miércoles, 26 de octubre de 2011

Cuando la austeridad fiscal falla para resolver la crisis

A menudo me quejo, con razón, sobre el estado del debate económico en Estados Unidos. Y la irresponsabilidad de algunos políticos -como los republicanos que afirman que el impago de la deuda de Estados Unidos no sería gran cosa- da miedo.

España sufre en los mercados por la crisis griega y la resaca electoral
Los sindicatos responden con otra huelga general a los nuevos recortes en Grecia
Grecia, Irlanda y Portugal no pueden y no pagarán todas sus deudas, aunque España podría arreglárselas
Pero al menos en EE UU los fanáticos del dolor, aquellos que sostienen que subir los tipos de interés y recortar el gasto público ante el desempleo masivo mejorará de alguna manera las cosas en lugar de empeorarlas, se topan con alguna resistencia de la Reserva Federal y del Gobierno de Obama.

En Europa, por el contrario, los fanáticos del dolor han estado al mando más de un año, insistiendo en que el dinero prudente y el equilibrio presupuestario son la respuesta a todos los problemas. Detrás de esta insistencia ha habido fantasías económicas, en particular la creencia en el hada de la confianza, es decir, la creencia en que recortar el gasto en realidad va a crear puestos de trabajo, porque la austeridad fiscal mejorará la confianza del sector privado.

Por desgracia, el hada de la confianza sigue negándose a hacer acto de presencia. Y la disputa sobre cómo manejar la incómoda realidad amenaza con convertir a Europa en el epicentro de una nueva crisis financiera.

Tras la creación del euro en 1999, los países europeos que habían sido considerados de riesgo, y que por ello se topaban con límites a la cantidad que podían pedir prestada, comenzaron a experimentar enormes entradas de capital. Después de todo, pensaron aparentemente los inversores, Grecia / Portugal / Irlanda / España eran miembros de una unión monetaria europea, así que ¿qué podía salir mal?

La respuesta a esa pregunta es ahora, por supuesto, dolorosamente evidente. El Gobierno de Grecia, al verse a sí mismo capaz de endeudarse a tipos ligeramente superiores a los de Alemania, asumió demasiada deuda. Los Gobiernos de Irlanda y España no lo hicieron (Portugal está en un punto intermedio), pero sus bancos sí, y cuando la burbuja estalló, los contribuyentes se encontraron atrapados por las deudas bancarias. El problema se agravó por el hecho de que el auge de 1999 a 2007 dejó los precios y los costes en los países deudores lejos de los de sus vecinos.

¿Qué hacer? Los líderes europeos ofrecen préstamos de emergencia a las naciones en crisis, pero solo a cambio de promesas de imponer programas de austeridad salvaje, principalmente con enormes recortes de gastos. Las objeciones acerca de que estos programas se autodestruyen -no solo causan un gran daño directo, sino que también podrían, por el empeoramiento de la crisis económica, reducir los ingresos- se descartaron por las buenas. La austeridad en realidad sería expansiva, se afirmó, ya que mejoraría la confianza.

Nadie hizo tan suya la doctrina de la austeridad expansiva que Jean-Claude Trichet, el presidente del Banco Central Europeo (BCE). Bajo su dirección, el banco comenzó a predicar la austeridad como un elixir económico universal que debe imponerse inmediatamente en todas partes, incluso en países como Reino Unido y Estados Unidos que todavía tienen un desempleo elevado y no se enfrentan a presión alguna de los mercados financieros.

Pero como he dicho, el hada de la confianza no se ha presentado. Los países europeos con problemas de deuda están, como deberíamos haber esperado, sufriendo un mayor deterioro económico gracias a los programas de austeridad, y la confianza se está hundiendo en vez de aumentar. Ahora está claro que Grecia, Irlanda y Portugal no pueden y no pagarán sus deudas en su totalidad, aunque España podría arreglárselas para aguantar.

Siendo realistas, pues, Europa tiene que prepararse para algún tipo de reducción de la deuda, que implique una combinación de ayuda de las economías más fuertes y quitas aplicadas a los acreedores privados, que tendrán que aceptar menos que el reembolso total. El realismo, sin embargo, parece andar escaso.

