La flexibilización del límite de déficit para 2012 que previsiblemente aprobará este miércoles el Ecofin no resuelve los problemas de España. Nuestro país afronta un reto nacional que va mucho más allá de la reducción del déficit. Un modelo de crecimiento se ha agotado y aún no ha surgido otro que lo reemplace. Enfrentarse a esta tormenta nunca hubiese sido fácil, pero la actual coyuntura lo hace titánico. En realidad, no vivimos una crisis sino una convergencia de crisis que se retroalimentan. Un agotamiento de nuestro modelo de crecimiento, dentro de una recesión económica internacional, que ha catalizado la primera gran crisis del euro; todo ello envuelto en un gran cambio geopolítico, sin el cual no se puede comprender lo que nos está pasando.
De hecho, la crisis tuvo su origen en tres fenómenos directamente relacionados con este cambio geopolítico y sus efectos en la globalización económica: desequilibrios macroeconómicos globales, que hicieron posible las burbujas de crédito y de precios de activos, especialmente inmobiliarios; la globalización financiera, que generó ingentes y desestabilizadores flujos financieros mundiales e incitó a la desregulación financiera al limitar la capacidad de acción de los Estados; y un estancamiento de las rentas salariales que empujó a muchos a tener que recurrir al crédito.
La crisis ha acelerado otras tendencias que ya estaban en marcha y que la agravan, como el desplazamiento del poder económico y riqueza a Asia o la creación de un orden monetario multidivisa. Países que representan a tres quintos de la población mundial se están incorporando al sistema económico global, lo que va a generar inevitablemente dislocaciones económicas y sociales cuya verdadera magnitud no estamos sino empezando a atisbar.
En suma, España afronta, no una tormenta, sino un cambio climático y nuestro país no tiene mimbres para hacer frente a este tsunami. La nuestra es una economía poco competitiva, caracterizada por una excesiva concentración en sectores de baja productividad y por una clase empresarial poco dinámica e innovadora. No tiene recursos naturales, ni ventajas competitivas en sectores de alto potencial de crecimiento y empleo. Padece de una escasa cultura de la competencia y un insano corporativismo, facilitados por una excesiva y perniciosa connivencia entre lo público y lo privado. La entrada en la UE, el euro y la inmigración permitieron estirar durante años este modelo económico. Pero esto se ha acabado; la enorme transformación económica que crea la eclosión de las economías emergentes implica reformarse o languidecer.
Y para ello ese esencial tomar conciencia de la gravedad de la situación y la necesidad de afrontar el reto colectivamente. Pues, si es cierto que el país ha dejado de funcionar, también lo es que todos hemos tenido responsabilidad en ello. Sin duda, mayor de las élites, y no sólo la política, sino también de las económicas, que han llevado al país al borde de la quiebra y no crearon una estructura económica dinámica basada en la innovación y la formación del capital humano. Pero también ha fallado la sociedad al no hacer responsables a estas élites de sus desmanes y haber vivido demasiado tiempo mirando hacia otro lado, disfrutando con cierta complacencia de nuestra supuesta riqueza. Ha habido en suma, un fallo de país y sólo su reconocimiento puede servir de base para afrontar la dura tarea colectiva que queda por delante.
.Por Ángel Pascual-Ramsay es Director of Global Risks en el ESADE
geo-Center for Global Economy and Geopolitics. Es autor, junto con Andrés Ortega, del libro ¿Qué nos ha pasado? El fallo de un país.
geo-Center for Global Economy and Geopolitics. Es autor, junto con Andrés Ortega, del libro ¿Qué nos ha pasado? El fallo de un país.