lunes, 27 de octubre de 2014

Crecimiento economico vs bienestar social


Dos nuevos estudios muestran, una vez más, la magnitud del problema de la desigualdad que azota a Estados Unidos. El primero, el informe anual sobre ingresos y pobreza, emitido por la Oficina del Censo de Estados Unidos, muestra que, a pesar de la supuesta recuperación de la economía desde la Gran Recesión, los ingresos de los estadounidenses comunes continúan estancados. El ingreso promedio de los hogares, ajustado a la inflación, se mantiene por debajo del nivel de hace un cuarto de siglo.

Antes se pensaba que la mayor fortaleza de Estados Unidos no era su poder militar, sino un sistema económico que era la envidia del mundo. Sin embargo, ¿por qué otros buscarían emular un modelo económico mediante el cual una gran parte —incluso una mayoría— de la población ha visto que sus ingresos se estancan mientras que los ingresos de los ubicados en la parte superior de la distribución de ingresos se disparan al alza?

Un segundo estudio, el Informe sobre Desarrollo Humano 2014 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, corrobora estos hallazgos. Cada año, el PNUD publica una clasificación de países según su índice de desarrollo humano (IDH), el cual incorpora otras dimensiones del bienestar además del ingreso, que incluyen las relacionadas a la salud y educación.

EE UU, según el IDH, ocupa el quinto lugar en el mundo y se encuentra por debajo de Noruega, Australia, Suiza y los Países Bajos. No obstante, cuando su puntuación se ajusta por el factor desigualdad, esta cae 23 puntos —uno los más grandes descensos de ese tipo entre los países altamente desarrollado. De hecho, EE UU cae por debajo de Grecia y Eslovaquia, países que las personas normalmente no consideran como modelos a seguir o como competidores de EE UU en la disputa por los primeros puestos en las tablas de clasificación.

La movilidad descendente es una amenaza real, mientras que la movilidad ascendente es limitada

El informe del PNUD hace hincapié en otro aspecto del desempeño social: la vulnerabilidad. Señala que, si bien muchos países lograron sacar a las personas de la pobreza, la vida de muchas de esas personas continúa siendo precaria. Una pequeña vicisitud —por ejemplo, una enfermedad en la familia— puede empujarlas nuevamente a la indigencia. La movilidad descendente es una amenaza real, mientras que la movilidad ascendente es limitada.

En Estados Unidos la movilidad ascendente es más un mito que una realidad, mientras que la movilidad descendente y la vulnerabilidad es una experiencia ampliamente compartida. Esto se debe, en parte, al sistema de atención de salud de Estados Unidos, el cual continúa dejando a los estadounidenses pobres en una situación precaria, a pesar de las reformas del presidente Barack Obama.

Aquellos en la parte inferior se encuentran sólo a pocos pasos de la quiebra, enfrentando todo lo que esto implica. Con frecuencia, es suficiente que sufran una enfermedad, divorcio o pérdida del empleo para que se vean empujados al abismo.

La Ley de Protección al Paciente y Cuidado de Salud Asequible de 2010 (también llamada Obamacare) tenía la intención de desahogar estas amenazas —y hay fuertes indicios que señalan que esta ley sí se encuentra de camino a reducir significativamente el número de estadounidenses sin seguro médico. Sin embargo, y en parte debido a un fallo de la Corte Suprema y a la obstinación de los gobernadores y legisladores republicanos, que en dos docenas de Estados de EE UU se han negado a ampliar Medicaid (seguro para los pobres) —a pesar de que el Gobierno federal paga casi la totalidad de la factura— 41 millones de estadounidenses permanecen sin seguro de enfermedad. Cuando la desigualdad económica se traduce en desigualdad política —tal como ha sucedido en muchas regiones de EE UU—, los gobiernos prestan poca atención a las necesidades de aquellos en los estratos inferiores.

Ni el producto interior bruto (PIB) ni el IDH reflejan cambios en el transcurso del tiempo o las diferencias entre países en cuanto a la vulnerabilidad. No obstante, en Estados Unidos y en otros lugares se ha mostrado una marcada disminución de la seguridad del empleo. Aquellos con un trabajo se preocupan sobre si van a ser capaces de mantenerlos, mientras que los desempleados se preocupan sobre si van a conseguir trabajar .

La reciente crisis económica aniquiló la riqueza de mucha gente. En EE UU, incluso después de la recuperación del mercado de valores, la mediana de la riqueza cayó más del 40% desde el año 2007 al 2013. Eso significa que muchas de las personas mayores y aquellas que se acercan a la jubilación se preocupan sobre sus niveles de vida. Millones de estadounidenses han perdido sus viviendas y millones de personas más se enfrentan a la inseguridad de saber que pueden perder las suyas en el futuro.