Por un lado, Alemania está adoptando una posición dura contra nada que se parezca a una ayuda a sus vecinos con problemas, a pesar de que una motivación importante para el actual programa de rescate fue el intento de proteger a los bancos alemanes de las pérdidas.

Por otro lado, el BCE está actuando como si estuviera decidido a provocar una crisis financiera. Ha empezado a subir los tipos de interés, a pesar de la terrible situación de muchas economías europeas. Y los funcionarios del Banco Central Europeo han advertido contra cualquier forma de reestructuración que alivie la deuda. De hecho, la semana pasada un miembro del consejo de gobierno sugirió que incluso una leve reestructuración de los bonos griegos haría que el BCE dejase de aceptar esos bonos como garantía de los préstamos a los bancos griegos. Esto equivalía a una declaración de que si Grecia busca aliviar su deuda, el BCE desenchufaría el sistema bancario griego, que depende de manera crucial de sus préstamos.

Si los bancos griegos se derrumban, eso bien podría obligar a Grecia a salir de la zona euro, y es muy fácil ver cómo podría empezar un dominó financiero en gran parte de Europa. Entonces, ¿en qué está pensando el BCE?

Intuyo que simplemente no está dispuesto a afrontar el fracaso de sus fantasías. Y si esto suena muy estúpido, bueno, ¿quién dijo que la sabiduría gobierna el mundo?

Paul Krugman es profesor de economía en Princeton y premio Nobel de 2008. © The New York Times, 2011.

La crisis del euro

LA CRISIS DEL EURO. PAUL KRUGMAN.

LA DEPRESIÓN MENOR. PUBLICADO EN EL PAÍS


Esta es una época interesante, y lo digo en el peor sentido de la palabra. Ahora mismo, estamos viendo no una sino dos crisis inminentes, cada una de las cuales podría provocar un desastre mundial. En Estados Unidos, los fanáticos de derechas del Congreso pueden bloquear un necesario aumento del tope de la deuda, lo que posiblemente haría estragos en los mercados financieros mundiales.


Mientras tanto, si el plan que acaban de pactar los jefes de Estado europeos no logra calmar los mercados, podríamos ver un efecto dominó por todo el sur de Europa, lo cual también haría estragos en los mercados financieros mundiales.


Solamente podemos esperar que los políticos congregados en Washington y Bruselas consigan esquivar estas amenazas. Pero hay una pega: aun cuando nos las arreglemos para evitar una catástrofe inmediata, los acuerdos que se están alcanzando a ambos lados del Atlántico van a empeorar la crisis económica casi con toda seguridad.


De hecho, los responsables políticos parecen decididos a perpetuar lo que he dado en llamar la Depresión Menor, el prolongado periodo de paro elevado que empezó con la Gran Recesión de 2007-2009 y que continúa hasta el día de hoy, más de dos años después de que la recesión supuestamente terminase.


Hablemos un momento sobre por qué nuestras economías están (todavía) tan deprimidas. La gran burbuja inmobiliaria de la década pasada, que fue un fenómeno tanto estadounidense como europeo, estuvo acompañada por un enorme aumento de la deuda familiar. Cuando la burbuja estalló, la construcción de viviendas cayó en picado, al igual que el gasto de los consumidores a medida que las familias cargadas de deudas hacían recortes.


Aun así, todo podría haber ido bien si otros importantes actores económicos hubiesen incrementado su gasto y llenado el hueco dejado por el desplome de la vivienda y el retroceso del consumo. Pero ninguno lo hizo. En concreto, las empresas que disponen de capital no ven motivos para invertir ese capital en un momento en el que la demanda de los consumidores es débil.


Los Gobiernos tampoco hicieron demasiado por ayudar. Algunos de ellos -los de los países más débiles de Europa y los Gobiernos estatales y locales de EE UU- se vieron de hecho obligados a recortar drásticamente el gasto ante la caída de los ingresos. Y los comedidos esfuerzos de los Gobiernos más fuertes -incluido, sí, el plan de estímulo de Obama- apenas bastaron, en el mejor de los casos, para compensar esta austeridad forzosa.


