema de atención de salud de Estados Unidos, el cual continúa
dejando a los estadounidenses pobres en una situación precaria, a pesar de las
reformas del presidente Barack Obama.
Aquellos en la parte inferior se encuentran
sólo a pocos pasos de la quiebra, enfrentando todo lo que esto implica. Con
frecuencia, es suficiente que sufran una enfermedad, divorcio o pérdida del
empleo para que se vean empujados al abismo.
La Ley de Protección al Paciente y Cuidado de
Salud Asequible de 2010 (también llamada Obamacare) tenía la intención de
desahogar estas amenazas —y hay fuertes indicios que señalan que esta ley sí se
encuentra de camino a reducir significativamente el número de estadounidenses
sin seguro médico. Sin embargo, y en parte debido a un fallo de la Corte
Suprema y a la obstinación de los gobernadores y legisladores republicanos, que
en dos docenas de Estados de EE UU se han negado a ampliar Medicaid (seguro
para los pobres) —a pesar de que el Gobierno federal paga casi la totalidad de
la factura— 41 millones de estadounidenses permanecen sin seguro de enfermedad.
Cuando la desigualdad económica se traduce en desigualdad política —tal como ha
sucedido en muchas regiones de EE UU—, los gobiernos prestan poca atención a
las necesidades de aquellos en los estratos inferiores.
Ni el producto interior bruto (PIB) ni el IDH
reflejan cambios en el transcurso del tiempo o las diferencias entre países en
cuanto a la vulnerabilidad. No obstante, en Estados Unidos y en otros lugares
se ha mostrado una marcada disminución de la seguridad del empleo. Aquellos con
un trabajo se preocupan sobre si van a ser capaces de mantenerlos, mientras que
los desempleados se preocupan sobre si van a conseguir trabajar .
La reciente crisis económica aniquiló la
riqueza de mucha gente. En EE UU, incluso después de la recuperación del
mercado de valores, la mediana de la riqueza cayó más del 40% desde el año 2007
al 2013. Eso significa que muchas de las personas mayores y aquellas que se
acercan a la jubilación se preocupan sobre sus niveles de vida. Millones de
estadounidenses han perdido sus viviendas y millones de personas más se
enfrentan a la inseguridad de saber que pueden perder las suyas en el futuro.
Tradicionalmente, Europa ha entendido la importancia
de abordar la vulnerabilidad, pero la austeridad ha hecho crecer de una manera
sin precedentes
Estas inseguridades se suman a las que
durante mucho tiempo han enfrentado los estadounidenses. En las zonas urbanas
centrales marginadas del país miles de jóvenes hispanos y afroamericanos se
enfrentan a la inseguridad de una policía y un sistema judicial que son
disfuncionales e injustos; cruzarse en el camino de un oficial de policía que
tuvo una mala noche puede llevar a una pena de prisión injustificada, o incluso
a peores situaciones.
Tradicionalmente, Europa ha entendido la
importancia de abordar la vulnerabilidad mediante el suministro de un sistema
de protección social. Los europeos han reconocido que un buen sistema de
protección social puede incluso conducir a un mejor desempeño económico en
general, debido a que los individuos están más dispuestos a asumir riesgos que
conducen a un mayor crecimiento económico.
No obstante, en muchas partes de Europa, en
la actualidad, la alta tasa de paro (12% en promedio, y del 25% en los países
más afectados), junto con los recortes en la protección social que fueron
inducidos por la austeridad, se han traducido en un aumento sin precedentes en
la vulnerabilidad. Esto implica que la caída del bienestar de la sociedad puede
ser mucho mayor a la disminución que muestran la medición convencional del PIB
—cifras que por sí solas ya son bastante sombrías, debido a que la mayoría de los
países publican ingresos reales per cápita (ajustados a la inflación) que son
menores en la actualidad que aquellos que mostraban antes de la crisis—. Es
decir, que se ha perdido un lustro.
El informe emitido por la Comisión
Internacional para la Medición del Desempeño Económico y el Progreso Social
(que presidí) hizo hincapié en que el PIB no es una buena medida para mostrar
cuán bien se desempeña la economía. Los informes del Censo de EE UU y del PNUD
nos recuerdan la importancia de esta percepción. Ya se ha sacrificado demasiado
en el altar del fetichismo del PIB.
Independientemente de cuán rápido crece el
PIB, un sistema económico que no puede brindar ganancias a la mayoría de sus
ciudadanos y en el cual una proporción creciente de la población se enfrenta a
una inseguridad cada vez mayor es, fundamentalmente, un sistema económico
fracasado. Y algunas las políticas, como las de la austeridad, que aumentan la
inseguridad y conducen a ingresos y nivel de vida menores a grandes segmentos
de la población son, fundamentalmente, políticas erróneas.
Joseph E. Stiglitz es premio Nobel de
Economía y profesor en la Universidad de Columbia.
Su libro más reciente, en
coautoría con Bruce Greenwald, es Creating a Learning Society: A New Approach
to Growth, Development, and Social Progress.
© Project Syndicate, 2014.
Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.