Tradicionalmente, Europa ha entendido la importancia de abordar la vulnerabilidad, pero la austeridad ha hecho crecer de una manera sin precedentes

Estas inseguridades se suman a las que durante mucho tiempo han enfrentado los estadounidenses. En las zonas urbanas centrales marginadas del país miles de jóvenes hispanos y afroamericanos se enfrentan a la inseguridad de una policía y un sistema judicial que son disfuncionales e injustos; cruzarse en el camino de un oficial de policía que tuvo una mala noche puede llevar a una pena de prisión injustificada, o incluso a peores situaciones.

Tradicionalmente, Europa ha entendido la importancia de abordar la vulnerabilidad mediante el suministro de un sistema de protección social. Los europeos han reconocido que un buen sistema de protección social puede incluso conducir a un mejor desempeño económico en general, debido a que los individuos están más dispuestos a asumir riesgos que conducen a un mayor crecimiento económico.

No obstante, en muchas partes de Europa, en la actualidad, la alta tasa de paro (12% en promedio, y del 25% en los países más afectados), junto con los recortes en la protección social que fueron inducidos por la austeridad, se han traducido en un aumento sin precedentes en la vulnerabilidad. Esto implica que la caída del bienestar de la sociedad puede ser mucho mayor a la disminución que muestran la medición convencional del PIB —cifras que por sí solas ya son bastante sombrías, debido a que la mayoría de los países publican ingresos reales per cápita (ajustados a la inflación) que son menores en la actualidad que aquellos que mostraban antes de la crisis—. Es decir, que se ha perdido un lustro.
El informe emitido por la Comisión Internacional para la Medición del Desempeño Económico y el Progreso Social (que presidí) hizo hincapié en que el PIB no es una buena medida para mostrar cuán bien se desempeña la economía. Los informes del Censo de EE UU y del PNUD nos recuerdan la importancia de esta percepción. Ya se ha sacrificado demasiado en el altar del fetichismo del PIB.
Independientemente de cuán rápido crece el PIB, un sistema económico que no puede brindar ganancias a la mayoría de sus ciudadanos y en el cual una proporción creciente de la población se enfrenta a una inseguridad cada vez mayor es, fundamentalmente, un sistema económico fracasado. Y algunas las políticas, como las de la austeridad, que aumentan la inseguridad y conducen a ingresos y nivel de vida menores a grandes segmentos de la población son, fundamentalmente, políticas erróneas.

 

Joseph E. Stiglitz es premio Nobel de Economía y profesor en la Universidad de Columbia.

Su libro más reciente, en coautoría con Bruce Greenwald, es Creating a Learning Society: A New Approach to Growth, Development, and Social Progress.

 

© Project Syndicate, 2014.

 

Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.

viernes, 17 de octubre de 2014

Inequality: theory and practice

 article on inequality....


LAGUNA BEACH – There were quite a few disconnects at the recently concluded Annual Meetings of the International Monetary Fund and World Bank. Among the most striking was the disparity between participants’ interest in discussions of inequality and the ongoing lack of a formal action plan for governments to address it. This represents a profound failure of policy imagination – one that must urgently be addressed.
There is good reason for the spike in interest. While inequality has decreased across countries, it has increased within them, in the advanced and developing worlds alike. The process has been driven by a combination of secular and structural issues – including the changing nature of technological advancement, the rise of “winner-take-all” investment characteristics, and political systems favoring the wealthy – and has been turbocharged by cyclical forces.
In the developed world, the problem is rooted in unprecedented political polarization, which has impeded comprehensive responses and placed an excessive policy burden on central banks. Though monetary authorities enjoy more political autonomy than other policymaking bodies, they lack the needed tools to address effectively the challenges that their countries face.
In normal times, fiscal policy would support monetary policy, including by playing a redistributive role. But these are not normal times. With political gridlock blocking an appropriate fiscal response – after 2008, the United States Congress did not pass an annual budget, a basic component of responsible economic governance, for five years – central banks have been forced to bolster economies artificially. To do so, they have relied on near-zero interest rates and unconventional measures like quantitative easing to stimulate growth and job creation.
Beyond being incomplete, this approach implicitly favors the wealthy, who hold a disproportionately large share of financial assets. Meanwhile, companies have become increasingly aggressive in their efforts to reduce their tax bills, including through so-called inversions, by which they move their headquarters to lower-tax jurisdictions.
As a result, most countries face a trio of inequalities – of income, wealth, and opportunity – which, left unchecked, reinforce one another, with far-reaching consequences. Indeed, beyond this trio’s moral, social, and political implications lies a serious economic concern: instead of creating incentives for hard work and innovation, inequality begins to undermine economic dynamism, investment, employment, and prosperity.
Given that affluent households spend a smaller share of their incomes and wealth, greater inequality translates into lower overall consumption, thereby hindering the recovery of economies already burdened by inadequate aggregate demand. Today’s high levels of inequality also impede the structural reforms needed to boost productivity, while undermining efforts to address residual pockets of excessive indebtedness.
This is a dangerous combination that erodes social cohesion, political effectiveness, current GDP growth, and future economic potential. That is why it is so disappointing that, despite heightened awareness of inequality, the IMF/World Bank meetings – a gathering of thousands of policymakers, private-sector participants, and journalists, which included seminars on inequality in advanced countries and developing regions alike – failed to make a consequential impact on the policy agenda.
Policymakers seem convinced that the time is not right for a meaningful initiative to address inequality of income, wealth, and opportunity. But waiting will only make the problem more difficult to resolve.
In fact, a number of steps can and should be taken to stem the rise in inequality. In the US, for example, sustained political determination would help to close massive loopholes in estate planning and inheritance, as well as in household and corporate taxation, that disproportionately benefit the wealthy.
Likewise, there is scope for removing the antiquated practice of taxing hedge and private-equity funds’ “carried interest” at a preferential rate. The way home ownership is taxed and subsidized could be reformed more significantly, especially at the top price levels. And a strong case has been made for raising the minimum wage.
To be sure, such measures will make only a dent in inequality, albeit an important and visible one. In order to deepen their impact, a more comprehensive macroeconomic policy stance is needed, with the explicit goal of reinvigorating and redesigning structural-reform efforts, boosting aggregate demand, and eliminating debt overhangs. Such an approach would reduce the enormous policy burden currently borne by central banks.
It is time for heightened global attention to inequality to translate into concerted action. Some initiatives would tackle inequality directly; others would defuse some of the forces that drive it. Together, they would go a long way toward mitigating a serious impediment to the economic and social wellbeing of current and future generations.