Así que tenemos unas economías deprimidas. ¿Qué proponen hacer al respecto los responsables políticos? Menos que nada. La desaparición del paro de la retórica política de la élite y su sustitución por el pánico al déficit han sido verdaderamente llamativas. No es una respuesta a la opinión pública. En un sondeo reciente de CBS News/The New York Times, el 53% de los ciudadanos mencionaba la economía y el empleo como los problemas más importantes a los que nos enfrentamos, mientras que solo el 7% mencionaba el déficit. Tampoco es una respuesta a la presión del mercado. Los tipos de interés de la deuda de EE UU siguen cerca de sus mínimos históricos.


Pero las conversaciones en Washington y Bruselas solo tratan sobre recortes del gasto (y puede que subidas de impuestos, es decir, revisiones). Esto es claramente cierto en el caso de las diversas propuestas que se están tanteando para resolver la crisis del tope de la deuda en Estados Unidos. Pero es igual de cierto en Europa.


El jueves, los "jefes de Estado y de Gobierno de la zona euro y las instituciones de la UE" -este trabalenguas da idea, por sí solo, de lo confuso que se ha vuelto el sistema de gobierno europeo- publicaban su gran declaración. No era tranquilizadora.


Para empezar, resulta difícil creer que la compleja y estrambótica ingeniería financiera que la declaración propone pueda resolver realmente la crisis griega, por no hablar de la crisis europea en general.


Pero, aunque así fuera, ¿qué pasará después? La declaración pide unas drásticas reducciones del déficit "en todos los países salvo en aquellos con un programa" que debe entrar en vigor "antes de 2013 como muy tarde". Dado que esos países "con un programa" se ven obligados a observar una estricta austeridad fiscal, esto equivale a un plan para que toda Europa reduzca drásticamente el gasto al mismo tiempo. Y no hay nada en los datos europeos que indique que el sector privado vaya a estar dispuesto a cargar con el muerto en menos de dos años.


Para aquellos que conocen la historia de la década de 1930, esto resulta demasiado familiar. Si alguna de las actuales negociaciones sobre la deuda fracasa, podríamos estar a punto de revivir 1931, el hundimiento bancario mundial que hizo grande la Gran Depresión. Pero si las negociaciones tienen éxito, estaremos listos para repetir el gran error de 1937: la vuelta prematura a la contracción fiscal que dio al traste con la recuperación económica y garantizó que la depresión se prolongase hasta que la II Guerra Mundial finalmente proporcionó el impulso que la economía necesitaba.


¿He mencionado que el Banco Central Europeo -aunque, afortunadamente, no la Reserva Federal- parece decidido a empeorar aún más las cosas subiendo los tipos de interés?


Hay una antigua cita, atribuida a distintas personas, que siempre me viene a la mente cuando observo la política pública: "No sabes, hijo mío, con qué poca sabiduría se gobierna el mundo". Ahora esa falta de sabiduría se pone plenamente de manifiesto, cuando las élites políticas de ambos lados del Atlántico malogran la respuesta al trauma económico haciendo caso omiso de las lecciones de la historia. Y la Depresión Menor continúa.


Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y premio Nobel 2008. © 2011. New York Times Service. Traducción de News Clips.

martes, 11 de octubre de 2011

Recuperacion Economica: algunas claves

Excelente articulo de Stiglitz sobre las claves para la recuperacion economica


As the economic slump that began in 2007 persists, the question on everyone’s minds is obvious: Why? Unless we have a better understanding of the causes of the crisis, we can’t implement an effective recovery strategy. And, so far, we have neither.

We were told that this was a financial crisis, so governments on both sides of the Atlantic focused on the banks. Stimulus programs were sold as being a temporary palliative, needed to bridge the gap until the financial sector recovered and private lending resumed. But, while bank profitability and bonuses have returned, lending has not recovered, despite record-low long- and short-term interest rates.

The banks claim that lending remains constrained by a shortage of creditworthy borrowers, owing to the sick economy. And key data indicate that they are at least partly right. After all, large enterprises are sitting on a few trillion dollars in cash, so money is not what is holding them back from investing and hiring. Some, perhaps many, small businesses are, however, in a very different position; strapped for funds, they can’t grow, and many are being forced to contract.

Still, overall, business investment – excluding construction – has returned to 10% of GDP (from 10.6% before the crisis). With so much excess capacity in real estate, confidence will not recover to its pre-crisis level anytime soon, regardless of what is done to the banking sector.

The financial sector’s inexcusable recklessness, given free rein by mindless deregulation, was the obvious precipitating factor of the crisis. The legacy of excess real-estate capacity and over-leveraged households makes recovery all the more difficult.

But the economy was very sick before the crisis; the housing bubble merely papered over its weaknesses. Without bubble-supported consumption, there would have been a massive shortfall in aggregate demand. Instead, the personal saving rate plunged to 1%, and the bottom 80% of Americans were spending, every year, roughly 110% of their income. Even if the financial sector were fully repaired, and even if these profligate Americans hadn’t learned a lesson about the importance of saving, their consumption would be limited to 100% of their income. So anyone who talks about the consumer “coming back” – even after deleveraging – is living in a fantasy world.

Fixing the financial sector was necessary for economic recovery, but far from sufficient. To understand what needs to be done, we have to understand the economy’s problems before the crisis hit.

First, America and the world were victims of their own success. Rapid productivity increases in manufacturing had outpaced growth in demand, which meant that manufacturing employment decreased. Labor had to shift to services.

The problem is analogous to that which arose at the beginning of the twentieth century, when rapid productivity growth in agriculture forced labor to move from rural areas to urban manufacturing centers. With a decline in farm income in excess of 50% from 1929 to 1932, one might have anticipated massive migration. But workers were “trapped” in the rural sector: they didn’t have the resources to move, and their declining incomes so weakened aggregate demand that urban/manufacturing unemployment soared.

For America and Europe, the need for labor to move out of manufacturing is compounded by shifting comparative advantage: not only is the total number of manufacturing jobs limited globally, but a smaller share of those jobs will be local.

Globalization has been one, but only one, of the factors contributing to the second key problem – growing inequality. Shifting income from those who would spend it to those who won’t lowers aggregate demand. By the same token, soaring energy prices shifted purchasing power from the United States and Europe to oil exporters, who, recognizing the volatility of energy prices, rightly saved much of this income.

The final problem contributing to weakness in global aggregate demand was emerging markets’ massive buildup of foreign-exchange reserves – partly motivated by the mismanagement of the 1997-98 East Asia crisis by the International Monetary Fund and the US Treasury. Countries recognized that without reserves, they risked losing their economic sovereignty. Many said, “Never again.” But, while the buildup of reserves – currently around $7.6 trillion in emerging and developing economies – protected them, money going into reserves was money not spent.

Where are we today in addressing these underlying problems? To take the last one first, those countries that built up large reserves were able to weather the economic crisis better, so the incentive to accumulate reserves is even stronger.

Similarly, while bankers have regained their bonuses, workers are seeing their wages eroded and their hours diminished, further widening the income gap. Moreover, the US has not shaken off its dependence on oil. With oil prices back above $100 a barrel this summer – and still high – money is once again being transferred to the oil-exporting countries. And the structural transformation of the advanced economies, implied by the need to move labor out of traditional manufacturing branches, is occurring very slowly.

Government plays a central role in financing the services that people want, like education and health care. And government-financed education and training, in particular, will be critical in restoring competitiveness in Europe and the US. But both have chosen fiscal austerity, all but ensuring that their economies’ transitions will be slow.

The prescription for what ails the global economy follows directly from the diagnosis: strong government expenditures, aimed at facilitating restructuring, promoting energy conservation, and reducing inequality, and a reform of the global financial system that creates an alternative to the buildup of reserves.

Eventually, the world’s leaders – and the voters who elect them – will come to recognize this. As growth prospects continue to weaken, they will have no choice. But how much pain will we have to bear in the meantime?

Joseph E. Stiglitz is University Professor at Columbia University, a Nobel laureate in economics, and the author of Freefall: Free Markets and the Sinking of the Global Economy.

Copyright: Project Syndicate, 2011.
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