Read more at http://www.project-syndicate.org/commentary/imf-world-bank-annual-meetings-and-inequality-by-mohamed-a--el-erian-2014-10#BZkarHF2oS5dlCi0.99

sábado, 11 de octubre de 2014

Where economic policy is taken Europe?

Unfortunately, Krugman´s analysis continue to be right based in the evidence of Europe economic performance.......

Anyone who works in international monetary economics is familiar with Dornbusch’s Law:
The crisis takes a much longer time coming than you think, and then it happens much faster than you would have thought.
And so it is with the latest euro crisis. Not that long ago the austerians who had dictated macro policy in the euro area were strutting around, proclaiming victory on the basis of a modest uptick in growth. Then inflation plunged and the eurozone economy began to sputter — and perhaps more important, everyone looked at the fundamentals again and realized that the situation remainsextremely dire.
Now, things looked very dire in the summer of 2012, too, and Mario Draghi pulled Europe back from the brink. And maybe, just maybe, he can do it again. But the task looks much harder.
In 2012, the problem was very high borrowing costs in the periphery — which we now know were driven more by liquidity issues than solvency concerns. That is, the markets basically feared that Spain or Italy might default in the near term because they would literally run out of money — and market fears threatened to turn into a self-fulfilling prophecy. And all it took to defuse that crisis was three words: “Whatever it takes”. Once the prospect of a cash shortage was taken off the table, the panic quickly subsided, and at this point both Spain and Italy have historically low borrowing costs.
What’s happening now, however, is very different. It’s a slower-motion crisis, involving the euro area as a whole, which is sliding into a deflationary trap with the ECB already essentially at the zero lower bound. Draghi can try to get traction through quantitative easing, but it’s by no means clear that this could do the trick even under the best of circumstances — and in reality he faces severe political constraints on what he can do.
What strikes me, also, is the extent of intellectual confusion that remains. Germany still seems determined to regard the whole thing as the wages of fiscal irresponsibility, which not only rules out effective fiscal stimulus but hobbles QE, since it’s anathema for them to consider buying government debt.
And it’s remarkable, too, how the logic of the liquidity trap remains elusive even after six years — six years! — at the zero lower bound. Not the worst example, but I read Reza Moghadam today:
Wages and other labour costs are simply too high, even by the standards of rich countries, let alone emerging markets competitors.
Augh! If it’s external competitiveness you’re worried about, depreciating the euro is what you want, not wage cuts. And cutting wages in a liquidity-trap economy almost surely deepens the slump. How can this not be part of what everyone understands by now?
Europe has surprised many people, myself included, with its resilience. And I do think the Draghi-era ECB has become a major source of strength. But I (and others I talk to) are having an ever harder time seeing how this ends — or rather, how it ends non-catastrophically. You may find a story in which Marine Le Pen takes France out of both the euro and the EU implausible; but what’s your scenario?
http://krugman.blogs.nytimes.com